El futuro del pasado es el presente. Fiesta #1

Para inaugurar su espacio en Perro Paco, Tu Perra os invita a dos fiestas. Dos aproximaciones que proponen una revisión crítica de nuestro pasado y al mismo tiempo, una radiografía de nuestro presente a cargo de artistas nacidos en los años ochenta. En la primera entrega Luis López Carrasco y su película “El Futuro”. La segunda fiesta corre a cargo del Conde de Torrefiel y “La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento“. Lo dicho: ¡Fiesta!

FIESTA #1:
El futuro del pasado es el presente.

Desiertas ruinas con bellas piscinas,
mujeres resecas con voz de vampiras,
mutantes hambrientos buscando en las calles,
cadáveres frescos que calmen su hambre.

En el festival de cine europeo de Sevilla, Tu Perra observa con atención los 68 minutos de El Futuro, la primera película como director solitario de Luis López Carrasco, integrante del colectivo Los Hijos.

La película se construye con un dispositivo aparentemente sencillo:

Sobre una pantalla en negro escuchamos la voz de Felipe Gonzalez. El Psoe ha ganado las elecciones. Corre el año 1982 y España mira hacia delante. El Futuro ya llega.

CORTE A:

Unos jóvenes celebran una fiesta en una casa. Beben, bailan, hablan, se miran, se ríen, se tocan, se besan, se confiesan. No escuchamos casi nada de lo que dicen. La música está muy alta y tapa las conversaciones, los intercambios, los timbres de voz. Se sucede una canción post punk tras otra a lo largo de toda la película. 68 minutos después se acaba.

FUNDE A NEGRO.

No hay trama ni historia ni pollas. Hay Historia. O el intento de localizar algo, de reproducir un estado de ánimo, de radiografiar a través de un retrato colectivo y aparentemente banal. Como voyeurs en una máquina del tiempo, observamos el desarrollo de una fiesta en una casa a principios de los años 80. Una recreación. Una fiesta que es antes y es ahora. Una fiesta tan aburrida y divertida como cualquier otra. Y como los protagonistas de Blow Up y La conversación, nosotros, espectadores, escrutamos las imágenes y los sonidos en busca de algo que está detrás, oculto entre los cuerpos y los rostros, flotando. Alguna clave escondida que nos permita entender nuestro presente. El error original. La caída.

Rodada en 16 mm y montada a través del corte abrupto y la pérdida continua de sincronía entre imagen y sonido, lo que vemos en la pantalla se convierte en un trampantojo, una ilusión. López Carrasco nos introduce en una fiesta anacrónica, tratando de recrear las imágenes perdidas de esos años. De inventar las imágenes que nos faltan. Y la ilusión funciona. La textura de la película, su color, su grano, su obscenidad llena de jump-cuts, de imperfecciones, nos transportan a las imágenes del underground de esa época, de Warhol a Cassavettes, de Almodovar a Zulueta.

Pero “El futuro” también es el documental de una fiesta temática. Una fiesta en la que jóvenes de 2013 reproducen una fiesta de los primeros ochenta. Una fiesta de disfraces con un Dj nostálgico. Con laca y sombras de ojos y hombreras y pelos cardados. Estos jóvenes que vemos son los hijos de aquellos que representan (no casualmente, el director dedica la película “a sus padres”). Una fiesta que retrata un momento muy particular de la historia de este país. La llegada al poder de González y sus palabras de entonces, resuenan en nuestro presente. Las mismas palabras prendidas de esperanzas, de disposición de los cuerpos y las mentes, de deseo, resuenan ahora como el epitafio de algo. De algo que no se hizo o que se hizo terriblemente mal. ¿Quién es esta gente? ¿Qué es lo que hicieron mal? ¿tenemos derecho a echárselo en cara? ¿se puede reprochar a alguien la alegría? ¿podemos pensar que la falta de miedo y la libertad anularon o apagaron el cambio verdadero? ¿qué dieron por supuesto? ¿qué dificultades encontraron? ¿Cómo hicieron uso de su libertad? ¿Cómo construyeron El futuro?

La película parece reprochar el desentendimiento de ciertas luchas por hacer a toda una generación, mientras observa hipnotizada el devenir de la alegría en esos cuerpos festivos.

Escuchamos fragmentos de conversaciones que no vemos mientras miramos a gente que habla sin escuchar lo que dicen. Las palabras no importan, parece decir López Carrasco. Importan las canciones, los ojos y los cuerpos. Y lo que flota entre todos ellos. La atmósfera en la que, por fin, en España, se puede respirar. Y esnifar y follar y reír y cantar.

