Golpes bajos a las artes escénicas madrileñas: Talent, Fringe y Surge

 Ignacio te lo pintaDibujo obra de “Nacho”, nombre artístico de Ignacio González, presidente NO electo de la CAM, que inexplicablemente no usaron en lugar del huevo como imagen de Surge.

Según Bismark, “Canciller de hierro” y bisabuelo de “la reina sin trono de Marbella”, “la política es el arte de lo posible”. Y aunque lo posible en nuestro país pueda parecer el arte de crear hordas de analfabetos y ricos o en el mejor de los casos de ricos analfabetos, destruyendo o expulsando todo lo demás, de vez en cuando nos sorprenden con estrategias menos evidentes tras las que se ocultan perversas intenciones. Las artes escénicas no se salvan, y menos en Madrid. Estamos asistiendo a un cambio de modelo en el que, salvando las distancias, ciertos acontecimientos dibujan un panorama que recuerda a aquellos campos de concentración nazis en los que los presos debían “representar” a enviados internacionales sus condiciones de vida. Para ellos no fueron factibles otros posibles. Nosotros todavía podemos parar la representación, pero, ¿cuáles son nuestros otros posibles? ¿Cuáles queremos que sean? ¿Qué otros modelos escénicos podemos imaginar?

La Historia o José Antonio Sánchez nos avisó[i] en 2006 del viraje o la evolución desde el final del fascismo en España, tanto en la creación escénica como en los contextos en los que se enmarca (si es que no es lo mismo), desde implosiones independientes sustentadas por años de lucha hasta una “normalización” y posteriormente a una “vulgarización” generalizada, y de cómo los “discursos alternativos” y sus esperanzas de los noventa y principios de siglo XXI en Madrid se vieron aplastados sin piedad conduciendo a gran parte de los sus participantes a un exilio geográfico o interior. La cosa desde el 2006 podríamos decir que alcanzó el paroxismo de la vulgarización, ilustrado por ejemplo por el provincianismo de nuestros teatros públicos o por el Síndrome de la Red de Teatros Alternativos o Síndrome del Chiringuito, y que el consuelo de ciertas iniciativas y festivales, la mayoría ya desaparecidos, no fue suficiente. No fue suficiente ya que dicho aplastamiento provocó el aislamiento de quienes quisieron o pudieron quedarse en Madrid, pero sobre todo porque impidió el relevo generacional, en el sentido de transmisión de lenguajes, de problemas y de soluciones, dejando un silencio enrarecido a las que ahora llegan. ¿Cuántos sobreviven de aquellos “41 creadores de la nueva escena madrileña[ii]”? ¿Los que sobreviven, en qué condiciones lo hacen? Cada caso es particular, por supuesto, pero lo que sí que comparten todos es que les jodieron hasta decir basta. Quien todavía sigue en activo es por cabezonería y por destreza en el arte de la resistencia.

La historia está llenan de pliegues y vacíos y es difícil manejar una escala lo suficientemente lúcida como para dibujar un mapa de la evolución escénica en Madrid y poder situar este momento, todo esfuerzo será inexacto y arbitrario, pero tenemos que ser rápidos y ágiles para desbordar lo que ahora intentan vendernos, ya que se está escribiendo sin nuestro permiso y con nuestra complacencia un nuevo capítulo cuyas páginas son un panfleto publicitario de supermercado chungo, muy chungo. Y es que desde hace un par de años podría decirse que entramos en una nueva fase que completa un recorrido con mucho sentido y mucha mala hostia en el devenir de la creación escénica madrileña: de la “normalización”, pasando por la “vulgarización”, siguiendo por el paroxismo de la vulgarización y ahora, por fin, la más perversa de todas: la frivolización auspiciada por políticas culturales de dilatación.

