
Vuelvo a la ría. Al fin. Verano complicado, lleno de muchas cosas. De días que son capaces de contener semanas en sólo veinticuatro horas. Y de largas semanas sin que suceda nada, abrazado a un ventilador, el amor de verano más tierno y metálico que se puede tener en la vejez. Casi me hace llevar al extremo aquello que dijo Heiner Müller: “Ya no quiero amar a una mujer a un hombre a un niño a un animal (…) Quiero ser una máquina”. Es lo que tienen los veranos madrileños, que Müller se me viene a la cabeza y quiero convertirme en una máquina. A poder ser de tipo frigorífico.
Por suerte, cuando el verano debería agonizar y no lo hizo, pude asistir a Free Tour. Un festival maravilloso hecho desde la independencia creativa. Un oasis en la programación rancia e insulsa de Madrid, con los teatros públicos a la cabeza. Deberían darle un complemento salarial a las empleadas de la limpieza de esos teatros de tanta caspa que van a tener que barrer esta temporada. En este enorme festival, desarrollado en espacios tan convencionales en la vida diaria como un restaurante, una casa, un parque, una galería de arte o un descampado donde la ciudad deja de serlo para convertirse en misterio, subyacía la idea de que no tenemos casa. No hay hogar. Ni para vivir, ni tampoco para crear o mostrar. Un triste cielo azul surcado de gaviotas blancas estilizadas con el logo de la legión cóndor tatuado en sus alas.
Vuelvo a la ría. Me asomo a la ventana de la cocina y huelo la llegada del otoño. Pienso que de alguna manera aquí sí tengo casa. Casa como lugar de refugio, como lugar de hacer y no cuestionar. Como habitación propia también. Como lugar amable en todos los conceptos que puede abarcar el verbo amar. A fin de cuentas, todos aspiramos a un espacio donde no pasar hambre, frío o sueño.
Y sin poder esperar me asomo a la programación del Teatro Ensalle. Para ver qué alegrías voy a tener en los próximos meses. Además de las obvias de poder ponerme un forro polar en algún momento y de estirar un edredón bien gordo sobre la cama. Lo hago casi como un anticipo, como un aperitivo que degustar tranquilamente y salivar. Ruge el estómago, segundo lugar donde más neuronas se acumulan en el cuerpo humano, y ellas saben, claro que saben.
Para este otoño en Vigo, Raquel Hernández, nos propone acercarnos a seis trabajos diferentes. Cuatro de ellos son creaciones específicas para la sala. Las otras dos son obras que ya han tenido recorrido en otros espacios y llegan ahora navegando hasta la ría. Los cuatro últimos de esta serie se agrupan bajo el paraguas del festival Catropezas en su XX edición y que suele agrupar las obras del mes de noviembre en la sala y se acompaña de algún tipo de taller o curso intensivo. El de este año de Body Weather a cargo de Andrés Corchero. La sala no descansa esos días, vamos.
Van a continuación unas pequeñas notas kafkianas para acercarme a cada una de las propuestas que podremos ver antes de que las putas luces de navidad nos cieguen a todos y necesitemos gafas de sol en diciembre. Ya lo anticiparon Os resentidos hace mucho tiempo. “Fai un sol de carallo / haiche muito yeyé”. Algunos yeyés, por desgracia, en altos puestos de mando municipales.
A diferencia de un festival, que se acerca más a un menú degustación con muchos platos y postres y sobremesas y cafés y copas y sobremesas y copas y cafés y más copas, un atracón en toda regla de mezcla de sabores intensos que inevitablemente deja un bajón parecido a la resaca al terminar, tener una programación estable es siempre mejor para la dieta. Y ya vamos teniendo una edad. Y también me gustan los festivales, eh, que uno es mayor pero no tanto.
Y vamos allá al fin. Tanta digresión no sé si puede ser buena.
Intermitencia + Ensalle “Innombrable” 17, 18 y 19 de octubre. 20:00h

Acaban de llegar de México. Once funciones de su penúltima obra, Sobre, en seis estados diferentes de los Estados Unidos de México, que por lo que leo sigue siendo el nombre oficial de la República Mexicana. Y por lo que me cuentan tiene sentido lo de los estados porque cada uno es de su padre y de su madre. Y nada tiene que ver el estado de Guerrero con el de Chihuahua y el de Chiapas con San Luis Potosí.
Pues no contentos con pasarse parte de agosto y septiembre de gira por allí ahora se traen a Galicia a dos artistas mexicanos para seguir trabajando. Esta vez a este lado del Atlántico.
