Trabajar sin tocar el suelo

Marc Vives en el festival Eufònic. Foto de Àlex Espuny

Recientemente tuve la oportunidad de ver en tres ocasiones el performance SSSSS de Marc Vives. Primero en un ensayo privado, luego el 20 de junio, compartiendo cartel con Noela Covelo y Garazi Navas, presentado muy idóneamente en Kampai, el espacio en Bilbao donde trabaja y programa el colectivo Tripak, y finalmente, una semana después, en los talleres abiertos de Bilbao Arte.

SSSSS funciona como entiendo que lo hacen todos sus trabajos: la continuación de una larga genealogía que él va alimentando con obras que presenta recurrentemente con más o menos variaciones, haciendo difícil distinguir cuándo acaba una y empieza otra. Así lo pude constatar asistiendo de manera seguida a estas tres presentaciones, en las que mantuvo una misma estructura, aunque ajustándola, agregando elementos y afinando los tiempos en cada ocasión. No podría ser de otra manera si el arte se hace con el propio cuerpo y con lo que llevas puesto.

Yéndome muy atrás, la manera repetitiva del uso de la voz en que se desarrolla el performance recuerda la intensidad de las versiones más simples de los jingles que hizo en el 2007, aunque con más oscuridad que la dulzura de, por ejemplo, el pegadizo Toma Miki. Con Bestué-Vives continuó con sus exploraciones vocales en Acciones en el cuerpo e Historia del Alacrán y más tarde, en su faceta como Black Tulip, disfrazado de chamán con barba pelirroja Marc performaría Karaoke (2009) y Sesión de relajación (2012). De esas primeras experiencias surgieron una serie de performances más entre 2014 y 2017 que funcionaron como precedente del genial La Fiesta (2019), que parte de una conferencia de 1939 dictada por Roger Caillois de título homónimo y que tuve oportunidad de presenciar una versión en el 2016 como parte de un tour-performance de tres horas en autocar recorriendo la montaña de Montjuïc.

Por esa época, Marc experimentó la imposibilidad, como él dice, de organizar y sistematizar, una investigación en torno a esa montaña. Me lo puedo imaginar, como hemos hecho la mayoría de artistas de su generación, intentando ceñir sus métodos a las maneras y protocolos que la era de las convocatorias de arte nos ha impuesto a todos. Esa experiencia o “investigación fallida”, fue en parte el punto de partida de la mítica exposición Es que ahora no puedo en 2018 en la galería ethall. Tras haber regresado a Barcelona después de vivir en Donosti, Marc nadaba a diario durante tres meses en el mar y, en sus palabras: “le hablaba, cantaba, insultaba a Montjuïc… a veces era yo, a veces mi pareja… Un espejo en el que proyectar…” De ahí surgieron videos que hacía con una cámara acuática y que publicaba sistemáticamente en Instagram sin ser editados. Marc eventualmente entendería que, lo que empezó como una actividad rutinaria atraído por la gente que nada diariamente en la playa de La Concha, se fundamentaba en gran parte en el hecho de trabajar sin tocar el suelo, flotando en el agua. Una percepción que, me aventuro a decir, es una intención que atraviesa su práctica en general.

En este complejo entramado autorreferencial, SSSSS funciona específicamente como una ramificación de un vídeo de título homónimo del 2020, realizado también cantando y nadando pero en este caso a partir de material proveniente de una temporada de verano que Marc pasó en el 2018 en S’Agaró, en la Costa Brava. Desde entonces, los aprendizajes y materiales que se manifestaron en ese proceso en el mar se han ido incorporando a una larga serie de “tests y ejercicios” resultando en la versión performance de SSSSS.

