La caspa

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Sebastian Maharg

No hay lugar para el temor ni para la esperanza. Sólo cabe buscar nuevas armas.

Gilles Deleuze, Post-scriptum sobre las sociedades de control.

En este Madrid cada vez menos “brillante”, pero sí más “absurdo” y “hambriento”, parece que la mejor alegoría de sus intestinos la encontramos en Montera, donde putas y policías conviven en avenencia trazando una línea ¿moral? de la que si te sales, te tiran, y caes convertido en basura, quizás el material más representativo y honesto de los madriles. Que no nos reciclen, ojalá fosilicemos para que en adelante puedan comprobar lo hijos de la gran puta que fueron algunos, y lo imbéciles que fuimos todos los demás. Dylan Thomas llamaba a Londres el “Gran Basurero”. Su Madrid, a falta de cerebro, tiene hígado, todo rebosante de bilis negra y amarilla, todo mal temperamento. En El Callejón del Gato no hay espejos donde deformarnos, pero puedes tomar unas bravas patentadas. Gómez de la Serna no canta en el Retiro, pero hay guiris de resaca dando un paseo en barca, flipando todavía con lo barata que les salió la noche. Al final va a ser verdad, y a este país no lo conoce ni la madre que lo parió, que es la misma que alumbró a los niños de Murillo que vuelven a verse por las calles de Madrid; siempre hambrientos, cansados del melón y las uvas, no ganan ni para un Happy Meal. Si, por lo menos, ya que no paran de jodernos, pudiéramos vender nuestro trabajo como pornografía, nos ahorraríamos un 17 % de IVA. No pasa nada, podemos tomarnos unas cañas de cuando en cuando. Pero ahora, en su Madrid, corte farisea de un reino sin caballo ni pony ni tiovivo ni hostias, empieza a notarse un temblor acelerado por las prisas. Las conversaciones a media voz suelen acabar con un “espérate a ver qué pasa en mayo”, ya que puede ser que las generaciones de malas hierbas de larga sombra que no debieran haber sobrevivido impunemente pierdan su terreno de recreo; dejándonos, eso sí, un barbecho que obliga a inventar, sin temor y sin esperanza, nuevas soluciones, nuevos campos, nuevas armas.

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La pregunta, la de siempre: ¿quiénes son los otros? Si hacemos caso a las cifras podemos, sin retranca, afirmar que cada vez son menos, sean quienes sean o seamos quienes seamos. El problema también pasa por la otra pregunta de siempre: ¿qué deseamos?, cuya respuesta será ahora del todo infértil si no va acompañada de la coletilla: ¿y cómo vamos a conseguirlo? Es decir, ¿qué vamos a hacer y desde dónde?  Aquí empieza el baile. Así que movido por la curiosidad me acerqué a un plenario de Podemos Cultura celebrado en Espacio Cruce para saber cómo suena la melodía con la que se supone sintoniza el ciudadano.

Escuchando allí a las compañeras pensaba en cuál es el lugar para cada uno en el movimiento que se está dando. Si los espacios invisibles, las asambleas, la calle, los partidos, los bares, los blogs… Que la participación directa, la acción y el compromiso tienen muchas caras, que todo suma, o todo resta, y que me tenía que ir a estudiar la organización de Podemos porque no me enteraba de la misa la media. Que un partido no es lugar para un perro, porque los perros casi tenemos claro que nuestro espacio de acción es “un contagio cuyo objetivo es extenderse siempre más lejos, bajo formas más irreconocibles [i]”.

La base de lo que se oía en el plenario, y de lo que no se oía, era interesante y reconocible, ya que recogen sensibilidades y voluntades de un “lugar común”, sorprendentemente ya formalizado, pero que se ha erigido a base de mucho trabajo en esos otros lugares. Entonces, pensaba, ¿meterse o no meterse? ¿Qué supone estar dentro o fuera del círculo? ¿Dónde están los límites de la participación? ¿Cómo empieza ésta a ser real? ¿Cómo deja de ser una ficción? Asaltado por estas preguntas sentí cómo me dejaba llevar por una de las peores derivas democráticas, por un “individualismo de apartamento [ii]” que llama Sloterdijk. Yo, desde mi “isla nómada”, quería saber qué estaba pasando con las artes escénicas, sólo con las artes escénicas, y eso no iba a pasar, lógicamente. Todavía están trazando las líneas generales [iii]. Por lo que apacigüé mi individualismo isleño, asumiendo que se puede trabajar en la frontera para extender el contagio, convenciéndome de que los cambios estructurales llevan tiempo, que todavía no es el momento de acotar parcelas; pensando que las personas que hay aquí parecen capaces, que aunque no estemos acostumbrados tenemos que confiar y seguir estando atentos; y entonces me pasó: me sobrevino una revelación. Entre luz bajó una voz templada. Supongo que para compensar mi acto de fe, me confió un mensaje para el cambio en las artes escénicas madrileñas: acabad con la caspa.

