El amor y el trabajo / Ana Pasadena

Para quienes seguimos la escena contemporánea de cerca, es interesante encontrarnos con  trabajos de creación que, ya sea por opción o por algo difícil de definir, desarrollan prácticas que, como estudios o variaciones, se van creando al mismo tiempo en que van adquiriendo otras comprensiones sobre su propio proceso. Esto no extraña, las creaciones se hacen de esta manera. Lo que tiene de particular es la transparencia de esta metodología a la hora de presentar una aproximación a los resultados.  El amor y el trabajo del colectivo Ana Pasadena, posee al menos cuatro versiones o posibilidades de enfocar la problemática del sexo, cuerpo y género desde que fue presentada por primera vez en el 2010 en Matadero.

El amor y el trabajo comenzó como una pieza de lenguaje convencional que, aunque poseía ciertos quiebres que dejaban ver una inquietud por lo performativo, no lograba escapar del encorsetamiento impuesto  por un tipo de enseñanza basada en una comprensión tradicional de lo escénico. La pieza comenzaba con una acción en la que los actores pesaban sus almas y relaciones mientras la báscula arrojaba el resultado en alemán.  Aquella imagen lograba inquietar, pues volvía metafísico algo completamente físico.

En esta última versión, que por cierto, es la primera de una nueva residencia de investigación, la mayoría de los componentes de la anterior pieza han desaparecido para dar espacio a un nuevo  material y a una manera aún más fragmentada de relacionar este material.  La lectura de un cuento que recuerda la trágica historia de la Sirenita de Hans Christian Andersen, supone una reflexión sobre las posibilidades y responsabilidades del género, contrastado con el test de embarazo que realizan Michela, María y Roberto, en un sutil ejercicio de borrado. La cosificación del amor a lenguaje de sordo mudo quizás como una forma de relacionarlo con el sexo, siempre más tangible y real.  Mención aparte merecen las polaroid proyectadas de Michela Depetri, cargadas de intimidad y envueltas en irreconocible temporalidad que recuerda al trabajo de Nan Golding, por cierta crudeza en la imagen.

Surgen entonces otras preguntas ¿Cuál es la reflexión sobre el trabajo que corresponde plantear en un momento en que su precarización se vuelve legal? ¿Qué espacio ocupa el amor en una sociedad que tiene la responsabilidad de reaccionar ante los hechos consumados de una política ultraliberal? ¿Qué tiene que decir la generación más joven sobre su presente y futuro?

Creo ir entendiendo, junto con este proceso, que en el centro no solo está en marcha la búsqueda y la investigación de un lenguaje. También está la maduración de los integrantes más constantes dentro del colectivo, en relación a lo que están explorando. Es un proceso vital porque visibiliza en el mismo lugar de la pieza el cambio de ciclo vital, como si se tratara de un rito de paso. Estamos presenciando un cambio de piel y lo seguiremos viendo durante la residencia que realizarán en Pradillo.

Intervención musical electroacústica / maDam

Siempre es esperanzador que un espacio dedicado a las artes escénicas promueva desde el primer día de su apertura la circulación de distintas disciplinas artísticas. Primero fue el video de Chus Domínguez y la coreógrafa Mónica Valenciano, luego el video instalación el  Diezmo de artista de Marta Azparren y al día siguiente el Colectivo maDam con una intervención musical de improvisación acústica site specific.

Esta programación reivindica el hecho más que conocido, pero poco practicado, de que el arte nació con vocación transdisciplinar. Es difícil de creer que después de un siglo de prácticas que han cuestionado la especificidad del arte, desde las primeras vanguardias a las contaminaciones actuales, todavía escaseen proyectos que favorezcan el trabajo y la programación multidisciplinar. Por eso al terminar la jornada del 28 de abril con maDam, después de haber visto los trabajos de Fernando Renjifo y Paz Rojo, un espectador como yo se siente agradecida de haber pasado la tarde siendo tocada por el lenguaje de la palabra, el cuerpo y el sonido.

En particular, maDam fue una experiencia acústica de esas que ajustan los sentidos al cuerpo, como sucede cuando vamos al bosque o al mar. El trabajo del colectivo gira en torno a crear espacios ambientales sonoros ejecutados por instrumentos nobles, voces, equipos electrónicos y objetos comunes como piedras. El resultado de aquella noche fue una composición intensa en su capacidad de evocar paisajes emotivos y relajante por su estructura poco saturada.