Se trata de Cristel Romo y Caín Coronado, que forman la compañía Intermitencia Teatro. Parece que en algún momento estuvieron de alguna forma ligados al teatro El Rinoceronte Enamorado de San Luís Potosí y aunque ahora ya no están allí no me resisto a dejar de citar un nombre tan hermoso para un teatro. Por si algún día cunde el ejemplo.
¿La propuesta? Juntarse y hacer. Dos semanas y mostrar. ¿Sencillo, no? Bueno, detrás hay mucho trabajo. Experiencia también, pero sobre todo apertura de miras al abrir los brazos y acoger.
Por lo que oigo quizá se hable de la memoria de México, de la relación con los colonizadores y de la ruptura de la forma, pero igual no. Tal vez se pinchen vinilos, pero es posible que no se haga eso y se opte por cualquier otra cosa. En cualquier caso allí estaré. Y si todo va bien lo contaré por aquí.
Como anticipo nos dejan unas frases. Entrecorto y copio: “Como una vuelta a la conquista, ahora dos mexicanos llegan a las costas españolas para hablar de eso que ya no se dice o aquello que nunca debió ser pronunciado o simplemente eso que no tiene sentido… Una luz se enciende sobre el escenario…”.
AveLina Pérez “Segunda man. Estado aceptable” 24, 25 y 26 de octubre. 20:00h

Por seguir con el copia-pega empiezo con la presentación de la obra que no puede ser más sugerente. “Ofrécese muller, dada de alta na seguridade social, para agarrar man de moribundo no último lance. Prezo, 35 €/h. Cóbrase por adiantado”. Con esto debería llegar para, al menos, despertar la curiosidad de cualquiera. No creo que haga falta traducirlo, pero si alguien lo necesita que me diga.
Lina es una de las artistas residente en Teatro Ensalle. Allí residimos unos cuantos, algunos oficialmente y otros de estrangis, pero que no se enteren.
En Ensalle hemos tenido ocasión de ver gran parte de su creación desde 2017. De hecho, Segunda man es una especie de reposición ya que se presentó inicialmente en 2023. Ahora tenemos la oportunidad de ver la evolución del trabajo.
De hace dos años recuerdo una mesa alrededor de la que estábamos sentados apenas un puñado de personas porque era un proyecto para público reducido, unos auriculares y unas proyecciones de vídeo. Recuerdo que las voces me llegaban a través de los cascos y que me evocaron a algún cuento de una Mariana Enríquez nacida en el barrio vigués de Teis, pero en aquel momento estaba obsesionado con la escritora porteña porque los papás de Cleo me regalaron un libro de ella y buscaba referencias en cualquier parte. Así que no os fieis mucho de mí.
Siempre es mejor ir a voces más claras y autorizadas que mi recuerdo, que tiende a modificarse con el tiempo, y leer lo que Afonso Becerra escribió entonces en Artezblai: “¿Será el humor lo que nos salvará? Hay quien piensa que es el dinero. Con él podemos conseguir casi todo excepto la salvación. Se compra. Se vende. Se busca. Se ofrece. Verbos sin los cuales casi no podemos comprender la sociedad actual, sobre todo la que va tirando. Y luego también está la soledad. Ese lugar del que mucha gente huye. No toda”.
Afonso escribe muy bien. Y Lina no se queda atrás. Será un placer volver a sumergirse en sus palabras y dejarse llevar. Está bien eso de volver a ver una obra viva pasado un tiempo. No sólo puedes ver cómo ha cambiado la obra si no que, si prestas atención, puedes incluso ver cómo has cambiado tú. Aunque eso dé mucho miedo.

Me cuesta mucho escribir sobre Antonio Fernández Lera. Por un lado pienso que podría rellenar tantas páginas que colapsaría el servidor de Teatron. Por otro lado pienso que ni así llegaría a decir una pequeña parte de lo que me sale del corazón. Con él no puedo ser objetivo. En realidad no puedo ser objetivo con nada, pero con algunas cosas puedo, al menos, tomar algo de distancia.
Antonio, para que os hagáis una idea, es de las pocas personas que si no existiesen habría que crearlas. No digo inventarlas o imaginarlas, digo crearlas. Aportando todos un poquito de nuestro talento, nuestra constancia y también nuestra discreción tendríamos sólo para empezar. Lo digo con conocimiento.
Si no me hubiera cruzado con él cuando tenía dieciséis años, aunque fuera tangencialmente, habría muchas posibilidades de que no estuviera aquí sentado escribiendo. Ya os contaré antes de empezar el tomo II, para que hagáis sitio en vuestras bibliotecas. Es una historia de amor, no temáis. O sí.
