No entiendo nada

Hago cola en una oficina pública. Estoy con Ñoki. La cola es tan grande que da la vuelta a la manzana. Esperamos mucho rato. Cuando conseguimos entrar el interior recuerda a la sala de espera de un hospital. El tipo que se sienta delante mío es un negro con ojos azules. De repente, como si hablase solo dice algo en un idioma que parece escandinavo. Le digo: ¿Qué? Parece como si despertase de un sueño. Se disculpa. Estaba hablando en su lengua materna. Él es danés. A veces se le escapa algo en su idioma y la gente cree que es de un país del este. Se me empieza a enrollar con su movida y me cuenta la historia de su vida.

Por fin es nuestro turno y nos atienden. Nos dan una bolsita con un tubito y una aguja. Nos explican cómo utilizarla. Hay que pincharse para purgar la sangre. Se trata de eliminar el aire que haya podido entrar en nuestro sistema circulatorio. Es importante hacerlo bien. En caso contrario no me queda claro qué puede pasar pero no parece que sea nada bonito.

Nos llevamos las bolsas con todo el kit. Hoy actuamos. El escenario es como el estrado de un juicio en una peli americana de los años 40 o también podría ser una pequeña iglesia baptista, muy pequeña. Lo preparamos todo, también la bolsa, que me la coloco yo. Lo que pasa es que no sé muy bien cómo va. Las instrucciones están escritas en la propia bolsa, en varios idiomas, pero son muy complicadas y muy poco tranquilizadoras ante la muy probable posibilidad de equivocarse al intentar seguirlas. No me queda nada claro pero no da tiempo a prepararme más. Llega el público y va ocupando su sitio. Mis compañeros ya están en el escenario.

Comienza la acción. Yo me pincho pero mal. La sangre me sale demasiado rápida, corre por el tubito, entra en la bolsa pero mal, comienza a desbordar, me pongo nervioso, temo haber hecho demasiadas cosas mal, no sé qué puede pasar si me quito la aguja y lo dejo correr enmedio del proceso, intento leer las instrucciones pero las entiendo cada vez menos, entro en pánico, comienzo a sudar y a imaginarme las peores consecuencias. Entonces, lo más disimuladamente que puedo, comienzo a llamar la atención de mis compañeros para pedirles ayuda. No me hacen mucho caso pero mi nerviosismo comienza a contagiarse. Yo no sé si la cosa es tan grave como para parar la función o lo que sea esta mierda que estamos haciendo aquí arriba.

Y entonces aparece por el pasillo entre el público la cantante de Klaus & Kinski dirigiéndose a mí, elevando mucho la voz y con una seguridad apabulllante. Pero no le entiendo nada de lo que me dice. Me habla en un idioma que conozco pero no le entiendo absolutamente nada. Nada de nada. Reconozco el idioma pero no comprendo el significado de ninguna de las palabras, no las reconozco. Le grito por favor que me hable en otro idioma, sé que compartimos otros dos más, por lo menos, en los que podemos entendernos. Ella sí me entiende y cambia inmediatamente de idioma mientras sigue avanzando hacia mí. Pero da igual, sigo sin entender nada de lo que me dice. Cada vez siento que estoy más bloqueado. La situación cada vez es más jodida, todo el mundo se ha enterado y ya me da igual todo. Me voy a sacar la puta aguja y la puta bolsa chorreando sangre y que sea lo que Dios quiera.

La cantante de Klaus & Kinski de teenager

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Skyline

Pisón entra en la cabina telefónica para pillar lacasitos a un hindú que está dentro vendiendo. Me espero fuera. Me parece ver al Cerdo con un grupo de turistas. Juraría que es él pero lleva barba y no estoy seguro. Más bien no me apetece saludarlo, así que hago como que no le veo. Pisón sale, me ofrece lacasitos pero yo le digo que no tomo. Él sí, se toma un par y nos dirigimos hacia el paseo de la muralla. Desde allí vemos la ciudad a nuestros pies. Pisón comienza a experimentar los efectos de los lacasitos y se arrima demasiado al borde de la muralla. Me lo temía. Está fuera de control, se sienta en el borde y se tambalea. En medio segundo debo decidir: dejo que se mate o me tiro a por él y desvelo que sé volar. Me tiro a por él y me lo llevo muy lejos. Es de noche, las luces de colores del skyline lo inundan todo.

Looking Into the Downtown Core Area of Portland, From the West Hills, the 43-Story First National Bank Building Shows Lights on Only a Few Floors at 8 P.M. During the State's Energy Crisis in the Fall of 1973 11/1973

Alguien habrá presenciado la escena, eso es seguro, pero todo ha sido tan rápido que lo más probable es que ese alguien aún se esté preguntando si de verdad ha visto lo que ha visto. En cualquier caso ya estamos muy lejos. Pero no sé qué le voy a decir a Pisón.

