Esta mierda del teatro


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Nunca antes había estado en El Sol de York. Calle Arapiles, 16. Creo que es una sala que merece la pena conocer. Algún día hablaré de la importante labor que desarrollan las salas de teatro en los barrios. Y de lo complicada que es su existencia. Teatros pequeños, poco conocidos, convertidos en agentes que dinamizan un barrio que si no sería un erial culturalmente hablando. Su labor, además de exhibir, es la de crear espectadores que de otra forma no se acercarían jamás de los jamases a ningún gran teatro. Y encima suelen dar cabida a creadores que tienen las puertas cerradas a cal y canto en casi todos los demás sitios.

Fui hace una semana y algún día a ver La Tigresa y otras historias de Dario Fo. Interpretada por el joven Julián Ortega, dirigido por su padre, José Antonio Ortega -que volvió a rescatar este texto del premio Nobel italiano que había llevado a escena años atrás-. La traducción es de Carla Matteini que en paz descanse -cuya labor en el teatro español ha sido más que notable- y Joan Casas. No he podido hablar del montaje antes. Más vale tarde que nunca.

Quizá sea bueno traerlo a colación ahora que estamos estableciendo una especie de debate sobre la tradición; muchas veces haciendo una comparativa, bastante corta de miras, que iguala la tradición y el oficio a la mierda. Un desastre si somos nosotros mismos los que tiramos piedras a nuestro antiguo y rico techado. Y con esto no quiero decir que todo lo que se hace sea loable, pues pocas cosas lo son -en todos los ámbitos y para todos los gustos-; pero uno no debe cerrarse en banda con nada ni nadie. En esto no puede estar más de acuerdo Otro Perro Paco con Pablo Caruana. Ver aquí y aquí.

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Nos metemos en harina. Antes de que existiese el teatro ya existían los contadores de historias. Enciclopedias nómadas. Un encuentro asociado al fuego y al misterio. Quizá por eso sea Galicia, tierra de supersticiones, donde la tradición del cuentacuentos siga a día de hoy más vigente. Es una buena experiencia dejarte atravesar por una fábula bien contada. Recuerdo noches en bares de Santiago de Compostela que no se me olvidarán, a pesar de la cerveza. Además el cuentacuentos siempre ha establecido una relación problemática y crítica con el poder ya que puede establecerse en cualquier lugar, sin la necesidad de un teatro en donde, quieras o no, se garantiza un mejor control de “los siempre impredecibles teatreros” (José A. Sánchez / Zara Prieto. Teatro. Ed. MNCARS). Dejo esto para mejor momento.

La primera vez que vi a Dario Fo y Franca Rame -DEP- sobre un escenario fue en Córdoba. Rosa fresca fragantísima y otras juglarías. Y me pareció fascinante como un hombre, que encima utilizaba traducción en vivo, era capaz de saltar de un personaje a otro, promover la risa, la crítica y la reflexión, utilizando tan solo la voz y su cuerpo. Nada más y nada menos. Dos herramientas sencillas que con oficio y buen hacer se sobran y se bastan.

(También recuerdo La puta y el gigante de Marco Canale, donde con un cuarzo, una botella de agua y la necesidad de contar algo, Canale construyó un montaje que hoy en día sigue dando que hablar. Y eso que han pasado algunos añitos desde entonces.)

A lo que voy. Salvando las distancias, en La Tigresa y otras historias se nos propone lo mismo. Tres historias, tres alegorías con lecturas políticas. Un actor y ganas. Poco más. El juego del teatro nació por eso. No todas las tradiciones, pero ésta, al menos, sigue teniendo una valía que hoy en día sería ridículo borrar de un plumazo. Bien vale el aplauso ver cómo alguien se deja la piel encima de un escenario haciendo un esfuerzo titánico y consigue encandilar al público y, si se da el caso, arrancarle alguna carcajada. Ya lo dijo Darío Fo: “La sátira es la forma más directa de desnudar el poder para leerlo mejor” Por eso, a pesar de algunos desajustes, bien merece la pena esta tigresa; bien merece la pena seguir confiando en esta mierda del teatro.

 

Otro Perro Paco

p.d.- “No será más tarea del arte, pues, la exploración de otros mundos posibles o la invención de nuevos lenguajes -quizá ambas cosas sean más o menos lo mismo- sino tematizar el cómo posicionarnos de una forma concreta en el mundo que nos ha sido dado, incluso de hablar con lo que ya se ha dicho, pensando acerca de las formas en las que se podrían flexibilizar y hacer más permeables a las estructuras organizativas y políticas, y más sutiles y profundas prácticas comunitarias. El arte ya no tendrá entre sus fines el invitarnos a vivir -aunque sea en la fulguración de una mirada- en otros mundo imaginados, sino en promover formas de la alteridad en este mundo en el que vivimos.” Juan Martín Prada. Otro tiempo para el arte. Cuestiones y comentarios de arte actual. 

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