BoCA regresa en 2025 sumando a la ciudad de Lisboa, núcleo de la bienal, a Madrid para generar así una suerte de alianza ibérica que lleva el título de Camino Irreal. En palabras de su director, el comisario John Romão, responde a darle una vuelta de tuerca contemporánea a los históricos caminos reales que, a mediados del siglo XVI, los colonos españoles fueron abriendo en América, hasta el ahora estado de California, para mantener el control en los nuevos territorios conquistados, imponiendo la lengua, la religión católica y la cultura europea a la originaria población indígena. Esos caminos de privilegio para los navegadores españoles se convierten ahora en unos caminos para dar espacio a lo irreal, a las disidencias, a lo diferente y a la experimentación en las prácticas artísticas. Un encuentro transversal donde caben performance, artes visuales, danza, cine, música y pensamiento. «El Camino irreal alude a un desplazamiento no solo físico y geográfico, que en esta edición de la bienal se opera entre Lisboa y Madrid, sino también simbólico y discursivo, en consonancia con la identidad de programación de BoCA».

Esta V edición madrileña arrancó en el Museo Reina Sofía y en la famosa Sala 102 dedicada al escultor norteamericano Richard Serra, que se viene reutilizando como lugar para presentaciones desde hace algún tiempo. Entre los espacios que deja su escultura de 38 toneladas y que cuenta, por otro lado, con una de las historias más surrealistas del arte al haber sido la original robada o desaparecida a mediados de los años 80 y sustituida por otra, se sucedió Espiral en Espiral de Naufus Ramírez Figueroa, conectada a su exposición Espectros luminosos, una de las grandes apuestas del museo este año. En esta performance toma una de las ideas principales del statement de la Bienal, el pensamiento crítico decolonial. Ramírez-Figueroa es artista guatemalteco. Toda su práctica artística versa sobre el genocidio silencioso ejercido contra el pueblo ch’olti, el más antiguo de la civilización maya. En la performance traslada a la acción su extensa obra visual, profundizando en una continua exploración acerca del simbolismo, la memoria y las tradiciones del folclore de su país. De Espiral en Espiral entrelaza esa historia colonial impuesta por Europa y Occidente como única con las memorias íntimas e intergeneracionales de la propia familia del artista, a partir de la revisión de la producción y usos de los naipes. Naipes de juego que fueron una fuente económica para la Corona española y que siglos después las mujeres de la familia de Naufus convierten en herramientas para la subsistencia en base a sus orígenes astrales y adivinatorios. Una nueva relectura con perspectiva histórica y unos usos distintos para esos naipes que en una suerte de ritual se transforman en una prenda que cubre a los performers Tania Arias Winogradow y Marcos Pelado Herrera. Ese vestido con carácter de escultura y de peso está compuesto por cartas bordadas al detalle por mujeres artesanas tejedoras guatemaltecas, vinculando así las tradiciones de su propia familia con los saberes ancestrales de Guatemala.
La fisicidad de los cuerpos de los intérpretes, sus outfits blancos que remiten a la pureza y también a los rituales chamánicos, nos sumergen en una teatralidad inmersiva con aires de género fantástico que, a través de los movimientos y uso de los distintos elementos de la naturaleza como semillas, nos sumergen en un universo de magia santera que sirve de metáfora a un artista y una familia que tuvo que migrar a Canadá en 1980 después de la masacre. La práctica artística para revisitar más que nunca el trauma propio y los de un país marcado por el extractivismo colonial, la guerra civil y el desequilibrio social. Naufus Ramírez Figueroa vive y trabaja actualmente en Ciudad de Guatemala.

La filmoteca española acoge durante estas semanas el ciclo Tainted Love, como la canción de Soft Cell, en portugués con el precioso nombre de Malamor (qué bonito suena todo en el idioma del país vecino) dedicado a la dupla de cineastas formada por João Pedro Rodrigues y João Rui Guerra da Mata en colaboración con la cinemateca portuguesa que invita a Los João a organizar una retrospectiva de su obra en diálogo con películas que les gustan y a producir una nueva localizada en uno de los lugares favoritos de João Pedro Rodrigues; así lo confesó en la presentación del ciclo en Madrid el pasado 13 de septiembre la Ermita de San Antonio de la Florida, pintada por Goya.
El cine pensado desde un lugar de afectos, resiliencia, diversidad y riesgo temático y formal. Una propuesta de películas dirigidas por otros que interpelan a la educación sentimental de estos directores, muy en las antípodas de las consideradas obras maestras del cine. Así vemos títulos de John Waters, Jacques Demy, Pedro Almodóvar, Toshio Matsumoto, Eloy de la Iglesia o el francés más radical de los años 70, en los márgenes de la nouvelle vague, Guy Gilles, que inauguró el ciclo con la recuperada Absences, 1972. Una película-poema que habla sobre la fragilidad de la juventud y que se adelanta con el personaje protagonista François (Patrick Penn, bellísimo) a todo el cine marginal con temática de consumo de drogas y aislamiento que tuvo lugar una década después. Las ausencias repetidas de Gilles se proyectaron junto a dos películas cortas de João Pedro Rodrigues, Où en êtes-vous, 2017, y Nude descending a staircase (literalmente el título en pantalla) dirigida y protagonizada por João Pedro Rodrigues en 2020 y que repica en loop el inicio del filme anterior.
La premiere mundial de su nueva película rodada entre Madrid y Lisboa y producida por la Bienal y las dos filmotecas 13 alfileres es una ficción sobre el deseo, los fantasmas y la devoción religiosa a San Antonio. Sabemos que la historia viaja por geografías y tiempos sobrepuestos y disociados de la Lisboa medieval, al Madrid del siglo XVIII reflejado en la pintura de Goya, hasta la Lisboa de hoy, donde los milagros ya no se dan — o tal vez se hayan simplemente desplazado de forma—. «La película es también un ejercicio de cinefilia barroca, en la que la teatralidad del gesto, la exuberancia de los espacios y la tensión entre lo visible y lo oculto construyen una atmósfera ritual y profana».

