Aullido

Durante esta semana, se ha celebrado en Girona, dentro del Festival Temporada Alta, la semana de la Creación Contemporánea. Una semana llena de nombres variados y variopintos, estrellas caducadas y estrellas en potencia.

El texto de mi compañero Otro Perro Paco me ha devuelto a la experiencia de la pasada semana. Una semana que se define sobre todo por el victimismo y lo mal entendida que está la creación contemporánea.

Aullido

Intentaré ir por patas.

¿Dónde coño reside el victimismo? ¿Dónde se sitúa el artista que se siente víctima de un sistema capitalista, sin miramientos? Por otro lado, ¿cómo un festival puede dar visibilidad a un grupo de pobres artistas sin afectar a la clase rica, la clase burguesa, el teatro convencional, los actores de televisión, las visiones conservadoras, los grandes nombres con trabajos mediocres, la falta de valentía de sus programadores, la falta de producción comprometida, los compromisos con compañías recaducadas, el exceso de mamadas en forma de chupadas de culo, el lleno absoluto, el hacerse rico, los medios de comunicación comprados de antemano, el producir, el reproducir, el requeteproducir, el requetequeteque producir y la casposidad incesante al querer contentar a un público con una programación de un Festival que dura, ni más ni menos, que un mes y medio?

Pero aquí se huelen más cosas. Si ponemos la nariz en la programación podemos adivinar qué es la CREACIÓN CONTEMPORÁNEA según el Festival, quién está en el prime-time, quién está descuidado de la mano de Goofy y quién está allí para llenar un hueco que ni ellos mismos quieren rellenar.  Pasen y vean y tomen sus conclusiones.

Lo único que me queda claro es que la producción no es sinónimo de calidad, que los nombres no son nada, que el trabajo lo es todo y que los curros deben aguantarse, sustentarse y existir por sí solos.  Por otro lado, me pregunto cuando los programadores de Festivales y programaciones estables tendrán los cojones de programar como cabeza de cartel a todos aquellos artistas que llevan haciendo cola desde hace demasiados años, que han demostrado que su trabajo es viable, de calidad y comprometido con aquella cosa que se llama FUTURO, EXPERIMENTACIÓN y RESPONSABILIDAD.

Claro que el futuro es complicado, que la experimentación es confusa y la responsabilidad relativa. Pero me la pela. Soy un perro y quiero que me pongan cachondo, que me pongan a prueba, que me enamoren, que me trastoquen y no que me sigan recordando que soy un perro dócil por pagar una entrada, ver una mierda de estreno y no quejarme.

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Pues me quejo y aúllo a los cuatro vientos que la cadena es interminable, que el Festival programa, los programadores ven, los programadores programan y los artistas siguen sobreviviendo cómo pueden. Que la mierda que vimos se volverá a ver, que lo bueno que vimos se verá menos, que el programador es el profanador y el especulador más grande dentro de la cadena del espectáculo, que su rol es perverso y que el paternalismo debería haber muerto con el principio de siglo. Que la palabra creación contemporánea te baja el caché, que el artista no cubre gastos, que el trabajo se ve afectado, que la gente aplaude y el artista siente que la inversión vale la pena. Que la inversión no vale la pena, que ser autónomo es una mierda, que el Festival te llama otra vez, que tú no tienes caché y que los favores abundan. El programador como el héroe, el artista como el pobre y el público como el rico; deberían enterrarse en algún sitio y no volver a verse nunca más.

O todos héroes o todos pobres o todos ricos.

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