Antonio regresa a Ensalle. La última vez hace ya unos años con la creación de la serie Vida y materia / Entreactos / Poemas lentos. A Raquel Hernández, Artús Rei y Pedro Fresneda (equipo titular de Ensalle) se sumaba en aquella propuesta Carmen Menager en una creación específica para la sala. Hace ya unos cuantos años porque la obra de Antonio es, más que lenta, pausada. Porque Antonio es un poeta y cada respiración no sólo está meditada sino que ha sido vivida.
Ahora vuelve a emprender otra creación basada en su nuevo libro de poemas Una obra imperfecta. Tres variaciones (Ed. La Garza Roja, Pinto, 2025).
Para acompañarle nadie mejor que la más guapa y además de eso mi violinista preferida, Elena Vázquez, y la presencia, siempre poderosa con esa voz que nos podría arrastrar a donde quisiera, de Gonzalo Cunill.
Os dejo como anticipo con el primer verso del libro, quizá de la obra: “Qué mierda de guión es éste”.
Amalia Fernández “Solala” 14, 15 y 16 de noviembre. 20:00h

Uno de los primeros recuerdos que tengo de Amalia me ha acompañado todos estos años desde entonces. Estamos a finales de los 90, con la difunta Sala Galán en plena actividad. Adivina en plata de el Bailadero. Mónica Valenciano, Raquel Sánchez, Amalia Fernández y Félix Santana (¿dónde estás, Félix?). Cuatro seres escapados de un cuadro de Goya que aterrizan en Polonia sin ninguna necesidad y después de dar una vuelta por Galitzia vuelven a huir perseguidos por un irritado Tadeusz Kantor llegando finalmente a Santiago de Compostela y a la otra Galicia, la buena, la mía. Cuatro seres que deambulan por el teatro diciendo sus cosas. Contándonos sus anhelos más profundos. Y en esto va Amalia y suelta sin anestesia: “Quiero vivir en una casa que desde la sala tenga vistas al Obradoiro y desde la cocina al Sacromonte”.
Mas de 20 años llevo creando versiones de esta imagen en mis sueños. Cambiando al Obradoiro por la ría de Vigo y el Sacromonte por el monasterio del Escorial, la plaza de Lavapiés o la medina de Tánger…
Amalia estará en Ensalle con Solala, una obra que comenzó a trabajar en 2022 y ya ha tenido un cierto recorrido. Según dice, la obra ha ido evolucionando hasta convertirse en un tríptico que se puede ver seguido.
Siempre que me hablan de trípticos me viene a la mente El jardín de las delicias de Hyeronimus Bosch, como a todos. Pero no por lo obvio. Porque para mí lo mejor de ese cuadro es que tiene bisagras y se puede cerrar sobre sí mismo. Entonces aparece el reverso de las famosas tablas también pintado. A esa nueva fachada el pintor le llamó La creación del mundo. Si podéis id al museo del Prado en horas gratuitas y corred a ver esa obra. Mirad desde el ángulo adecuado. Vais a flipar. Y un día desarrollaré mi kafkiana teoría sobre esto, pero no hoy.
Yo por mi parte iré a flipar a Ensalle y después le preguntaré si al fin ha encontrado su casa con las dos fachadas. Yo sigo buscando la mía con las dos escaleras sin descanso desde entonces.
Andrés Corchero “Palíndromos y viceversos” 21, 22 y 23 de noviembre. 20:00

Cuando de joven empiezas en este tinglado de las artes escénicas cada descubrimiento es un mundo que se abre. Recuerdo cuando me regalaron los primeros textos de Heiner Müller y flipar leyéndolos (fue Antonio Fernández Lera quien lo hizo, para más detalles ahí arriba). Y recuerdo después comprar por casualidad las Pavesas de Samuel Beckett y querer montarlas y enseñarlas todas. Recuerdo cuando vi por primera vez en vídeo Café Müller de Pina Bausch o cuando pude ver en Lisboa Alice de Bob Wilson y, casi lo más importante, una pequeña instalación suya en una pequeña galería de arte, Alice-Two Rooms, que me sigue rondando la cabeza porque me la hizo estallar para siempre.
También me hizo estallar la cabeza, más moderadamente debo decirlo, conocer la danza Butoh. Por aquellos mismos tiempos. Fue mi hermana Estela Lloves quien me la presentó. A mí me revolvió la cabeza, pero a ella todo el cuerpo. Y ahí empezó su periplo, que le llevó a Barcelona, a Japón, de vuelta a Madrid y finalmente a Berlín, para ya quedar bailando por Alemania hasta ahora. A Barcelona se fue a estudiar con Andrés Corchero, en aquel entonces uno de los embajadores de la danza japonesa en la península.