plenario

Cualquiera esperaría empezar por los empresarios de Madrid Destino, por los funcionarios del INAEM, por los del chiringuito de la Red de Teatros Alternativos, por las escuelas de arte dramático, por las academias…  Por las instituciones donde se fabrican los nudos gordianos. Pero la caspa también abarca las instituciones. Lo abarca todo. La caspa son los que practican la máxima que generación tras generación les ha permitido mantener su hegemonía escénica en esta ciudad: sé mediocre, haz mediocremente, transmite mediocridad, y acepta en tu imperio sólo a unos pocos mediocres. Porque como dice Enric Farrés-Durán, “donde no es necesario ninguna acción que implique cambio o ruptura a través del esfuerzo, el vacío sólo puede ser rellenado con mediocridad [iv].” Si con la primera máxima de la caspa no es suficiente, activan la segunda máxima de la caspa: sé provinciano, enciérrate en ti mismo, desprecia al que propone desde otro lugar, aférrate a lo conocido, teme al extraño, no dejes entrar en tu imperio lo que no sabes controlar. Y es que la caspa es un imperio, porque un “imperio está allí donde no pasa nada. En cualquier sitio donde esto funciona. Ahí donde reina la situación normal [v].”

La fortaleza de la caspa reside en ocupar los espacios estratégicos de arriba, porque para ellos todavía hay arriba y abajo, antes y después, fuera y dentro. La caspa marca su posición como referente para colocarnos abajo, después y fuera. El ecosistema de la caspa en la escena madrileña está por todas partes, pero sólo pueden identificar a la caspa los enemigos de la caspa, que para ellos somos todos los demás. La caspa no se considera caspa, porque en sus esfuerzos por convencer de que ésta es la situación normal, ellos mismos se lo han terminado creyendo. Sólo si tomas perspectiva sabes dónde están y quiénes son. Aunque la distancia tiene un precio que no cualquiera está dispuesto a asumir.

En algún momento la caspa alcanzó el poder -y su legitimidad- y no lo ha soltado. Desde entonces, si no desde siempre, se han apropiado del discurso, de los relatos, de las prácticas y de las instituciones de las artes vivas, convirtiendo todo lo demás en lo otro. Marginalidad, hay que decirlo, con la que muchos se encuentran protegidos como el animal apaleado que se esconde. La caspa acapara el dinero, por supuesto, todo el dinero, pero también los medios de producción simbólicos, creando una industria material para su uso particular y un circuito de significados excluyente que teme igual que repudia a quienes no comulguen con sus máximas. Si eres a lo mejor estás, pero si no eres, en Madrid, o te echas a un lado hasta que desapareces, o te vas. Para la caspa, cada desaparición y cada exilio es un triunfo que asegura su supervivencia. El día a día de la caspa consiste en reproducir su modelo en todas direcciones, en cuidar que nadie más que ellos puedan adecuarse a una realidad que han hecho a su medida. Ellos son la profesión. Ellos son los profesionales. Sólo ellos pueden vivir de su trabajo.

Pero no seamos como ellos. La caspa debe existir. En una escena sana la caspa es necesaria para mantener la diversidad. Su quehacer merece el mismo respeto que el de cualquiera. No obstante, es hora de reventar las puertas y las ventanas de su imperio, crear un espacio diáfano y levantar techos muy altos. Si eso pasara algún día, de nosotros depende, tendremos que contar con la suficiente crítica y sentido del humor como para no convertirnos en la nueva caspa, porque la caspa crece rápido, adoptando formas inesperadas, como por ejemplo “jóvenes guapos con deportivas”, me decía el otro día un amigo. Ya ha llegado el momento de que la vieja caspa deje de ser la caspa, de que se conviertan en un agente más, como todos. No sé a qué estamos esperando. Elige tu arma. Ésta es la mía.

Un Perro Paco


[i] Tiqqun (2012). Primeros materiales para una Teoría de la Jovencita. Madrid: Acuarela & A. Machado.

[ii] Sloterdijk, P. (2002). En el mismo barco: ensayo sobre la hiperpolítica. Madrid: Siruela.

[iii] La Cultura que Podemos.

[iv] Farrés-Duran, E. (2014). París no se acaba nunca: # Districte cinqué. Barcelona: La realitat invocable.

[v] Tiqqun (2009). Llamamiento y otros fogonazos. Madrid: Acuarela & A. Machado.

 

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