La conquista del Real o la cabra no es un perro

La conquita de México. De Wolfgang Rihm. Director musical: Alejo Pérez. Director de escena: Pierre Audi.Teatro Real.

El día de la función me desperté sobresaltado. Me había quedado dormido y corría el riesgo de ser víctima del afán recaudatorio madrileño por eso de tener coche. Sin dudarlo me puse unos pantalones, las gafas sobre las legañas y algo despeinado me arrastré hacia el vehículo. Al salir a la calle en la glorieta del emperador Carlos V estaba desorientado. De pronto me encontré atrapado entre una multitud. Al vislumbrar la tercera bandera y analizar un poco al personal, caí en la cuenta, era el día de la hispanidad,  representaban “La conquista de Mexico”, y yo era un indígena caminando entre las tropas imperiales.

A veces tengo una sensación parecida cuando acudo con mi “modesto” abono de gallinero al teatro de ópera y en las plantas inferiores los diseños de pasarela hacen estragos, pero en días así siento como si el teatro me perteneciera más a mí que a ellos. Un estudio revelaba hace poco que el 75% de las óperas que se programan en el mundo estaban compuestas por un grupo de ocho o nueve compositores en total: Mozart, Wagner, Verdi… Bueno, en mi opinión  Mortier ha conseguido a pesar de todo ofrecer al público nuevas vías que explorar y experimentar, con menos aplausos, eso sí. Si he de ser sincero, no puedo evitar tener dudas en el gusto estético de muchas cosas a partir de la segunda escuela de Viena, salvando notables excepciones como el Wozzeck de Alban Berg (imponente), La conquista de México de Rihm, o El perfecto americano de Philip Glass, (con esta última me aburrí bastante máss), que además han sonado este año allí. Escuchar todo esto me parece un ejercicio formativo y vitalmente necesario.

Cuando al terminar la ópera, la simpática octogenaria sentada a mi izquierda, que solidariamente había aguantado la totalidad de la representación sin tomar las de Villadiego, me comenta pidiéndome paso y casi sin poder dar palmas: “Estoy al borde de un ataque de nervios”, no sabía que su comentario y mi respuesta podrían ser tan acertadas: “Sí, es dura…” le contesté. Y es que antes  no me había dado tiempo a leer absolutamente nada sobre lo que íbamos a presenciar.

Después comprendí que la producción era un éxito, entendida casi como un viaje musical y visual con la disonancia como absoluta protagonista, y la anarquía y el sufrimiento como elementos escénicos fundamentales. Me pregunto que hubiera pasado si la banda sonora de “Cabeza borradora” de Lynch la hubiese compuesto alguien como Wolfgang Rihm. El caso es que la pobre mujer estaba precisamente en el estado que busca Rihm en el espectador.Cuando abráis el programa antes de empezar, os sugiero que os saltéis el argumento (realmente no lo hay), vayáis directamente al poema de Octavio Paz, y al análisis de Russomanno por la importancia del teatro de la crueldad de Antonin Artaud, auténtico motivador de esta obra.

La disposición poco convencional de la orquesta y el coro logra efectos musicales bonitos, con notas y dinámicas que se filtran constantemente en esta maraña sonora. La representación se vuelve casi esférica con el buen trabajo de los músicos y unas excelentes voces, que a veces nos envuelven, acercan o alejan de la butaca. La importancia de la percusión, perfectamente ejecutada, queda patente al comienzo, me quito el sombrero. Un trabajo escénico muy logrado ,la impresionante Ausrine Stundyte en el papel de Montezuma (sólo canta en dos funciones), y la presencia en el escenario de Ryoko Aoki como Malinche ponen la guinda a un denso pero interesante pastel.

Últimas recomendaciones: No se os ocurra sentaros sin ir a mear, puesto que son 105 minutos sin descanso, y sabed que hay importantes descuentos para menores de treinta y de última hora.

Que la disfrutéis, o no.

El Duque del Kas

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