La frivolización ya se venía intuyendo desde el primer Fringe y el primer Talent, ambos apellidados Madrid al ser marcas importadas a las que recibimos como a suecas en Benidorm, pero el triángulo de la frivolización escénica acaba de cerrarse dos años después con un producto español, madrileño, con Surge. Con frivolidad no sólo me refiero al hecho de parecer que se apoya mientras se explota a una profesión que ha sido condenada por nuestros “representantes”, a cuyos ojos no hemos dejado de ser como aquellos pobres locos medievales que salían de su encierro a bailar por si les caía una limosna. Con frivolidad además me refiero, como decía antes, a una estrategia menos evidente y más perversa. Y es que han conseguido convertir la escena madrileña en un puto menú de restaurante, lo que significa que tenemos que pedir rápido y consumir, sin opción a otras consideraciones. “Frívolo es quien, sin tener razones de peso fundadas en la naturaleza misma de las cosas, tiene que decidirse por esto o lo otro: el color turquesa o el carmesí, el teriyaki de salmón o el carré de cordero, Naomi o Vanessa, los Bad Boys o Depeche Mode[iii]”. Si la frivolidad “encuentra su justificación en una débil diferencia en el seno de un desnivel insignificante”, cualquiera que vea el programa de Talent Madrid, Fringe Madrid o Surge, no podrá si no practicar, como mínimo, un consumo frívolo de artes escénicas, en el que tanto la plusvalía material como simbólica alimenta a la gran máquina de la precarización en la que todos nos movemos como ratas drogadas.

Si seguimos el rastro podríamos remontarnos a las campañas del renacimiento o la removida del off en las artes escénicas de la capital, del supuesto boom de salas alternativas. Así se generó una narrativa compartida que no se matizó con las condiciones laborales en las que se seguía trabajando y mucho menos con la cualidad de los lenguajes escénicos que allí se estaban dando. Siempre hemos sido un país de cantidades, ¿no? He aquí el problema de las narrativas. La removida escénica ha nacido protegida y alentada por los aparatos de poder, lo que nos tenía que haber puesto en alerta desde el principio. No me detendré en este tema porque ya hablamos de él. Pero ha terminado por asentarse en Madrid una telaraña de salas alternativas donde se dan lenguajes poco alternativos que ha consolidado un público entregado. Dabuten. Que se queden con el denominativo. Para ellos para siempre. Hemos de conseguir salir de la dialéctica viciada de alternativo-no alternativo y articular otras fórmulas. Ya. “Por mucho que lo alternativo quiera presentarse como bueno en sí y, por tanto, obstruir la posibilidad de que se dé una alternativa a ello mismo, por el simple hecho de aparecer como alternativo confiesa ya que vive secretamente de aquello a lo que se opone. Lo alternativo-sustantivado sigue, como siempre y a pesar de su ya avanzada edad, viviendo parasitariamente de aquello de lo que se presenta como alternativa; pero, por otra parte, lo no alternativo (igualmente sustantivado), se encuentra arruinado y en fase de demolición debido al éxito fulgurante de lo alternativo, y ya casi sólo subsiste como un fantasma, el fantasma que necesita lo alternativo para seguir presentándose como tal[v]”.

negro black mirrorMientras tanto, continuando con el rastro, dos festivales nos mostraron que se podía ir más allá y obtener rédito tanto del shock generalizado como de las ganas lícitas de la gente por seguir haciendo sea como sea. El Talent, concurso escénico acogido en el absurdo cortesano que son los Teatros del Canal, lleva ya dos ediciones jugando con la razonable ilusión de pisar un escenario “importante”, y sentirse, en palabras de los ganadores de este año, “como Paco Martínez Soria cuando llega a la estación de Atocha en La ciudad no es para mí”. La visibilidad lo puede todo. Y lo saben. El ingenioso periplo mercantil ideado[iv] para ganar el concurso hace que a los participantes les sea todavía más costoso obtener una limosna que a los locos medievales. Con un discurso centrado en los malditos axiomas meritocráticos de la originalidad y la competitividad, y con una estrategia de política cultural de dilatación, Talent Madrid ha conseguido en dos ediciones abrir el culo a cientos de creadores y compañías. Dabuten. Aunque hemos echado de menos al que hubiera sido el ganador ideal de un concurso así: el negro de Black Mirror cuyo gesto radical contra las estructuras de visibilidad y recompensa espectaculares queda desactivado, vuelto en su contra y finalmente absorbido por ellas en su propio beneficio. Ya se sabe, los vanguardistas, estrictamente hablando, siempre han tenido inclinaciones suicidas, y por lo que parece, pocos o ninguno se han presentado al Talent Madrid.

