Viajamos en coche. Atravesamos de sur a norte una pequeña cordillera entre dos rías, la de Vigo y la de Pontevedra. Montes desgastados por el tiempo, laderas tendidas y playas de arena blanca forman la península del Morrazo. Al punto más alto de esa pequeña elevación los autóctonos lo llamamos O Xaxán. Este monte de apenas 600 metros de altura tiene una aparición estelar en uno de los versos de “Miña Terra Galega”, la famosa canción de Siniestro Total que todas habéis bailado alguna vez en las fiestas de vuestro pueblo. Entre las zanfoñas de Ortigueira y la Liga Armada Galega aparecen “Los kafkianos del Jaján”.
Con lo de kafkianos se deben referir a los indígenas de la península. Es cierto que los fuertes vientos que llegan del Atlántico pueden provocar que la visión de las cosas se altere un poco. Un poco solamente.
He convencido a unos amigos de ir a ver una pieza de La Ribot y de paso que me hagan de taxistas.
Por el camino me preguntan qué vamos a ver y les cuento brevemente las tres primeras pinceladas que me vienen a la cabeza sobre María Ribot.
El primer recuerdo que tengo de ella es de la “U.V.I. – La Inesperada”, una asociación informal que agrupaba en Madrid a seis jóvenes coreógrafas a mediados de los años 80. Entre otras estaban por ahí Mónica Valenciano o Elena Córdoba, les digo, porque sé que han visto trabajos suyos y sé que les han gustado.
Después se marchó a Londres y más tarde a Suiza y ahí le perdí la pista. La emigración a lugares más receptivos a su trabajo y a la danza en general parece que fue fructífera y en los últimos tiempos ya se pueden ver con regularidad sus trabajos por aquí.
Lo último que les digo es que sus trabajos contienen mucho humor, al menos así me lo parece a mí. Un humor especial con mucha carga de profundidad detrás, eso sí.
Viajamos para asistir a “LaBOLA” que es la última de las obras que forman parte del programa de Artes Vivas de la Bienal de Pontevedra. La Bienal de Pontevedra nació en 1969 como certamen local impulsada por la diputación y la burguesía local como certamen competitivo al uso. Creció y en los años 80 tuvo un giro en su programación, amplió la visión, se modernizó adquiriendo un cierto prestigio internacional. Tuvo una trayectoria continuada hasta que en 2010, en su mejor momento, desapareció súbitamente con la excusa de la falsa crisis de 2008 que provocó un enorme ERE cultural en Galicia.
15 años después, el verano de 2025, reaparece bajo el título de “Volver a ser humanos. Ante a dor dos demais”. Bonita declaración de principios. Me recuerda al “Humain trop humain” con el que Rodrigo García rebautizó temporalmente el CDN de Montpellier. Una reflexión que podría servirme en general si no recordara que estamos en esta hipócrita Europa nuestra que hasta hace dos día miraba hacia otro lado ante el genocidio de los palestinos y aún ahora mira sólo de refilón y forzada por la presión de la opinión pública.
El responsable de la programación de Artes Vivas de la Bienal es Iñaki Martínez Antelo. Está implicado en algunas de las cosas buenas que pasan en la esquina del noroeste. Ya lo conocíamos de la dirección del MARCO (Museo de Arte Contemporánea de Vigo) en los años que el MARCO molaba. Accedió por concurso público, lo que siempre es de destacar. Allí combinó las propuestas puramente plásticas propias de los museos con otras propuestas de artes vivas. Allí tuvimos la inolvidable experiencia de ver/participar (todos éramos participes) en “Laughing Hole” de La Ribot en 2012, si no me falla la memoria. Después de aquella vivencia de larga duración no se puede decir que no venimos avisados.
Dentro de la Bienal nos ofreció una programación muy variada. Se han podido ver obras de Janet Novás, Cris Balboa, Federico Vladimir y Pablo Lilienfeld o Marc Vives, entre otros. 12 propuestas a lo largo de 3 meses en diferentes lugares de la geografía pontevedresa. Desde una piscina en un complejo deportivo a una nave industrial en Ponteareas, del adro de una capilla en la playa de A Lanzada al Museo do Mar de Galicia en Vigo. También lugares más convencionales como el Teatro Principal.