Corchero es un coreógrafo de largo recorrido. Haberlo visto una vez implica que quieras volver a verlo. Por algún lado tengo una foto de un dúo de Andrés con una silla de madera de tijera delante de la Capela Xeral dás Ánimas en Santiago de Compostela. Fue en el primer En pé de pedra, aquel festival de calle que tantas alegrías nos dio en su momento y que no entiendo cómo no se ha reproducido en otras ciudades de las muchas ciudades de piedra. ¿Nadie tiene acceso a un concejal de cultura manirroto de alguna ciudad patrimonio de la humanidad? ¿Fotos comprometidas? ¿Nada? Si hay algo avisad, porque hay un idea ahí.
Corchero ha puesto en pie multitud de obras. Con su compañía Raravis y también colaborando con músicos y poetas, algo que hace habitualmente.
Para esta ocasión crea una pieza especial para Teatro Ensalle junto a dos artistas gallegas, la poeta lucense Nieves Neira y la violoncelista viguesa Macarena Montesinos, habitual de la sala y con la que tuve la suerte de trabajar en alguna ocasión.
Como no conozco la poesía de Nieves busco y encuentro. Me quedo prendado con dos versos: “O home que fai nevar en agosto reúnenos á súa volta / e conta todas as historias que son a mesma historia”. Su libro, por si lo queréis comprar, se llama Neve de agosto (Ed, Chan de Pólvora, Santiago 2022). Yo voy a pedirlo. Robar poesía en una librería me parece un poco feo, aunque sea en la de El Corte Inglés.
Daniel Navarro “El vuelo” 28, 29 y 30 de noviembre. 20:00h

Últimamente me pasa bastante que me alegro cuando voy a ver alguna cosa y no conozco a casi nadie del público. No es que no me guste dar abrazos y encontrarme con personas a las que aprecio. Sigue gustándome y me resulta agradable respectivamente. Pero también me gusta ver gente nueva aunque no vaya a compartir más que los minutos necesarios para asistir a una obra. Debe de ser porque en el fondo tengo miedo de que nos quedemos encerrados en un círculo endogámico. Me preocupa, no lo puedo remediar. Y porque también me gusta ver cómo respira la gente desconocida, ver cómo es la energía que recorre el patio de butacas ese día. De eso se pueden sacar muchas derivadas, pero no ahora.
También me gusta ver obras de artistas a los que no he visto nunca. Siempre que vaya bien asesorado, claro, y Raquel tiene barra libre con mi cuerpo, mis ojos y mi tiempo.
Pregunto un poco porque también escribo para vosotras. Y me cuentan que Daniel es un bailarín canario. Que además de la danza contemporánea también ha transitado el mundo de la danza urbana. Que ya ha estado por la sala en alguna ocasión. Y que ha trabajado con Dani Abreu y Paloma Hurtado.
La verdad es que tampoco quiero hacerme una idea precisa, sólo un par de pinceladas.
De su obra dice: “Cambiar las mecánicas: mirarnos al espejo y reconocernos en lugar de ver una distorsión, dejar de luchar en contra para empezar a luchar a favor, comenzar a volar teniendo los pies en la tierra…”.
Al ver su programa veo que de las luces se encarga Alfredo Díaz. Y repasando me doy cuenta de que no he hablado de ningún técnico aún. Pues es el momento, aunque sea casi al final. Os digo. Si alguna vez veis un programa de mano y aparece como iluminador Alfredo Díaz Umpierrez no lo dudéis y entrad. Salvo que la entrada sea demasiado cara. Entonces ampliad vuestra visión y averiguad más cosas. Incluido, si es un teatro público, por dónde os podéis colar.
Se prepara un otoño bonito. Lleno de muchas cosas, pero sin necesidad de ir corriendo, acelerándose. Una de las cosas que más me gusta de la periferia es que puedes llegar despacio a cualquier otra periferia. Sólo hace falta ir bordeando los centros de poder y mirando el paisaje mientras tanto.
Y en esta reivindicación de la periferia y su vida propia que me he marcado como pauta a la hora de escribir en Teatron, no me olvido de ver con amor el enorme festival que se han montado en Algeciras los camaradas de Box Levante. SUR, le han llamado, Festival de escénicas del Estrecho, de apellido. Lo de estrecho es geográfico, os aclaro, porque por lo demás todo es inmenso. Leo un montón de nombres que no conozco y me gusta. Pero no voy a esconder la gran alegría que tengo al ver, entre tanta gente guapa, el nombre de Fernando Renjifo.
Igual no os lo creéis, pero si lanzo una botella al agua en la ría de Vigo es muy probable que llegue hasta el puerto de Algeciras arrastrado por las corrientes buenas. Les mando un mensaje. Ahí va. Y si no creéis en el poder de los mensajes dentro de una botella peor para vosotros. He puesto sólo dos frases cortas: Desde el río hasta el mar. Viva Palestina Libre.
Antoine Forgeron