Además sucede un fenómeno casi imperceptible que se diferencia de la música tradicional.   El universo sonoro que emerger desde un objeto extraído de la cotidianeidad produce el mismo efecto que el actor que deja de hacer un personaje. La escena se vuelve real y el espectador piensa y siente proximidad, semejanza, pues ante él no se encuentra una técnica encarnada en un cuerpo que termina percibiéndose artificial. Al contrario, alguien como él le habla. Así mismo, cuando el sonido emerge de un ladrillo, de un juguete, teléfono o un  cepillo para limpiar la ropa, por más extraña o próxima que nos parezca su musicalidad, resulta algo posible, pues a través de una sencilla tecnología y no de una técnica de la que somos analfabetos, imaginamos que cualquiera de nosotros puede hacer música. La paradoja es que esta percepción de simpleza es una apariencia. Las prácticas contemporáneas han logrado hacer parecer sencillas y accesibles expresiones que siguen siendo complejas, que requieren estudio y entrenamiento.

Aunque aquella noche estábamos rodeados de máquinas y cables, la piedra lanzada al muro por el clarinetista o el ladrillo rasgado por un cepillo de metal, nos hacía sentir más próximos a la música como a la  naturaleza.

14 Visiones / Fernando Renjifo

El no ser es real y no hay otra cosa; el Ser es real y no hay nada más” (Las contemplaciones de los misterios, de Ibn Al’Arabi)

La poesía como práctica sensible, ya sea desde lo cotidiano como en el arte, ha sido un medio para enriquecer el espíritu del hombre, y en consecuencia, sustrato de una ética que puede mantener en equilibrio la relación entre lo colectivo y el individuo, entre lo privado y lo político, entre el cuerpo y lo social. Reivindicar su presencia  para potenciar la capacidad del espíritu, entendido como el componente sensible e intangible de los cuerpos, supone un acto político que resiste a su propia devaluación.

En la era de los medias, de la conectividad tecnologizada, del gran hermano, de las crisis económicas y el deterioro de la trama social ¿qué lugar ocupa la poesía? ¿Dónde se encuentra como práctica, como hecho no mediatizado por una editorial? ¿Seríamos capaces de reconocer un acto poético si lo viésemos? ¿Podríamos explicarlo? ¿Podríamos aplicarlo a nuestra cotidianeidad o se quedaría como un hecho aislado? ¿Yo puedo crear poesía, realizar un acto poético? ¿O es acaso prerrogativa de unos pocos? ¿Es mi intimidad una poética? ¿Mi dimensión pública puede ser considerad como un acto poético? ¿La poesía necesita mediadores o cada uno somos vehículo de ella? ¿La poesía se aprende? ¿Cómo? ¿Dónde comienza la poesía y dónde termina?

Es bien conocido el enunciado de Adorno “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Entre otras cosas,  quiere decir que hay un tiempo para la poesía. Que ese tiempo ha sido o será.  Quiere decir también que hay tiempos en los que el espíritu del hombre no ha tenido ni tendrá valor, que no tiene precio de compra y venta, por lo que no se comercian poesías ni espíritus. Quiere decir que lo que no es rentable en los mercados puede ser eliminado de lo social por su inutilidad. Quiere decir fragilidad y exterminio. Quiere decir que existe una relación en la que podemos tirar una línea y unir poesía, espiritualidad y sociedad con un gesto y su opuesto.

Todas esas preguntas y esos pensamientos tenía, mientras contemplaba el rostro proyectado de Ziad Chakaroun y escuchaba su voz que, cadenciosamente, relataba un diálogo de hermosa y enigmática poética, sobre el ser y el conocimiento. Esta invitación de Fernando Renjifo me llevó a un tiempo suspendido en la imagen de un desierto, un desierto metafísico, espacio prácticamente erradicado de nuestras occidentales posibilidades, recreado al interior de la caja negra de Pradillo, con delicadeza y sin desestimar la capacidad del espectador de entrar en ese espacio y tiempo.

EX POSICIÓN UNIVERSAL / Paz Rojo

Definitivamente la pregunta no es “qué hacer” sino “cómo hacer”. Intuimos que algo de ese “cómo hacer” está relacionado con la danza/performance que ayer vimos en el CA2M: EX POSICIÓN UNIVERSAL (democracy is a psycho-kinetic training).

Bailar sola, bailar la soledad de una, soledad nómada que al bailarse deviene múltiple. Multitud inapropiable en un tiempo que desborda lo cronológico, en un espacio que se resiste a cualquier cartografía y que sólo produce esa ausencia que queda (y que no acaba) (y que (paradójicamente) es lo que viene, lo que aún no es).

Y cómo vivir (estar) juntos cuando sólo compartimos eso que se sustrae a cualquier verbo, a cualquier representación, figura, cuerpo o imagen. Cómo formar una comunidad allí donde sólo se pone en común lo que es imposible poner en común. Una posible respuesta: el cuerpo de Paz Rojo inaprehensible, siempre en linea de fuga, (des)plegando una y otra vez sus gestos que formalizan lo que hay de desconocido en lo que creíamos conocido, mostrando así una identidad que se abre al abismo de la ausencia de identidad y que resuelve esa aporía (esa nada) a través de un gesto, de un baile, que nunca habíamos pensado como posible. O por decirlo con las palabras de G. Deleuze:

“Es como el surgimiento de otro mundo. Porque esas marcas y esos trazos son irracionales, involuntarios, accidentales, libres, al azar. Son no representativos, no ilustrativos, no narrativos. Pero tampoco son significativos ni significantes: son trazos asignificantes. Son trazos de sensación, pero sensaciones confusas (…) ya no se ve nada, como en una catástrofe, un caos” (Deleuze, 2009, pp. 102-103).