Esta vez la cita es en el salón de plenos de la Diputación de Pontevedra a las ocho de la tarde.
Entramos en el enorme hall del pazo, pasamos el control del listado de invitaciones, ya que todas las entradas son gratuitas pero hay aforo reducido y debemos reservar con antelación, y nos indican que subamos las escaleras hasta el primer piso.
Las escaleras son monumentales. Del tipo de las que se ven en las películas. Las películas de gente rica con casas grandes. Muy grandes. Mármol blanco, un primer tramo común y en el giro se divide en dos vías que conducen al mismo lugar. Una cristalera que deja ver el salón de plenos. Entramos. Piso de madera y una gigante lámpara de araña en el centro de la sala. Espacio diáfano, salvo por un pequeño estrado dónde están los asientos que deben ocupar las diputadas y diputados en el pleno provincial.
La gente, el público, va muy bien vestido. A la altura de las escaleras de mármol y de los techos altos. A la altura del edificio. Me miro y pienso que al menos no he venido con pantalón corto. Aunque sí llevo las botas de trabajo que no me he sacado en muchos meses. Qué se le va a hacer.
Los que han llegado antes se situaron en el perímetro, les imito y busco un lugar donde apoyar la espalda. Algunos se sientan en sillas de tijera, otros más flexibles en el suelo. Pero casi todos buscamos los lugares donde la posibilidad de que nos ataquen por la espalda sea menor. Salvo algunos valientes. Pienso que quizá a la propuesta le vendría mejor algo de caos en la disposición, pero como no estoy seguro me quedo en el primer lugar que encontré. Nadie ocupa los escaños, que están vacíos y eso me sorprende. O no.
Mientras nos vamos situando, los tres bailarines van llenando el suelo de objetos, la mayoría prendas de vestir. Hay también gafas, algún libro, alguna linterna, zapatos, y otras cosas que no llego a distinguir pues están demasiado lejos. Todo muy colorido. De la gama cromática que se puede denominar llamativa.
Lo que sucede después nadie puede describirlo mejor que La Ribot en el texto que acompaña el programa: «Yo me imagino que podríamos estar todos bailando sin parar, todo el rato, todos a la vez, y haciendo más o menos lo mismo, transformándonos continuamente, pasando por todo tipo de experiencias; partiendo, por ejemplo, de nosotros mismos, intercambiándonos las camisas, los pantalones, los gorros; intercambiándonos los zapatos, las toallas y los vestidos, las formas; intercambiándonos las barrigas, los pelos, las narices, los muslos de pollo, las calaveras, los pelos de camello, las faldas largas, los chubasqueros, las alfombras, las mesas y las sillas, los cigarrillos y las escobas, la música y las luces, los libros, las fregonas y los cuchillos; intercambiar los cuerpos y las vidas, las historias y las mentiras, las mujeres y los hombres; intercambiar los cuernos, las quejas y los culos; intercambiar el nombre, la cara y los pasaportes.»
Esto es exactamente lo que sucede, sólo que en imágenes tridimensionales. Con presencia y con sudor. Los tres cuerpos practican una coreografía con la premisa de no separarse más de lo imprescindible intercambiando sus ropas primero y después sustituyéndolas por las que se encuentran por el camino. El movimiento es constante, no demasiado rápido, pero sin pausa. Salvo cuando deciden que han conseguido crear una buena foto y entonces nos dejan unos segundos que la contemplemos. Y vuelve a comenzar el bucle. Hay un caos aparente, pero también mucha armonía. En su deambular a veces chocan con los cuerpos de los espectadores. No es que nos ignoren y no sepan que estamos ahí. Todo lo contrario. Yo lo sentí como si nos invitaran a sumarse al grupo, a intercambiar las ropas, las barrigas, los libros y también los pasaportes.