La bailarina y coreógrafa española Elena Córdoba y el bailarín y coreógrafo Francisco Camacho se reencuentran diez años después en la pieza de estreno Una ficción en el pliegue del mapa presentada en la Nave de las Terneras, una sala municipal en la Arganzuela próxima a MATADERO.
Desde mediados de los 90, ambos creadores se conocían y seguían a través únicamente de sus trabajos. En 2014, el festival Citemor en la localidad portuguesa de Montemor-o-Velho les invitó a crear una pieza a partir de los recuerdos e impresiones que guardaban el uno del otro. El resultado fue un vínculo que perdura hasta hoy. Francisco en el cuerpo de Elena, Elena en el cuerpo de Francisco. En 2025, BoCA Bienal les propone volver a ese lugar y a ese archivo de memoria para trazar un mapa de afectos en el tiempo, sin la obligación de reconstruir ningún pasado común, sino llevarlo al presente, generando un paralelismo con las numerosas incertidumbres y tragedias del mundo que habitamos; el genocidio de Gaza atraviesa simbólicamente toda la obra. Elena y Francisco, con su sencilla, amorosa y detallista complicidad, se reencuentran a través de la danza que funciona como espejo del otro y de las realidades vividas, compartiendo afinidades, nuevas narrativas y unos cuerpos en escena que se tocan, se piensan y se respetan por mucho tiempo. Cuerpos maduros y visibles que poco tienen que ver con la construcción social que ha idealizado la juventud y la normatividad de la belleza del bailarín y bailarina perfectos. Los cuerpos cambian, se transforman y envejecen, los límites pueden empezar a ser también parte de la obra. En otra obra de Elena Córdoba, nos vamos al 2018; ella decía: «La bailarina vieja tiene una ventaja sobre las demás criaturas; ella baila con sus límites como parte de su propia esencia».
La vulnerabilidad, distintas capas y sensibilidades que manejan ambos emociona al espectador tanto como la honestidad de su propuesta. Elena cuenta en castellano, Francisco en portugués. Francisco Camacho transita entre la fuerza de un cuerpo fibroso y masculino con el gesto frágil y suave de la feminidad que describía Jean Genet en su primera novela, la poética Nuestra señora de las flores, que Francisco ha bailado durante décadas. Una sensación sobrecogedora e íntima me cautiva cuando veo los movimientos en solitario de él ante una pantalla en blanco y una única luz cenital. Elena coge literalmente esas flores del título y se las coloca en su cuerpo, parcheando su abdomen con pequeños ramilletes que mueve a través de los movimientos temblorosos de su propio cuerpo. Esas flores, en otro gesto generoso y compartido, fueron dadas al público asistente. La obra de Francisco Camacho provoca temblor en Elena Córdoba; es muy bonito escuchar esa explicación de lo que significa un temblor, «’algo que no está premeditado ni controlado’» en boca de Elena. Algo que deberíamos dejar que suceda mucho más. En la parte final se produce un encuentro más potente aún entre ambos, frente a frente, representando una serie de secuencias a manera de rounds de distintos momentos ficcionados en una relación. Acercamiento, amistad, sexo, peleas, risas, complicidades y baile porque siempre lo más importante es bailar. Durante los rounds, los cuerpos semidesnudos desde el arranque se ven vestidos con camisetas superpuestas en las que prevalecen los colores de la bandera palestina: rojo, verde, negro y blanco. Finalizo este texto como empiezan ellos el suyo, con un clamor y un temblor para que todo lo malo pase; ¡Viva Palestina Libre! ¡Viva a Palestina Livre!
Natalia Piñuel Martín
Imágenes de Natalia Piñuel Martín y María LaMuy