(Durante Escena Contemporánea 2012, Alberto Lago, integrante del Círculo de Espectadores, escribió estas reflexiones sobre el trabajo de Paz. Nos parecen vigentes y pertinentes. Hemos querido citarle y hacerle partícipe de esta nueva experiencia.)

Elena Córdoba: (una) aproximación anatómico-poética al interior del cuerpo

Como no puedo enseñar mi interior, como ni siquiera puedo verlo, voy a trabajar con mis danzas para dibujar en el exterior de mi cuerpo (en lo que tú puedes mirar), las funciones y los movimientos de mi adentro. Así, cuando vengas a verme bailar conocerás en mi cuerpo lo que no se ve de él y lo que tampoco ves del tuyo. Verás en mi constitución la tuya.

(Elena Córdoba)

El aire. Fotografías del alma

Esta instalación fotográfica acompañada de acciones es la segunda obra (escénica) del proyecto Anatomía Poética. En palabras de la autora: “El aire” es un estudio de las vías respiratorias: la nariz, la cavidad de la boca, el diafragma y la musculatura del tórax. Una transposición al cuerpo vivo de la mirada anatómica”.

Para la composición de la pieza, Elena Córdoba se centró en los movimientos de contracción y relajación impulsados por el músculo del diafragma así como en el eco que estos movimientos encuentran en bronquios, pulmones y tórax. . Al poner en escena este conjunto de movimientos surgió una suerte de «coreografía de la respiración» , interpretada por el aparato respiratorio.

La paradoja de esta danza reside en que la coreografía interpretada por el aparato respiratorio –y que tiene como intérpretes a bronquios, músculos y pulmones- es un baile que precede a cualquier intención previa del individuo. En este sentido, el cuerpo baila sin necesidad de que el movimiento sea impulsado externamente, siguiendo tan sólo la lógica orgánica del cuerpo. Una danza constante e inserta hasta tal punto en la cotidianidad del ser humano que únicamente le permite hacerse consciente al detenerse a observarla.

La inconsciencia o ausencia de intencionalidad con la que dicho proceso es realizado contrasta con el carácter primordial de su función para que el cuerpo se mantenga vivo.

Sobre esta ausencia de consciencia se construye gran parte del trabajo de Elena Córdoba. En esta pieza recurre a la reiteración y la hipérbole de una acción ya existente, para tratar de provocar en el espectador una toma de conciencia acerca del funcionamiento del cuerpo que se expone en escena y, con ello, de su propio cuerpo. La observación pausada y detenida del ejercicio de respiración en el otro funciona a modo de reflejo en quien lo observa. De esta forma, la mirada del espectador se despliega en un doble gesto a través del cual observando el cuerpo del otro, (re)conoce también el suyo.


 

 

 

 

 

 


Borrado en canto/ Mónica Valenciano y Chus Domínguez

¿Qué hace falta para danzar?

A partir de un primer plano alumbrado solo por una linterna y oscurecido por su ausencia, intuimos el cuerpo de la bailarina sumergido en la espuma de una bañera y enmarcado por un marco de madera que flota sobre el agua.

Desde una profundidad, que puede ser entendida como metáfora de un lenguaje que se transforma ante nuestra mirada de espectador en danza, cine, escritura o pintura, emerge  una reflexión personal sobre la creación, sobre sus márgenes, sus zonas opacas y visibles, sus posibilidades.

¿Dónde comienza el arte y dónde termina? La pregunta más vulgar de las preguntas para iluminar una opacidad propia de una práctica. ¿A qué tiempo nos invita? Al de una intimidad compartida, que como dice José Luis Pardo, no se define cronológicamente, sino como un acontecimiento que no resiste lenguaje.

Es una danza sin danza, una danza sin sudor que recoge dentro de una bañera todo el sudor. Una danza que se rodea de elementos ínfimos como frases recortadas de periódicos,  un hilo sin procedencia y unas cerillas que adquieren vida propia al entregarse a la mínima resistencia de la espuma.

Despojada y contaminada, esta danza que también es cine, nos conduce al silencio, a la contemplación de un paisaje privado, a un tiempo que ha renunciado a construirse y que en cambio se disuelve una y otra vez. Una danza líquida, que no conserva nada en su coreografía, pues todo gesto es un paso siguiente, un homenaje a lo efímero.