Marc Vives en el festival Eufònic. Foto de Àlex Espuny

BOCA CHIUSSA, TROMPETA, CHUPETÓN, POMPITAS, CHASQUIDO, FANGO, RESPI RYTHM, XIU PADRINO, IRR UCS SALO, FLAMEN, LIVRE, ARMONICS… son las descripciones o títulos de algunos de los patrones de sonidos que Marc tararea y repite con su voz en SSSSS a lo largo de unos 30 minutos y que son versiones de un guión proveniente de esos días, años atrás, de nado y canto en el mar. La presentación está marcada por un momento de rara (o falsa) anagnórisis, por tomar prestado este recurso de la tragedia griega, en donde el protagonista revela una identidad oculta hasta ese momento y que conlleva un giro narrativo en la historia. A los 10 minutos aproximadamente, Marc se cuelga dos grandes aros en las orejas ornamentados con pequeñas formas modeladas con residuos amasados de sus comidas diarias, una actividad que yo sabía que viene haciendo de manera discreta desde hace algún tiempo. Inmediatamente después, se quita la ropa deportiva Adidas azul que viste y la coloca en el suelo acomodando el pantalón y la sudadera de manera que las tres bandas de la marca se conectan en ambas prendas, revelando a su vez un pantalón corto trasquilado a manera de taparrabos, decorado de igual manera que los aretes, y el rapado parcial de su cuerpo velludo, con forma de una especie de antifaz o mariposa en el pecho y bandas paralelas en las piernas y brazos que luego, en el desarrollo del performance, se peina con la ayuda del sudor. Este lapso funciona como descanso en la retahíla que Marc provoca, dejándose escuchar algunas carcajadas en el público.

Coincidiendo temporalmente con el desarrollo de la genealogía que nutre este trabajo, Marc ha vivido en varios lugares: Donosti, en Sabadell por periodos cortos mientras dirigía la Nauestruch, brevemente también en Les Planes, Sant Feliu de Guíxols, Bilbao… Siempre regresando por temporadas, creo que un poco a regañadientes, a Barcelona, la ciudad donde nació, vive su familia, estudió y comenzó su carrera. En este sentido me parece reveladora la recurrencia con que Marc se refiere a la montaña de Montjuïc, tan manoseada históricamente y tan importante para la identidad barcelonesa. Marc lleva metido en su cuerpo esa ciudad, que a su vez es un gran cuerpo que lleva metida una piedra a manera de montaña.

A Marc lo conozco desde hace muchos años, lo cual no sé si ayuda para definir sus particulares reglas. Entre sus amigos no es raro escucharnos decir sonriendo que algo que vemos “es muy Marc”, indicio de que por más que él se escabulla, algunas reglas existen y que hay algo muy característico. Cada vez tengo más la convicción como artista de que cada definición que se hace de lo que hacemos supone una pequeña condena y que una parte inherente de nuestra labor tiene que ser saber detectar cuándo debemos resistirnos, aunque esto implica ir en contra del funcionamiento de muchas cosas. En este sentido, escribir este texto e intentar aterrizar el trabajo de Marc, me supone un pequeño aprieto.

Probablemente Marc no estaría de acuerdo con esto que digo, que él no quiere ir en contra de nada, pero pienso que uno de los valores de su trabajo como artista es que involucra esto naturalmente y que por lo tanto conlleva la mejor manera de madurarlo a lo largo de una vida porque ralentiza la velocidad imperante, dilatando en el tiempo lo que entenderíamos como un resultado en su obra. Prácticas como la suya, evasiva y mantenida en el intersticio de disciplinas, desde el primer día son indispensables para aceitar y revitalizar los engranajes de un sistema del arte tieso que a final de cuentas siempre pedirá convencionalidad. Ya nos da alguna pista en la frase de otro de sus jingles: El arte jamás ha de intentar ser popular, el público es el que ha de intentar ser artista.


La noche en que me invitaron a escribir este texto en que me debatí si podía escribirlo, soñé que en realidad la comisión consistía en diseñar y fabricar un cajón muy grande, como de dos por un metro y forrarlo de terciopelo acolchado. El sueño era sobre todo acerca de toda la parte técnica para desarrollar esa estructura y tuvo como desenlace la entrega del encargo y la revelación de que ese cajón lo necesitaban para colocarlo en sustitución del cenicero de un coche gigantesco.

Jorge Satorre

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