Dentro del día hay más cosas de las que pueda soñar tu filosofía

Fotografía de Luz Soria

Interior: Día. La información básica que proporciona un guion al comenzar a leerlo: por ese carril comienza a rodar la obra de Los Lúmenes escrita y dirigida por Miguel Valentín, que también la interpreta junto a Anahí Beholi, Montse Simón y Luis Sorolla. Aparentemente vamos a presenciar los dilemas de un guionista que se llama, justo, Miguel Valentín, y que no acaba de estar convencido del valor de lo que está escribiendo. Esas dudas definen su relación con los que le rodean, que son un amigo suyo, su novia y por extensión una amiga de su novia. A Miguel Valentín, el personaje, lo que más le interesa es averiguar lo que piensan de su guion. ¿Es deslumbrante, es bueno, es entretenido, ha conseguido reflejar el mundo? Se muestra muy receptivo cuando la conversación gira sobre eso, y algo más despistado cuando sus interlocutores hablan de lo que les preocupa a ellos. Es que el tipo es un poco egoísta y un poco neurótico, y aunque esos son rasgos que hemos visto muchas veces en infinidad de personajes empadronados en Insoportabilidad Lane, cuando estudiábamos en la facultad y sobre todo en las películas de judíos neoyorkinos, la interpretación de Luis Sorolla le da un toque vital y lleno de encanto. Lo más evidente es el toqueteo constante al que somete a su frondosa cabellera, que es como si un fumador compulsivo echase mano a la cajetilla (si quieres tranquilizarte, fuma; si quieres armarte de valor, fuma; si no puedes dar crédito a lo que estás oyendo, fuma; si quieres celebrar algo, fuma ─pues así pero con tocarse el pelo─), además de una manera sincopada de hablar que es una de las primeras pistas de que en esta obra todo va a estar un poco pasado de rosca. Pero además también merece la pena fijarse en la gestualidad de la cara, en la expresividad de ojos y boca, a lo que nos va a ayudar el hecho de que la puesta en escena incluya una cámara con proyección simultánea en la gran pantalla que sirve de fondo al escenario.

Este recurso de la cámara, además de contribuir a multiplicar los planos de acción como en la buena ficción algo lisérgica a la que estamos asistiendo, nos ayudará a que saltemos alternadamente de la cotidianeidad de nuestro guionista a las escenas de western como de álbum de cromos o a las de la misión interestelar que se revela como prueba existencialista. El paso de una acción a otra se resuelve con la lectura en voz alta del guion por parte de los personajes, que se van turnando en el encargo sin abandonar, por otro lado, la interpretación de los varios papeles a los que les empuja ─a empellones─ la mente (calenturienta, qué otro tipo de mente podría haber) del guionista. Los actores tan pronto están sentados a la mesa de un bar como a lomos de un caballo robado, según indique la secuencia correspondiente del guion al que se acude cada vez que la acción se enreda, siempre vestidos los cuatro iguales, con pantalones vaqueros, zapatillas all star y camisas holgadas en varios tonos pastel, quizá porque funcionan como leves variaciones de distintas posibilidades y no dejan de ser todos distintos avatares de un mismo ser (como algunas teorías que dicen que todos los personajes de los sueños son en realidad el propio soñador).

Fotografía de Luz Soria

Aquí el personaje protagonista se llama como el autor de la obra pero está representado por otro actor, mientras que el autor representa a otro personaje que se llama de otra manera. Qué cosa curiosa. Es relativamente habitual en el teatro o en el cine que los personajes lleven los nombres de los actores que los interpretan, cosa que se hace por zanjar la elección o por seguir teorías sobre la encarnación y la distancia, pero como en este caso hay un juego de traslación, ¿por qué no especular que es más bien desde la ficción desde donde se otorgaron los nombres a los seres que la imaginarían? Es decir, que es desde dentro de la historia de Interior: Día desde donde el personaje llamado Miguel Valentín proyectó hacia el mundo de la realidad objetiva la persona dramaturga Miguel Valentín, que habría de imaginarlos a él y a sus compañeros, su amigo, su novia, la amiga de su novia, los forajidos del Lejano Oeste, el astronauta angustiado, la astronauta audaz y generosa, todos los personajes de esta extravagante trama, de modo que pudiesen existir, aun en un bucle de disparate, en el hueco que dejan los otros millones de universos simultáneos.

Hay algo de norteamericano en el tono de Interior: Día. La historia es de entrada muy sencilla, y hay un guionista neurótico, está el Oeste y están los viajes por el espacio. Pero mediante elementos muy sencillos como por ejemplo chistes, alteraciones en el tono de voz, repeticiones, el eficaz aprovechamiento del atrezzo y muchos recursos tan livianos y alegres como las viñetas de un tebeo, toda la imaginería acaba por descoyuntarse de un modo que evoca, si es que hay que buscar entre los estadounidenses, a Richard Brautigan, el novelista que escribió libros como La pesca de la trucha en América o Un detective en Babilonia, y que por cierto dio nombre a la biblioteca donde se conservan los manuscritos de las novelas que ningún editor quiso publicar, y que forman por eso otra historia posible de la literatura. En el caso que nos ocupa, esta obra permite la existencia de unos personajes que explotan al máximo, hasta la caricatura, los rasgos con que han sido dibujados, para que nos fijemos en ellos, para existir. ¡Lo hacemos todos!

Bárbara Mingo Costales

Interior: Día
Compañía Los Lúmenes
Autor: Miguel Valentín
Intérpretes: Anahí Beholi, Montse Simón, Luis Sorolla y Miguel Valentín
Sala El Umbral de Primavera
Ciclo Abril Imaginario
23 de abril a las 12:30

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