Notas sobre Diversión obligatoria

©Alessia Bombaci

Júlia Barbany presentó el pasado fin de semana en el Antic Teatre (con sold cada día) su segunda pieza Diversión obligatoria, después de haberla estrenado en el Festival de Terrassa i noves tendències a inicios del octubre pasado. Una servidora ha tenido el placer de seguir de cerca el proceso y hasta de formar parte de él como «performer», así que las reflexiones que aquí siguen alrededor de la pieza las podríamos llamar reflexiones entre bambalinas, destellos analíticos que se dan en el impás antes de salir a escena, probablemente se trate de una escritura de bastidores carente de luminosidad, suscrita más a la percepción de la energía de la pieza, más atenta a la visión que se genera detrás de ella, entre las sombras. No sé cómo es la pieza desde fuera ni desde delante. Nunca la vi entera. No la conozco como objeto acabado, presentado. Así pues, con voluntad de no sistematizar estos pensamientos, prefiero apuntarlos a modo de notas, puesto que no se puede sistematizar el análisis de una pieza que no ha sido vista, aunque sí vivida:

1. Diversión obligatoria no es una pieza de humor, es una pieza sobre el humor. Discurre no solo sobre el humor en su sentido formal. También versa sobre los usos políticos del humor.

2. Diversión obligatoria es también una pieza trágica. El personaje de «el señor» es una suerte de Prometeo encadenado. Encadenado y depresivo. La obligatoriedad de la diversión y la tiranía de lo risible es el cuervo que le come el hígado cada noche de función.

3. «El señor» está destinado a huir una y otra vez de su tedio vital, lo intentará hasta devenir abyecto, hasta, literalmente, comerse su propia mierda. Sin embargo, ninguna de esas pruebas servirá. Un Dios (el cojín de pedos) ha dictado su destino antes que la función empiece.

4. La relación entre política y humor en Diversión obligatoria no es de floritura. El humor se escenifica como un espacio conservador, totalizado, rígido e imperturbable, como elemento de control y de evaluación, como totalidad que impide cualquier malestar (en este caso, el malestar del señor).

5. El humor como tiranía lleva al delirio, pero el delirio sólo puede combatirse con una afasia del lenguaje del delirio, con su desarticulación, poner el delirio contra el delirio, hasta llegar a reírse de él, es decir, alguien se ríe de algo porque puede distanciarse de eso, puede respirar, moverse, pensar más allá de esoLa pieza Diversión obligatoria es un ejemplo de esa tarea.

6. El humor se resiste, como el teatro, a su propia aniquilación. Entonces el espectador es quien tiene la tarea de comprender que Diversión obligatoria no tiene nada de divertido, aunque te rías un montón viéndolo.

7. Nosotras somos «el señor». Comiendo mierda en el sitio más triste posible. Siendo evaluados bajo una exigencia de éxito en la diversión productiva y feliz. La única forma de encarnar la depresión en la era de la diversión obligatoria es mostrando todos y cada uno de los desajustes que conforman el artificio de control de la realidad. Usando todos los artificios de la teatralidad, claro está. 

8. Lo que ocurre con el lenguaje del humor en Diversión obligatoria ocurre también con el espacio sonoro de Pol Clusella. Los jingles se han estropeado. Las melodías divertidas pierden su tonalidad mayor. Las canciones de animación no cumplen su objetivo. El mismo dispositivo sonoro ha dejado de funcionar, está delirando.

9. El cojín de pedos gigante es un Deus ex machina. El juego de mostrar un cubículo gris y una cascada de papel maché y moqueta debería ser suficiente, Júlia Barbany y Pol Clusella no han cometido un error de materiales. El espacio escénico de Oriol Corral es una cárcel voluntariamente ridícula, pobre, precaria, endeble. Sin embargo, «el señor» se ve obligado a transitar en ella. ¿Habrá salida? La hay. Al final, el señor está muy solo. Pero en un teatro, al encender las luces, nos damos cuenta de que estamos juntos. Los que miraban y los que hacían. Con nuestras risas y nuestros malestares. Con nuestros delirios desmontados, a vista. Y así, cada noche de función delante del Dios cansado y pedorro podemos recuperar algo de nosotras, quizás, a cambio de una risa que nos permita reconocernos.

Núria Corominas

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