Nadie se atreve, claro. Yo el primero. Aunque cuando se abalanza la BOLA sobre mí pienso que huelen muy bien y que no me importaría que se quedaran un ratito más aplastándome contra la pared. La verdad es estaría bien bonito que eso que imaginaba La Ribot de estar todos bailando a la vez sin parar intercambiando y mutando se pudiera dar alguna vez.

En algún momento me viene a la mente algo que le leí a María Martinón-Torres hace tiempo. Ella dice que dormimos con un revólver cargado debajo de la almohada. Y esto es porque todas nuestras células se reemplazan en un periodo de entre 7 y 10 años. Es decir, mueren y nacen células en nuestro cuerpo constantemente. Quizá por eso hay veces que no nos reconocemos en el espejo y tardemos en darnos cuenta de que quien nos mira al otro lado seamos nosotros mismos. La posibilidad de que en esos cambios celulares se produzcan mutaciones que no sean detectadas y neutralizadas por las células vecinas y deriven en una neoplasia maligna están ahí. Constantemente. De ahí lo del revólver cargado bajo nuestra almohada mientras dormimos. Mientras cambiamos nuestro aspecto exterior, las ropas, el calzado, los peinados, por dentro también van cambiando nuestras células.
Abandono mis pensamientos y me vuelvo a concentrar en lo que veo. Y lo que veo son mutaciones benignas. Veo que el público lo está pasando bien. Veo que La Ribot, entre el público, está concentradísima viendo el movimiento constante de sus bailarines. Que ellos tienen un dominio de su cuerpo en el espacio brutal. Esa plasticidad y ese dominio del entorno me hipnotiza. A fin de cuentas, si lo piensas, todo es muy kafkiano. Pero también de una belleza arrebatadora.
En un momento dado, casi al final, se introduce la palabra. Los tres bailarines siguen entrelazados pero ahora con un libro entre las manos. Van leyendo algunas frases alternativamente. Son frases sin conexión aparente. Uno de los libros hace comentarios sobre “Rebelión en la granja” o al menos a mí me lo parece. Otro quizá sea un libro infantil. El tercero algo más contemporáneo y ámbito familiar. Sólo me llega más directa una frase que dice algo de ”prostituir al padre”. Pero no acabo de entenderlo bien. Porque sigo absorto en el movimiento y las formas que van creando los cuerpos.
Mientas leen nos van llevado fuera de la sala de plenos y lo más impactante es que van descendiendo por las escaleras. Se van dejando caer escalón a escalón. Formando un nudo indestructible. Como una comitiva los vamos acompañando. Al final, cuando se detienen, vemos detrás de ellos las mesas de catering que han situado en el hall de entrada.

Es el acto de clausura de la Bienal. Hablan las autoridades, que han estado presentes en el salón de plenos pero esta vez de pie, protegida su espalda con la cristalera de la entrada, controladas las rutas de huida.
Mientras hacen malabarismos delante del micrófono para no llamar genocidio a un genocidio no les presto demasiada atención. Pero al final se les escapa la frase que esa noche me apetecía escuchar en ese lugar. Que la Bienal de Pontevedra tendrá continuidad dentro de dos años, en 2027. Ahora sólo queda intentar que los años pares también podamos asistir a momentos hermosos como el de esta noche. Ya sólo queda la mitad del trabajo.
Volvemos a atravesar la sierra hacia el lado sur de la península buscando nuestras madrigueras. A la sombra de O Xaxán. He tenido suerte y a mis acompañantes les ha gustado lo que han visto. Seguro que podré convencerlos de volver a ir a alguna otra obra a la que no me sea posible llegar con transporte público. Yo también estoy contento. He vuelto a ver a gente que le gusta su trabajo, eso siempre se nota, y me agrada.
Al llegar a casa busco “Homo Imperfectus”, el libro de María Martinón-Torres, pero no lo encuentro. Después recuerdo que lo he prestado. Hay libros que debería leer mucha gente, y este es uno de ellos. Así que bueno es que esté dando vueltas por ahí.
Me asomo a la ventana como alternativa. Se empieza a oler el otoño en las suaves ráfagas de viento que arrastran unas nubes perezosas.
Antoine Forgeron
Imágenes cortesía de la Bienal de Pontevedra