Sin títuloEspacios que apoyan Talent Madrid, la mayoría escuelas de artes escénicas profundamente preocupadas por la dignidad profesional de sus alumnos y egresados.

Aunque en Madrid parece que alguien ha pensado: si los vanguardistas no se matan ellos solitos, convénceles para que se unan a tu bando, por ejemplo importando “el festival más arriesgado de artes escénicas”, el Fringe. Conviérteles en fringers, tronco. Además ahora, como antes en los campos de concentración nazis, no hay que pensar a largo plazo, y si alguno se te viene abajo puedes sustituirlo rápidamente, y así te evitas aquel silencio intergeneracional que por lo menos ha servido para preguntarse qué hostias ha pasado aquí. Fringe Madrid toma nota del pensamiento cortoplacista y se ha instalado con éxito en la pasarela del Manzanares o Matadero Madrid. Un festival cuya historia se ha vuelto en su contra. La marca Fringe nace en 1947 en Edimburgo cuando los rechazados por el festival oficial decidieron montárselo por su cuenta. Pues bien, en el caso de no volarlo por los aires, con argumentos, por supuesto, habría que hacer un Fringe Madrid del Fringe Madrid, en donde el reclamo de los creadores ya no fuera el tipo de propuestas escénicas, batalla que quieren que demos por perdida al haberlo confundido todo en sus carteles amarillos, si no sus condiciones de trabajo. Aunque poco más podemos pedir a su director, Joan Picanyol, quien ya tiene suficiente con no saber explicar qué entiende por vanguardia o alternativo. Como para que entienda lo que es un caché, la creación de contextos escénicos que vayan más allá de la ilusión de recompensa inmediata o la necesidad de apostar contundentemente por lenguajes escénicos con los que se les llena la boca. Los bolsillos ya se le llenaron supuestamente al que fuera su jefe en el Centro Niemeyer, Natalio Grueso, imputado entre otras cuestiones por gastarse 180.000 euros en concepto de cafeterías y restaurantes. ¿Y no invito a nadie a un mísero café? De lo que sí que es seguro culpable Grueso es de su lamentable programación como director artístico de Teatro Español. Gestión a la que él mismo ha puesto final, y no nosotros. Nada nuevo en un país que vio morir plácidamente intubado a su dictador. Ahora tampoco haremos nada para que deje de oler a podrido en la elección del nuevo director artístico del Teatro Español que ha convocado la empresa Municipal Madrid Destino, adscrita al Área de Las Artes, Deportes y Turismo. ¿Área de Las Artes, Deportes y Turismo? ¿Quiénes forman el comité de selección? ¿Cuáles son sus verdaderos criterios? Estas preguntas deberíamos convertirlas en exigencias innegociables, ¿no? ¿Apuestas para el nuevo Director Artístico? Pensando en cosas más alegres, este verano podremos ir a Matadero en bicicleta a tomarnos unas birras, escuchar unos conciertos, y ver decenas de propuestas escénicas de las 555 recibidas en Fringe Madrid. Todo muy amarillo y muy arriesgado. Pero por favor, tengamos siempre presente, sin dejar de pasárnoslo dabuten, la dilatación anal de cada uno de los participantes, las condiciones laborales en las que se enmarca su trabajo y qué será de ellos a largo plazo. Si no, no mola tanto.

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Y con Surge hemos topado. Poco más tenemos hay que añadir. Ya se han puesto demasiado en evidencia ellos solitos, y ha habido buenos análisis en las últimas semanas: aquí, aquí, aquí, aquí… Por darle la vuelta al discurso, tenemos que estar profundamente agradecidos a Surge. Por un lado nos han mostrado que hay dinero para la creación escénica, desvelando las mentiras de años atrás y permitiendo que no nos la vuelvan a meter; y por otro han conseguido poner de acuerdo a todas las salas de Madrid. Algo que no pasaba desde tiempos de Joffrey I Baratheon. Y aquí sí que hay mucho que decir. Sin querer convertir estas palabras en una arenga populista: ha llegado el momento de que todas los teatros de Madrid, perversamente homogeneizados como salas alternativas, cada uno desde su lugar, redacten un comunicado púbico conjunto diciendo NO a Surge, argumentando punto por punto el sinsentido de la muestra; y a lo mejor así, vaya usté a saber, se consigue consensuar unos mínimos en lo que a políticas culturales escénicas se refiere, que es lo que aquí importa y lo que está en juego. Ya están tardando. Si no es posible un comunicado, algo.

