2023

Imagen de Martin Argyroglo

Un domingo de enero al mediodía voy a ver Farm Fatale de Philippe Quesne al Centro
Dramático Nacional vestida de after, outfit negro y gafas de espejo, sobreproducida para
asistir a un teatro mañanero pero si llega el fin del mundo que me pille con las gafas de sol
puestas. En un final fatal similar se ambienta la obra de la compañía Vivarium Studio donde un grupo de espantapájaros en paro monta un programa de radio de música y ecología. Los residuos tóxicos, la agroindustria, los precios y el calor del verano pasado han acabado definitivamente con los campesinos. Pero el apocalipsis no es el fin de la vida y mientras haya pájaros en la tierra habrá trabajo en la emisora de radio.

Farm Fatale es una ficción, lo sé por cómo empieza y termina la obra.

En la apertura, una técnica sale a escena y nos dice que hay un fallo técnico que está
retrasando el comienzo de la función. El anuncio relaja las expectativas del público, ¡ya nada puede ir peor!, como cuando salta la publicidad antes de que suene una canción. La ficción no es una sustancia, es un marco de lectura, un acuerdo. Este primer gesto simple es una invitación a entrar en la ficción, bien podría la técnico haber salido a escena y decir “¿Vale que es de noche?” y entonces habríamos visto el cielo oscurecerse.
Y la obra va entrando en un parpadeo de luces blancas que ilumina a los espectadores con la misma suavidad con que lo hace la luz de la pantalla del móvil en las caras.

En la obra no pasa gran cosa. Vemos a los espantapájaros vivir y recibir la visita de un tercero que, como ellos, está sin trabajo. Al recién llegado le cuentan que han descubierto cómo repoblar la tierra con mutaciones de especies vivas no humanas. Gracias a esta revelación el público hace también un descubrimiento y, aunque el final es abrupto, cae el telón in medias res, sabemos que la vida en la granja continuará entre las sombras.
Farm Fatale es una ficción porque sus héroes salvan al mundo. No hay intención de alumbrar una alternativa en la vida real, solo la experiencia de un salto mortal para quien sea tan infantil como para celebrar, con una alegría honda, la victoria de un elenco de marionetas.

Imagen de Martin Argyroglo

El programa de mano dice que la parte creada en 2019 por Stefan Merki la hace Sébastien
Jacobs, la parte creada por Damian Rebgetz la hace Nuno Lucas, la de Julia Riedler, Anne
Steffens, y que Léo Gobins y Gaëtan Vourc’h se mantienen. Sin embargo, no encuentro ningún texto de la compañía publicado, probablemente porque no los escriben. Entonces, ¿cómo se aprenden su parte los comediantes? Diría que por transmisión oral. También que, no siendo dramaturgo Philippe Quesne, los actores crean el texto durante los ensayos y eso les da fuerza para improvisar en directo, como se hacía en la comedia del arte. Este carácter oral da vuelo al espectáculo y me provoca sobre todo mucha risa.

Carmen Aldama

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