Draconis Lacrimae: violencia, tecnología y veganismo en una partida de rol

Imagen de Nacho G Riaza

Si un grupo híbrido de artistas decide escenificar una partida de rol, la tensión entre la performance y lo postdramático está asegurada. Sin embargo, Pablo Esbert y Federico Vladimir van más allá y mantienen al público en una duda constante sobre lo autorreferencial y lo imaginario en una batalla épica donde lo fantástico siempre encuentra su analogía en la realidad.

El rol permite crear un mundo cuyos límites se encuentran en la imaginación de los propios participantes, por eso la desbordante creatividad de este equipo concibe personajes como un alien-druida o un gigante-península. Los cinco avatares desarrollados para esta pedagogía heroica recuerdan el origen académico de los juegos de rol, ideados en los años sesenta para una mejor comprensión de la sociología, las ciencias políticas y las habilidades de comunicación.

Draconis Lacrimae es un mosaico orquestado en el que se alterna el diálogo con el público, la expresión corporal, el canto y el texto escrito, pero su esencia reside en las capas de realidad que lo componen. A través de la fantasía y la especulación se demuestra como el azar ha sido sustituido históricamente por la discriminación y la opresión de las minorías, ambas ejercidas por las estructuras de poder.

Nacho G Riaza

Los cinco cuerpos que participan en esta performance se acercan a la idea de ciborg gracias a unos dispositivos que amplifican su voz. Pablo Esbert, que aporta uno de los momentos más climáticos a la obra en su presentación, se encarga del espacio sonoro y es la mente detrás de la tecnología que convierte silbidos o ecos guturales en las voces digitalizadas de estos seres fantásticos. Federico Vladimir, que lleva su cuerpo a los límites de la representación en escena, diseña un espacio aséptico protagonizado por una peana giratoria donde cada personaje saca el mayor partido posible a sus movimientos. En ella, Joshua Serafin y Camilo Mejía Cortés se exhiben con danzas precisas que, como todo en Draconis lacrimae, oscilan entre lo prehistórico y lo posthumano. Sin embargo, no es hasta el último capítulo donde se vive el momento de mayor intensidad, la actuación de Anael Snoëk toma como principal elemento su voz y atraviesa al público con un desgarrador manifiesto antiespecista, un monólogo escrito por la incisiva escritora y editora Sabina Urraca.

Los directores se pierden deliberadamente en la técnica y hacen apología del error con un ejercicio de metaarte en varios idiomas cuyo ritmo alterna la contemplación y lo taquicárdico. Con el apoyo de poderosos recursos audiovisuales, la ficción termina dinamitando el binarismo y ridiculizando el establishment a través de un vocabulario accesible y referencias pertenecientes a los videojuegos, la cultura de masas o la pornografía.

Draconis lacrimae es la cuarta y última entrega de las Piezas Dragón, donde Pablo Esbert y Federico Vladimir llegaron a recurrir a la natación sincronizada para una saga pensada como una “geometría infinita del deseo”. La performance se estrenó el sábado 13 de marzo en La Casa Encendida con dos únicos pases dentro de la programación del festival Me Gustas Piexald_. No obstante, se trata de un proyecto coral pensado en profundidad cuyo propio peso obliga a que sea puesto en escena en otros espacios para nuevos públicos.

Roberto Majano

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