¿Qué se parece más a una experiencia vital: una coreografía o una mano agitando el agua de una bañera?

No somos el fuego / Antonio Fernández Lera

¿Cómo se inicia una nueva etapa?

¿Cuál es la acción fundacional?

La reapertura de Pradillo comenzó con una performance de Antonio Fernández Lera titulada “No somos el fuego”, en la que se quemaron cientos de fotos recortadas de periódicos, conservadas durante años para un fin desconocido que se concretó y llegó el 27 de abril de 2012.

18 años antes, en la misma sala Pradillo, Antonio Fernández Lera estrenaba “No somos el Viento” (Escena para pies de fotos), “una instalación escénica con apuntes de teatro y danza contra la guerra”, en la que cientos de fotos pegadas al muro de la sala, eran tomadas por los actores quienes leían los pies de página para arrojarlas después a la basura.

El gesto fundacional, se quiera o no, siempre se realiza sobre otro anterior, en este caso, sobre los residuos de un trabajo anterior, desde la memoria y el deseo de trazar un futuro. Durante una hora asistimos a la acción reiterativa que prendía fuego, una a una, a aquellas imágenes de archivo y de historias pasadas, nuestra historia pasada.

Esta acción, puesta en el primer lugar de una historia que comienza a ser escrita/experimentada, pero que también fue escrita/experimentada en otro tiempo, ocupa el lugar del vértice, el umbral que vislumbra el pasado y el futuro desde su propio tiempo, el contemporáneo.

Bajo estas circunstancias, lo relevante no era si la performance cumplía o no con las expectativas del público que asistía a una escena inaugural; si le decía algo o lo ahumaba, sino al lugar dentro de la historia en el que nos situaba. Un lugar anacrónico, que no se ajustaba del todo a un tiempo concreto, porque no coincidía exactamente con su presente. Y en ese sentido se trataba de una acción fundacional contemporánea, así como lo entiende Agamben, pues se definía por una relación singular con el propio tiempo, que adhiere a éste y a la vez toma su distancia. De esta manera se nos proponía no solo una simple acción de quemar recuerdos, sino de ver un presente y mantener la mirada fija en el.

Agamben, Giorgio: ¿Qué es ser contemporáneo?

http://www.ddooss.org/articulos/textos/Giorgio_Agamben.htm

CUIDAR EL FUEGO / Implicarse

 

En el texto publicado en la web que introduce las jornadas de apertura que comienzan este viernes 27 de abril en teatro Pradillo (http://teatropradillo.com/programacion/jornadas-de-apertura/), se plantea que Cuidar el fuego puede servir de metáfora de aquello que es necesario mantener vivo entre todos. Si pensamos en fuego imaginamos a un grupo de personas en torno a una hoguera. Si pensamos que también puede ser metáfora de la primera práctica de supervivencia aprendida por el hombre, imaginamos a unos y otros colaborando por el bien común.

La renovación de los espacios entendidos como ámbitos de relaciones, es una dinámica endémica de las sociedades así como su entropía y transformación. Reunirnos con alguien implica la creación de un espacio común que, aunque efímero, pasa a formar parte de un sistema mayor de relaciones. Son necesarios en la medida en que sin ellos la sociedad perdería parte las articulaciones que mantienen la elasticidad de lo social. Cuando se crea un nuevo espacio como el proyecto Pradillo o este blog -fundación que se realiza siempre sobre otros espacios- la pregunta ineludible es ¿para qué?

Si estamos saturados de espacios de escritura, de espacios de imágenes, de representaciones, de acontecimientos colectivos vaciados de sentido del nosotros  ¿cómo resistir a esta inflación con otros espacios? Es una pregunta política que apela a una ética de lo social, al compromiso personal y colectivo sobre qué queremos ser. Es una pregunta sobre nuestra capacidad individual de renovar los espacios comunes,  de conquistar otras formas de entrelazamiento, sobre hacer de las relaciones con el otro una práctica emancipada de las habituales relaciones de poder, si es que se pueden hacer prácticas de esta manera.

El ¿para qué? está profundamente entrelazado con el ¿cómo?, formando un vínculo que hay que repensar continuamente en función del presente. Estos dos espacios que se inscriben en la dinámica de renovación -Pradillo y el blog-, responden a estas preguntas proponiendo unas prácticas que posibiliten otras maneras de relacionarnos. En el centro está la implicación y el deseo. Las jornadas de apertura responden a este llamado a implicarse con otra manera de hacer las cosas, que por cierto, siempre han estado presentes en lo social, no solo porque las condiciones de producción han cambiado forzadas por la crisis, sino porque se respira en el ambiente la necesidad de politizarnos, es decir, de organizarnos por nosotros mismos.

Implicarse no es obedecer, es crear las condiciones para relacionarnos y emanciparnos entre todos y cada uno.