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Haced lo que queráis, este es un país libre

Se trata de hacer fotos en espacios exteriores. Entrar en un garaje y disparar encuadrando un coche en su plaza de párking, la puerta de salida y un trozo de pared de la plaza vacía que está al lado. Luego salir afuera y fotografiar un grafitti mientras dos tipos lo están pintando. El tren, el mar, la playa, las calles que encuentro volviendo a La Celda. Luego las monto en una secuencia lógica y entonces viene lo más difícil porque voy a dibujar cada foto copiándolas del original. Y yo no tengo ni idea de dibujar. No dibujo desde primaria. Pero no hace falta ser un pintor del Renacimiento para lo que pretendo. Es cuestión de ponerse.

En el lavabo de La Santa me encuentro con un tipo joven pelirrojo y barbudo que se dirige hacia mí en catalán mientras fumo un poco de maría alejado de las miradas curiosas. El tipo está sentado en el hueco de la ventana que da al patio sin parar de hablar con acento extranjero. Yo sólo digo algo de vez en cuando para seguirle la corriente y que siga hablando a ver si consigo descubrir de dónde viene ese acento tan raro porque por lo demás el tipo habla un catalán perfecto. Debe de ser del norte o más bien del este de Europa. La gente del este suele aprender rápido nuestros idiomas. Al final le pregunto de dónde es. Me responde que de aquí y me pide una calada.

Voy a cenar en el piso de arriba de una cabaña de madera. Somos cuatro para cenar pero la mesa es enorme, con espacio para muchos más. Pero es porque hay muchos más invitados. Lo que pasa es que no se ven. Van subiendo en un goteo incesante envueltos en una luz de color, algunos azul, otros verde, amarillo, rojo. Se saludan, caminan por la estancia, se sientan a nuestro lado, hablan y se ríen pero parece que solo yo los estoy viendo. Aunque me cuesta de creer ya no me sorprendo.

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POV

Le estoy comiendo la polla a Ben con otro tío a mi lado. Por más que lo intento no consigo recordar cómo he llegado hasta aquí. No dura mucho este momento. Seguimos nuestro camino, es de noche y bebemos alcohol en unos vasos que sostenemos en nuestras manos. Entonces recuerdo que Ben tiene el SIDA. No debería haberlo hecho pero no estoy poreocupado por el contagio, sé que no me voy a contagiar. Lo que me preocupa es que alguien se entere y me recrimine la imprudencia temeraria. No se lo diré a nadie.

Impresionante fuerapista

Subo en el coche de Hugh. Circulamos por una carretera de dos carriles. Subimos una cuesta interminable. Después de un cambio de rasante que impide ver lo que viene a continuación aparece ante nosotros una bajada de vértigo, larguísima. Hugh se lanza sin frenar, con una confianza que asusta. Pero yo también decido relajarme. Al final la carretera gira a la derecha muy abruptamente encajonada entre un muro de cemento que parece diseñado para que nos matemos. Aparecen un par de coches en sentido contrario por el carril de la izquierda. Nos cruzamos con ellos sin frenar. La carretera es muy estrecha. El segundo coche pasa demasiado cerca rayando la chapa de la puerta del conductor. Pero Hugh no frena ni parece tener intención de frenar jamás. Cierro los ojos. Cuando los abro estamos circulando por una carretera que bordea el mar. Es un mar azul marino muy intenso. No hay ni una ola.

Duermo una microsiesta tirado en un sofá mientras la gente del grupo con el que viajo y nuestros anfitriones charlan animadamente a mi alrededor. Cuando me despierto ya no están. Miro el reloj. Es la una y veinte. Mi avión sale a las dos.

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Nunca fue fácil escapar

Angélica actúa esta noche aquí pero yo paso de quedarme a verla, la verdad. Empieza a llegar la gente y me cruzo con todo el mundo. Me encuentro con La Santa, con Los Creadores acompañados de Celia y su marido (¿qué coño hacen aquí todos juntos?). Todo el mundo me saluda y da por hecho que me quedo pero yo sólo quiero salir corriendo. Pero cada vez resulta más difícil. Al final acabo colocándome en la última fila de esta sala tan parecida a la Sala Apolo pero mucho más pequeña. Comienza la performance y Angélica pide a la gente que se levante y la acompañe: va a hacer un recorrido. Bien, así podré escaquearme. Salgo y sigo saludando a la gente. La propia Angélica, de pronto, aparece por la izquierda y me aborda. Le digo que se espere. Pero, joder, es un poco descortés, ¿no? Hola Angélica, no recordaba que nos conociéramos.

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El cementerio

Entro en el edificio. Un edificio modernista reformado y recién pintado, de varios pisos, con mucha luz que cae de la claraboya central. Me dirijo al mostrador de recepción. Hay gente esperando, tres chicas y un chico. El chico es gabacho, le está proponiendo ir a no sé dónde a una de las chicas. Habla en francés. Ella le pasa el brazo por el hombro mientras gira la cabeza hacia las otras dos chicas que tiene a su lado para comentar la jugada con ellas, en castellano, mientras sonríe. Me llama la atención el contraste entre su actitud y lo que va soltando por esa boquita porque, en realidad, dice que no le apetece nada lo que propone el francés, que evidentemente no entiende el castellano.