De aquellas lluvias estas tempestades. En un momento en que la modélica Transición es cuestionada por la generación que nació de ella. Cuando la calle denuncia la falta de democracia confrontándola a una Transición insuficiente y tramposa, observamos en 1982 la celebración de algo que en realidad estaba por hacer. De algo que, por tanto, quedó a medio hacer. Deshecho. Abortado. Vivimos, parece, una resaca monumental.

La película muestra antes de juzgar. O, en cualquier caso, juzga con sutileza terrible. Esperanza y banalidad superpuestas. Manteniéndose en un equilibrado punto intermedio entre la celebración del hedonismo, la alegría que destilan esos cuerpos, la falta de miedo, la transgresión y la esperanza, que conviven con una sombra al acecho, el agujero negro del futuro proyectándose al pasado. Impregnándolo todo. “La película nace de una gran tristeza, de un sentimiento de pérdida”, dice el director. La pérdida de una lucha no luchada. La celebración de una victoria mentirosa.

“El futuro” es la sensación paranoica e hipersensible de ir a una fiesta y sentir que en el mejor momento te invade la tristeza de su final. Es vivir sintiendo desde el futuro el deterioro de todo presente. Es sentir que todo se pierde antes de llegar a tener lugar.

Dice López Carrasco: “(…) toda película es política, ¿no? Una película que no se posicione políticamente obedecerá a la estrategia más evidente, más clara y diáfana que hemos vivido en estos últimos veinte años: la de considerar este periodo histórico como un periodo por encima de las ideologías, un periodo en el que la “ideología” no opera como categoría que se pueda conjugar. Considerarse apolítico es la mejor manera de señalarse ideológicamente, demostrar a las claras que se está instalado en una connivencia acrítica con los dictados del poder hegemónico, llámesele financiero o institucional.

Sorprende la claridad y radicalidad de López Carrasco, un rara avis junto a su colectivo Los Hijos, en un cine español que, incluso desde los márgenes, busca encontrar su espacio. Dinamitar la llamada “Cultura de la Transición” para encontrar un hueco, un sitio, su lugar bajo el sol. “Más bien da la sensación de que nos encontramos ante la pataleta de un lobby cultural enfadado con otro que se le ha adelantado generacionalmente“, observa López Carrasco. Y Tu Perra no puede estar más de acuerdo.

Si algo nos mantiene hipnotizados en el juego temporal que plantea Lopez Carrasco es la observación de los cuerpos que bailan, se drogan, fuman, beben, miran, sonríen, se tocan, ríen, seducen y son seducidos. Ahora como entonces. Aniquilados en su propia fiesta. Mientras nos invade una banda sonora arqueológica y maravillosa en la que aparecen Aviador Dro, Monaguillosh, Los Iniciados, Oviformia Sci, Ataque de Caspa o Ciudad Jardín entre otros. Hasta en esto huye López Carrasco de la obviedad y recupera la explosión musical de la época.

En mitad de la película, precisamente Aviador Dro suena de manera nuclear sobre una colección de fotografías encontradas. Observamos a una familia de clase alta, en sus viajes y celebraciones, abuelos, padres e hijos, disfrutando de una España que pasa del blanco y negro al color con el brazo en alto. Una familia de derechas cualquiera. Un contraplano necesario. Una España que sigue ahí, cada día un poco menos escondida. Sin necesidad de simular una falsa vergüenza que no siente.

Hacia el final, el celuloide se deteriora, el sonido falla y la imagen es invadida por un agujero negro que parece devorar el pasado. Un eclipse que oscurece la fiesta. Un mensaje que viene del futuro. Una advertencia:

Cuando dejamos en manos de otros la construcción de nuestra libertad, sólo podemos esperar el entierro de nuestra libertad. Cuando dejamos en manos de otros la construcción de nuestro futuro, sólo podemos esperar el entierro de nuestro futuro. Todo lo que dejemos en manos de otros será robado. Todo lo que abandonemos al cuidado de otros será destruido. Todo aquello que nuestras manos no edifiquen será derruido. Todo aquello que nuestras manos no acaricien, quedará desierto.

Esta película extraña y experimental se emparenta con las últimas obras de Santiago Sierra (véase “Los Encargados”) y constituye una singular aportación desde el audiovisual a la construcción, en marcha, de una reescritura crítica de nuestro pasado reciente. Lo llaman democracia. No lo es. Qué putada, encima, haberse perdido la fiesta.

*Aquí la Fiesta #2

TU PERRA

Links de interés:

Entrevista al autor

Una colección de las canciones que suenan en la película

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