I´ve got blisters on my fingers!

Hablar de música es como bailar arquitectura
Frank Zappa

Un amigo siempre cuenta la misma historia cuando se emborracha. Que hace años fue al Auditorio Nacional a escuchar al cuarteto Alban Berg. Para él uno de los mejores, sino el mejor cuarteto de cuerda del siglo pasado. Era la última vez que tocaba en España. Por supuesto, no quedaban entradas. Así que, según dice, se fue a la puerta de la sala de cámara con un DIN A3 en el que había escrito “Quiero una entrada para escuchar al Alban Berg joder. Gracias.” O algo así. Nadie le hizo caso. Durante el descanso pidió a los espectadores que se marchaban que si le regalaban su entrada. Total, sus asientos se iban a quedar vacíos. Nada. Además tuvo que pelear con otras personas que esperaban al acecho para conseguir lo mismo. Así lo cuenta él, lo juro. Manteniendo la expectativa del relato aunque sepas que al final consigue la entrada. Pues eso. Una señora le regaló su entrada. Se iba a cenar. La entrada era de un asiento en la séptima fila del patio de butacas. Iba a escuchar el cuarteto de cuerda número 15 de Beethoven interpretado por el Alban Berg a unos metros de distancia. Siempre que se emborracha y te suelta este rollo dice que los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven son lo mejor que se ha compuesto nunca. Que son como “la nieve más pura que está en lo más alto de la más alta montaña”. En algún sitio habrá leído esa tontería. El caso es que se sienta en la butaca. A su alrededor huele a un poco a colonia cara, porque “las colonias caras no huelen mucho”. Mira a su lado, y allí está sentado un hombre calvo con una mancha de nacimiento en todo el medio de su cabeza. Le conoce. Es un tipo que mi amigo asegura que ha visto en todos y cado uno de los eventos de música académica a los que había ido. Todos y cada uno. Sale el cuarteto Alban Berg. No al completo, porque el viola murió hacía un tiempo y le sustituye la mejor alumna que tuvo éste. Y ahora sí, el Alban Berg interpreta el op.132 de Beethoven. Entonces, por fin, te cuenta lo que le pasó. Dice que en el Molto adagio le sobrevino una emoción sobrecogedora y que se pudo a llorar, y que no paró hasta que murió la última nota, y que en cierto momento volvió a mirar al hombre calvo y que él también estaba llorando. Pero lo más llamativo de la historia, a parte de esa cursilada, es que asegura que durante un tiempo vio la música. Aquí yo siempre me río, y le digo que no me lo creo. Bromeo diciéndole que si le dio un Stendhal. Y me responde que lo llame como quiera, pero que vio la música y que no hay más que hablar, que piense lo que quiera. Y pedimos otra y se acabó de nuevo hasta la siguiente.

Me la pela si esta historia es verdad o mentira. De hecho mi amigo es un borrachín mentiroso de esos a los que no hay que tomar muy en serio. Cuento todo esto porque el chaval es joven y cuando fue a escuchar al Alban Berg más. Lo cual me sirve como excusa para tratar un par de temuyis a continuación antes de la videoplaylist. La cual también es una excusa. O no. Aquí os dejo el adagio que le hizo flipar en colores.

http://youtu.be/ZvEXaPwQ67Q

No me quiero poner pesado, ni empezar por el principio ni nada de eso, pero me parece que hay que hablar de los problemas que a mi parecer tiene la mal llamada música clásica. Asumo que me van a caer hostias por todos lados y que muchos ya habrán dejado de leer este post. No me importa. Algo sacaremos en claro. Digo la mal llamada música clásica porque la palabra clásica remite a un periodo particular de la música académica, seria… Denominativos que echan para atrás a cualquiera. De nuevo, las palabras y sus problemas. De ahora en adelante escribiré MA (música académica) para no espantar al personal.

