Film-NotFilm

A propósito de la proyección (dentro de la programación de Kosmópolis-CCCB) de Film, única película de Samuel Beckett, y de NotFilm, ensayo documental de Ross Lipman sobre la mítica cinta.

Hay actores y actrices, sobre todo en Hollywood, que llegados a cierto grado de celebridad ya no pueden dejar de hacer de sí mismos, están condenados a que el público los vea siempre a ellos disfrazados del personaje de turno. Es sabido que la publicidad juega con esa identificación entre la estrella y sus personajes. Algo de esa condena intuyeron Chaplin y Keaton cuando decidieron ser fieles a algunos rasgos de sus respectivos fantasmas cinematográficos… hasta que apareció el cine sonoro. En octubre de 1927 se estrenó The Jazz Singer, la primera película sonora (“No habéis oído nada todavía ”, dice Al Jonhson en un momento dado). Recordemos lo que dijo Chaplin poco más tarde: “Una buena película sonora es peor que una buena obra de teatro, mientras que una buena película muda aventaja a una buena obra de teatro”. Beckett había pensado en Chaplin para interpretar Film, que es casi muda; en ella solo se dice “ssssh”. “¿El cine sonoro?  -continúa Chaplin- puede usted decir que me repugna. Viene a destruir el más antiguo arte del mundo, el arte de la pantomima. Destruye la gran belleza del silencio”. (…). “La voz es tan traidora. Trae consigo algo artificial y reduce a cualquier persona a cierta unidad de habilidad lingual, a algo irreal. La pantomima es para mí la expresión de la poesía, de la poesía cómica. Yo ya sabía que en las películas sonoras perdería mucho de mi elocuencia… Nunca volvería a resucitar a mi vagabundo. Él no podría hablar, yo no sabría qué tipo de voz debería darle. ¿Cómo compondría una frase? Así pues, el vagabundo tenía que desaparecer.” Según declaró Keaton en 1962, Chaplin y él habían hecho apuestas a ver quién de los dos hacía la película con menos cartelas explicativas o subtítulos. Finalmente ganó Chaplin.

Film es una película de Samuel Beckett en que el actor es Buster Keaton con toda su leyenda detrás; es una reinterpretación de las películas que Beckett admiraba y representa, así, una colisión entre dos épocas y dos mundos artísticos. (Otro encuentro mítico del que no saldría ninguna obra había sido el de Serguéi Eisenstein con James Joyce, entrevista de la que se habla en la película de Alexander Kluge Noticias de la Antigüedad Ideológica: Marx/Eisenstein/El Capital). Keaton explicó que la característica expresión seria o cara de póker de su personaje fílmico venía de sus actuaciones en el escenario con su padre: “Yo era el tipo de cómico que cuando me reía de mis propios gags el público no lo hacía, así que automáticamente llegué a la conclusión de que cuanto más serio estaba mejor me iba. (…) Cuando entré en el cine, no reírme ya era algo mecánico para mí.”

Ross Lipman dice en la presentación de NotFilm: “La única obra de Beckett para ser proyectada en cine, con el apropiado título de Film, es esencialmente una película de persecuciones: la más loca que se haya llevado nunca al celuloide.” Para Keaton el material que grabaron con Beckett, Alan Schneider y Boris Kaufman resultaba muy extraño y  quizá nunca entendió la gracia de Film. No cabe duda de que la imagen de un personaje huyendo de la cámara ha ido ganando significado en estos tiempos de rápida transformación de las condiciones de la intimidad, en que los asuntos de la privacidad (o de la falta de ella) han adquirido un protagonismo nunca visto. Por otra parte, es legendaria la aversión de Beckett por la fama y la popularidad, su continua huida de los focos y las cámaras (el irlandés fue en varios sentidos lo contrario de un Dalí). Esa aversión suya por la vida social y los gajes de la fama, asunto bien tratado en NotFilm, nos recuerda algunas de las máximas de Chamfort (1741-1794), autor que sin duda S.B. conocía bien; máximas como ésta: “La vida y el fasto que la rodean convierten la vida en una representación en medio de la cual es inevitable que, a la larga, el hombre más honesto se transforme, a su pesar, en comediante.” O ésta otra: “Podrían aplicarse a la ciudad de París las palabras de Santa Teresa para definir el infierno: “Ese lugar pestilente donde nadie se ama”.”

Las piezas teatrales de Beckett son sórdidas y están llenas de deshechos humanos, de espantapájaros andantes… Harold Pinter escribió: “Cuanto más me pega la nariz a la mierda, más agradecido le estoy. No me hace perder el tiempo, no me tima (…) No me vende nada que no quiera comprar, no me hace guiños, no se pone la mano en el corazón.”  El imperio absoluto de los comerciantes que estamos padeciendo hace tantos años ha hecho que algunos artistas e intelectuales rechacen todo lo que les suene a venta y publicidad. Pero la publicidad (con su ultraje multiforme a las mujeres, o su inducir a los niños a la comparación social: “¡Necesito esta marca!”) es la auténtica y principal educadora del hombre-masa actual y, en palabras de Rafael Sánchez Ferlosio, “la mentira esencial hecha cultura”: “Es razón corrompida, lengua degradada, palabra traicionada; nunca lo más humano (la palabra) había llegado a encanallarse tanto en tamañas dimensiones”. No hace falta decir que también los hay que están encantados con este imperio de la prostitución universal, con la importancia de esos pedigüeños de los ricos que son los publicistas, pero es que hay individuos que para lo que tienen que decir les basta con un bocina, con un claxon de coche. “La poesía se ha reducido a ese ámbito en el que reina progresivamente una desilusión sin reservas y el concepto mismo de lo poético se va consumiendo. Y es esto precisamente lo que hace arrolladora la obra de Beckett.” (Adorno, Teoría estética, 1970).

Autor de obras destiladísimas (como El Roto), despojadas de todo lo accesorio o innecesario, quizá hoy se entienda menos que en su día el sentido de la obra de Beckett, seguramente hay menos espectadores que sepan apreciar la calidad de su trabajo (me incluyo en esa incomprensión general). Se ha escrito sobre su resistencia a los recursos formales más espectaculares, de su negación del paladeo que pide cierto teatro burgués, de su crítica de la piel de gallina (el orgasmo pequeñito) como presunto fin de la experiencia estética. Theodor W. Adorno quiso dedicarle a Beckett su Teoría estética, obra inacabada para la que escribió: “Es indiscutible que nadie se ocuparía del arte si no tuviera, como dicen, algo que ver con él, pero no es verdad que se pueda hacer el balance de cosas como estas: he oído esta tarde la Novena sinfonía, he tenido tales y tales placeres. Y, sin embargo, esta idiotez se considera como sano sentido común. El ciudadano medio desea un arte voluptuoso y una vida ascética, y sería mejor lo contrario”. Aquí, “un arte voluptuoso” ha de recordarnos cosas como: Dalí, Tàpies, Plensa, Amat, La Fura dels Baus, etc., pero también, en un sentido más amplio, la pornografía o las músicas atronadoras acompañadas de drogas de festivales como el Sónar. La obra del irlandés sería, al contrario, ascética en el sentido de Adorno.

Pinter comenta en algún lugar de internet que Beckett era una persona extremadamente amable. Lo mismo me dice M…, un actor que trabajó a sus órdenes en varias ocasiones y que vive retirado desde hace décadas en Cadaqués. (Acabo este artículo mientras un aparato televisior asegura que hoy es el Día Internacional de las Pérdidas de Orina).

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