La chica que está a mi derecha dice que va a subir al festival este finde. Vaya, yo también pienso ir. ¿Ah, sí? Se presenta: soy Esther (o Teresa, no recuerdo). Y me da un beso en la boca. Ya empezamos.

Subo al segundo piso, a mi clase de piano con Santaisabel. Es mi primera clase de la temporada. No llevo nada preparado, no sé qué vamos a hacer. La puerta está abierta y dentro hay mucha gente, sobre todo chicas, que son las que estudian piano clásico, los chicos casi no. Santaisabel me recrimina que no apareciese ayer. No sabía que habíamos quedado. Entonces me da una tarjeta de cartulina. Bueno, me la alcanza una de las chicas que forma parte de la multitud que se encuentra en la habitación. La cojo y leo. Veo que la parte de arriba es una especie de análisis resumido sobre mis aptitudes y actitud. Antes de leérmelo entero le doy la vuelta. La chica que tengo a mi derecha me pregunta con toda su desfachatez por qué no lo leo. Me la quedo mirando estupefacto. Coloco mi mano sobre su cabeza, le alboroto un poco el pelo y le doy una suave colleja que la obliga a mirar para otro lado.

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Performance participativa

Es una performance de esas en las que piden la participación del público, ya sabéis. Nosotros estamos sentados en un pequeño anfiteatro, la performer está abajo sobre un linóleum blanco, lo típico. Y lo que nos pide es que besemos a quien tengamos al lado. Obedientes, Christiana y yo nos damos un beso, al principio tímido. Pero enseguida la cosa se enciende. Se nos calienta el morro, las lenguas se vuelven locas y no podemos parar. La cosa dura un buen rato hasta que ya no podemos más. Entonces vuelvo a mirar hacia el escenario y veo al director del teatro sentado delante de mí y a su lado una chica. Alguien (Blondie, creo) le grita desde atrás: ¿Qué tal Francisco? Francisco pone cara de sufrimiento.

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El hilo de Ariadna

Hay una casa en las afueras de Carcelona que tiene buena pinta. Si te asomas al balcón se escuchan los pajaritos y se ve el bosque. ¿Pero realmente San Nilo se puede considerar las afueras de Carcelona? Bajo la cuesta y paso por delante del garito de K. En la calle ha colocado unas estanterías con unos libros blancos enormes que llevan por título nombres de compositores clásicos: Mozart, Beethoven… Me extraña tanto que me paro a mirar si K sigue ahí. Y sí, efectivamente sigue ahí, pero disfrazado de pizzero napolitano o algo así. Está haciendo cambios en el negocio. Lo saludo y sigo mi camino.

En la barra de la cafetería me encuentro con Ariadna, que me saluda. Hace tiempo que no la veo, la noto mayor pero aún sigue siendo muy guapa. Hablamos, aunque yo más bien tartamudeo. Cuando ya ha pasado el tiempo suficiente como para que no llame mucho la atención, le pregunto si aún sigue con David. Me responde que no, ya no. Vaya. Le digo lo mucho que la he admirado en el pasado, me gustaba mucho de jovencito. Entonces me mira y me da un beso en los labios que se convierte en un morreo interminable. Luego paga (y me invita), me coge de la mano y me pide que la siga por una cuesta. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Entonces me acuerdo de Christiana.

nao - sim

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Las gotas

Es mi turno. Después de un buen rato haciendo cola, esa especie de teléfono antiguo de aspecto setentero está delante mío. Descuelgo, apreto el botón rojo y hablo con mi médico, que no es mi médico sino un sustituto. Le cuento lo que me pasa en los ojos lo mejor que puedo pero me lío. Me lío tanto que acabo proponiéndole el tratamiento que debo tomar yo mismo. Incluso le doy nombres de medicamentos aunque mientras lo digo ya me voy arrepintiendo. En vez de desautorizarme, me receta algo parecido a lo que le propongo. A continuación debo pasar a otra salita donde comienzo a ponerme nervioso porque temo haber metido la pata. Cuando se descubra que el médico es un pavo negligente el mal ya estará hecho y seguramente será irreparable. Entonces me dicen que me van a poner unas gotas. Eso me tranquiliza. No parece tan grave. No recuerdo la última vez que me puse gotas en los ojos. Hace mucho tiempo. Mientras me preparo para recibir las gotas que una enfermera me va a poner, en la mesa de al lado un grupo de melenudos prepara un cd recopilatorio con temas que seleccionan especialmente para mí y mi circunstancia. Me parece un detalle. Siento curiosidad por llegar a La Celda y descubrir esos temas.

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Mirada

Consulto el papelito de la consumición que tengo en la mano. Un conjunto de símbolos como de máquina tragaperras. Bueno, a ver si me pido algo. Estoy solo en la mesa de la Oveja Negra. Una chica me mira. Rehúyo su mirada. Me levanto para ir al lavabo, que está en dirección contraria. Se dirige a mí:

– ¿Quieres que te acompañe, guapo?

– No, gracias. Preferiría ir solo.

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