En Madrid capital se puede escuchar MA en un puñado de espacios: el Auditorio Nacional, el Teatro Monumental, la Fundación Olivar de Castillejo, el Teatro de la Zarzuela, el Teatro Real, la Fundación Juan March (por cierto, muy recomendable la exposición “Surrealistas antes del surrealismo” que hay allí ahora), los Teatros del Canal (cuya programación en general habría de ser examinada por especialistas, ¿dónde se ha visto que un bufón tenga su propia corte?) y por supuesto en bodas, bautizos y comuniones.

La media de edad en estos lugares es escandalosamente alta. La MA ha perdido al público joven, si es que en algún momento lo tuvo ganado en este país. Hablo del público joven en general, el que no está formado por músicos jóvenes ni por familiares y colegas jóvenes de músicos. Y con juventud me refiero a aquellos que tienen entre 15 y 40 años, años arriba años abajo.Y es preocupante lo de la pérdida de público joven por eso de pensar en el público de mañana.

Hoy vayas donde vayas presencias un desfile de abrigos de piel, y después en la sala la performance de siempre. La abuelita que abre un caramelo con una mano mientras con la otra se abanica y todo ello moviendo las pulseras de oro. No me entendáis mal. No tengo nada en contra de las personas de edad avanzada. Yo también tuve abuela. Pero me parece que hay que dudar de los que las personas hacen por mera costumbre. De todas formas, prefiero a la abuelita ruidosa que va por costumbre abonada a los lugares antes mencionados que al otro gran público mayoritario que allí te encuentras. Los snobs. A esas personas que encuentran en estos contextos una excusa perfecta para ponerse sus zapatos caros, sus trajes caros, sus vestidos caros, sus abrigos caros, sus colonias caras y después irse a disfrutar de una cena cara porque ir a escuchar MA les llena del orgullo y la satisfacción de pertenecer a la puta élite cultural e intelectual. Laputaéliteculturaleintelectual. A lo mejor exagero y a lo mejor me lo tomo demasiado en serio, pero creo que este último tipo de personas generan en todas las demás una sensación de exclusión que es uno de los factores de la pérdida de público (y ya no sólo joven) de la MA.

Por supuesto que el argumento del precio de las entradas es cierto para justificar la ausencia de los jóvenes en los auditorios. Pero no tanto, porque es fácilmente desmontable con responder a la pregunta de cuánto vale asistir a un partido de fútbol o a un jodido musical en Gran Vía, y cuántos jóvenes asisten. Y entonces pasamos al tema de la educación en los conservatorios, en los colegios y en las familias y me aburro sólo de plantearlo. Pero ya lo he hecho.

Y ahora es donde nos enfrentamos a otro gran problema, al del calado de la música académica contemporánea, que claro que tiene que ver con lo anterior. El debate de la MAC es todavía más amplio y peliagudo. Uff, aquí me pierdo un poco, y además tengo luchas internas con tanto dodecafonismo y atonalismo y serialismo y arte sonoro. Contradicciones supongo nacidas en mi oído tonal. Sé que hay que escuchar todo lo compuesto desde principios del siglo XX hasta nuestros días en la MAC para desmontar códigos y oídos y así aprender a valorar y degustar otras fórmulas (para lo cual volveríamos a hablar de la educación, a otro nivel, y temas por el estilo), pero a veces me cuesta y voy corriendo a buscar armonías conocidas como un niño que no quiere comer judías verdes. Y reconozco que mi deseo tiene mucho de arqueología. Supongo que un poco de cada es la dosis conveniente. Pero al paso al que vamos, si ya la MA de hace siglos muchas veces no es más que una lista de reproducción para darnos un baño con velas de IKEA o la banda sonora de una peli, parece difícil llegar a “popularizar” a nuestros compositores contemporáneos y que acaben por constituir un repertorio al que se vuelva una y otra vez como ahora se vuelve al de Haendel, Haydn, Schumann y compañía. ¿Borrón y cuenta nueva? Pensaré 4´33´´ en ello.