Surge ha vuelto a poner de manifiesto lo que aprendimos del juicio de Eichmann (¿otra metáfora nazi?), que para ejercer el mal o el daño no hace falta ser un lumbreras, que con cumplir órdenes con origen difuso basta. Y es que tenemos que creernos que somos mucho más listos que ellos, que ya se ha acabo eso de ir unos pasos por detrás, esto es, responder a sus movimientos sin opción a generar propuestas autónomas, y asumir que las responsabilidad de las políticas culturales es nuestra. De cada uno de nosotros, cada cual en su campo[v]. Porque como dice Marina Garcés: “La cultura no es un producto o un patrimonio. Es la actividad significativa de una sociedad capaz de pensarse a sí misma. Esto es en lo que podemos creer: en la posibilidad de pensarnos con los otros. ¿Cómo darnos esa posibilidad? Ésta es la pregunta con la que política y cultura vuelven a encontrarse. Y se encuentran no para neutralizarse sino para redefinir, simultáneamente, los lugares de lo político y de lo cultural[vi]”.

Y para terminar, invoquemos a la madre del cordero. Rápidamente. ¿Ha de ser el arte, en este caso las escénicas, subvencionado? ¿Debería de sostener el dinero público gran parte de la creación escénica? En caso de responder a la pregunta negativamente, por ejemplo por miedo a que se pueda despilfarrar erario público ayudando a Ignacio González a que perfeccione su arte, la siguiente pregunta es: ¿Pueden ser las artes escénicas ser un negocio? Es decir, ¿pueden mantenerse vivas y generar ingresos con lo que recauden a través de la taquilla y otras vías? Hasta Eichmann sabría que es imposible pagar el alquiler de una sala, la luz, a cada uno de los trabajadores, técnicos, etc., y encima poder dignificar el trabajo de los creadores con un caché. ¿Entonces? Pues volvemos a la primera pregunta y la respondemos afirmativamente. Sin duda vivimos en un momento en el que la devaluación de lo público ha calado muy hondo. La paradoja es que quienes nos han hecho perderle el respeto son aquellos que se han lucrado a partir del trabajo de todos. Por eso es importante mojarse ahora. No en un debate sobre si arte subvencionado sí o arte subvencionado no, si no sobre qué tipo de gestión de lo público en relación a las artes escénicas queremos. Hay que cambiar la actitud victimista reinante en la que nos han hecho asumir que todo nos toca de lejos y nos llega tarde como para hacer algo, y empoderarnos responsablemente de la toma de decisiones. Hacer que el miedo cambie de bando y, si hace falta, respondiendo a Bismark, imaginar imposibles, a ver qué pasa. Sólo podemos ganar.

Un Perro Paco


[i] José A. Sánchez (dir.), Artes de la escena y de la acción en España: 1978-2002, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2006, pp. 15-24.

[ii] Kekejian, M., (ed.) (2010). ¿41 creadores de la nueva escena madrileña se equivocan? Madrid: La Casa Encendida.

[iii] Sloterdijk, P. (2004). Si Europa despierta. Reflexiones sobre el programa de una potencia mundial en el fin de la era de su ausencia política. Valencia: Pre-textos.

[iv]Lo alternativo”, de José Luis Pardo, publicado en Babelia el 6/6/2014.

[v] Primero tienes que colgar un vídeo de tu propuesta y venderte por facebook y twitter para que te voten. Las 10 más votadas, junto con otras 50 seleccionadas por un florido jurado que además apoya los ensayos forman parte de las 60 “obras” que pasan por una serie de galas, de las cuales una por categoría (teatro, danza, circo y artes alternativas -¿artes alternativas?- y espectáculo musical) gana 1000 euros, y la gran ganadora 5000.

 [vi] Garcés, M. (2013). Un mundo común.Barcelona:  Bellaterra.

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