Ya está. Y luego España y sus tradiciones, que sin duda agudizan todo lo anterior. Ayer Daniel Verdú publicó un interesante artículo al respecto en donde retrata la situación de la MAC en nuestro país, describiendo un panorama terrorífico: “La música contemporánea, y gran parte de la del siglo XX, sufre un progresivo arrinconamiento en auditorios y teatros. Especialmente en países como España, donde la crisis económica ha socavado la confianza de unos programadores atemorizados por la caída de público”. Amigos de Centroeuropa, emigrados a Centroeuropa, cuentan que allí un mismo día puedes ir a la iglesia de un pueblo a escuchar las Suites de Bach para cello y después a la ciudad a un concierto para bicicleta y orquesta y que ambos eventos están petados. Me lo creo. Y me parece otro mundo. Pero ya estoy cansado de utilizar energías en decir lo mal que están las cosas aquí, y creo que es mejor usarlas para pensar y hacer que cambien.

Alfred Brendel

Poco a poco llegamos a la videoplaylist sobre la conferencia ilustrada que Alfred Brendel presentó el 6 de noviembre en la sala de cámara del Auditorio Nacional, titulada ¿Tiene que ser la música clásica absolutamente seria?”. No escribiré sobre lo que dijo Brendel, o no me centraré en ello, por varios motivos. El primero es que a veces es literalmente imposible hablar de música, ya que intentarlo sería como “bailar arquitectura”. También porque ya se ha comentado en otro medios. Por ejemplo, el propio Daniel Verdú al día siguiente en otro interesante artículo. Pero sobre todo porque me apetece probar otros medios de difundir la MA. Por si a alguien le pica el bicho y se engancha.

Alfred Brendel. La verdad es que me tiemblan un poco las manos al escribir sobre él. Alfred Brendel (Checoslovaquia, 1931) es uno de los grandes intérpretes que han desarrollado su carrera en el siglo XX. Podría formar parte de un selecto grupo en el que estarían Vladimir Horowitz, Elisabeth Leonskaja, Pau Casals, Isaac Stern, Mischa Maisky, Gidon Kremer, Maurizio Pollini, Martha Argerichy otros. Pero Brendel no es, o no ha sido (dejó los escenarios en 2008), sólo un gran intérprete. También escribe poesía, es comisario de cine, un magnífico escritor y un lúcido teórico, facetas estas últimas que se aúnan en sus conferencias. A sus 82 años acaba de publicar un estupendo libro, De la A a la Z de un pianista. Un libro para los amantes del piano. Texto que esta semana ha servido para una nueva entrada en el blog hermano Bailar, ¿es eso lo que queréis? Es decir, Brendel es mucho más que un pianista, y se agradece que alguien a su edad, en vez de disfrutar de una plácida jubilación, se dedique a seguir ayudándonos a aprender. 

Resultó llamativo aquel miércoles que Brendel tuviera que salir, con su paso renqueante, a recibir aplausos en cuatro ocasiones. Como parte del público, creo que los allí presentes compartíamos la triste sensación de estar despidiéndonos de él, como si todos supiésemos que no le volveríamos a ver. Tristeza que se agranda sabiendo que cuando él y unos pocos más desaparezcan, habremos perdido una forma de entender la MA. Me refiero, entrando en otro delicado debate, a las nuevas generaciones de intérpretes que ahora se consideran los grandes genios de nuestra época. Y sí, señalo porque me sirve de ejemplo más representativo a la estrella china Lang Lang. No dudo de su virtuosismo, y que si es el mejor pianista de un país en el que estudian piano más de 40 millones de personas, debe de ser muy bueno o, como la publicidad se encarga de vendérnoslo, el mejor pianista de nuestro tiempo. Un nuevo éxito de la ley de competencia neoliberal, de la que Lang Lang es otra víctima. Y es que nuestro tiempo se diferencia de otros, entre otras muchas cosas, por generar marcas a una velocidad de espanto, y hacer que los productos se consuman con el mismo ritmo. El problema es que no es lo mismo vender cartílagos de pollos informes que nuestra tradición musical. En una entretenida entrevista en El País a Brendel se dijo al respecto:

Daniel Verdú. ¿Cree que parte de los problemas que se atribuyen a los nuevos pianistas tienen que ver con el marketing de una industria en busca de estrellas del pop?

Alfred Brendel.Sí, y lo hacen muy temprano. Porque las estrellas del pop siempre son jóvenes. Y para el desarrollo artístico de un pianista y su ego eso no es bueno. Un pianista debe tener paciencia para saber que algunas cosas solo se logran en décadas. Cuando yo tenía 20 no me moría por ser una gran estrella en dos años. A los 50 vi que había conseguido ciertas cosas, pero quedaban más aún.

Ahí queda. Por mi parte, siempre me viene a la cabeza una tontería. Pienso en la mañana en la que Schubert se levanta de la cama, ve en su polla los primeros signos de gonorrea, y sabe que va a morir. Y en cómo después mira por la ventana, y en el mundo que ve a través de ella. Y después, no sé por qué, pienso en Lang Lang antes de dar un concierto en el que va a interpretar a Schubert, y en cómo mira por la ventana del avión. Y al pensar en el mundo que ven y en quién lo mira, sufro un cortocircuito sináptico.

La conferencia ilustrada de Alfred Brendel duró más de una hora. Todo muy pensado muy claro y muy interesante. No me detendré demasiado en ello. En cuanto al tema en cuestión, el sentido del humor en la MA, Brendel nos sorprendió con sus análisis musicales, diciendo que las obras instrumentales de Mozart, a quien recordamos como un niño juguetón, no tienen ni pizca de gracia. Tampoco las de Schubert o Chopin. Por el contrario sí que la tienen las de Schumann, y sobre todo las de Haydn y Beethoven. Durante la conferencia, el propio Brendel ilustraba sus argumentos tocando el piano. Durante los breves instantes que duraba su interpretación, se producía siempre uno de esos silencios. La gente incluso se esperaba a toser cuando acababa de tocar. Durante su discurso nos reímos en varias ocasiones, y creo que todos nos fuimos tan contentos a casa, aunque sólo fuera por haber oído música interpretada por Alfred Brendel. Al terminar la conferencia busqué con la mirada al hombre calvo con la mancha de nacimiento en la cabeza, pero no lo encontré. Mi amigo mentía.

Hasta aquí el post. A continuación la prometida videoplaylist sobre las obras de las que habló Alfred Brendel, y algo más. Molaría que con este escrito se iniciara una serie de posts sobre jazz, rap, rock, bakalao… ¿No?

Sonata para piano de Beethoven nº. 26 en mi bemol mayor Op. 81a, El regreso, 1810. Interpretada por Maurizio Pollini.

Sonata para piano de Haydn n.º 60 en do mayor, Hob. XVI/50, Allegro Molto, 1794. Interpretada por Alfred Brendel.

Sonata para piano de Beethoven n.º16 en sol mayor Op. 31, n.º1, Adagio grazioso, 1801. Interpretada por Daniel Barenboim.

“Si un pianista no hace reír al público después de interpretar esta obra debería dedicarse al órgano”. – See more at: http://www.hoyesarte.com/musica/clasica-musica/brendel-demuestra-que-el-piano-rie_140774/#sthash.jDE6Arsp.dpuf
“Si un pianista no hace reír al público después de interpretar esta obra debería dedicarse al órgano”. – See more at: http://www.hoyesarte.com/musica/clasica-musica/brendel-demuestra-que-el-piano-rie_140774/#sthash.jDE6Arsp.dpuf

Bagatela en Do menor de Beethoven, Op. 119, 1803. Ni puta idea del intérprete.


Variaciones para piano en Do mayor sobre un vals de Diabelli de Beethoven, Op.120, 1819-1823. Interpretadas por Sviatoslav Richter.

Concierto para piano nº. 3 de Beethoven, Op.37, Rondó: molto allegro, 1800. Interpretado por Vladimir Ashkenazy.

Y de regalo el Allegro del Concierto nº.5 para piano de Beethoven con Glenn Gould al piano. Para mí aquí la gracia reside en que si el director y los músicos de las orquesta todavía están vivos, seguirán soñando con Gould. Si están muertos, también.

Un Perro Paco

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