
La sentencia de Adorno de que “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie” se cita a menudo sin tener en cuenta que el filósofo alemán se retractó poco después: “el sufrimiento perenne tiene tanto derecho a la expresión como el torturado al grito”. Nothing Will Remain Other Than The Thorn Lodged In The Throat Of This World de Noor Abed y Haig Aivazian es uno de esos necesarios gritos.
El título de esta obra deriva de las últimas palabras de Wadih Sanbar a su hijo, el historiador y poeta palestino Elias Sanbar. En su agonía Wadih le dijo: «No estés triste. Nadie conseguirá deshacerse de nosotros. Palestina es una espina clavada en la garganta del mundo. Nadie conseguirá tragársela. No te preocupes».
Si bien una de las estrategias de la propaganda sionista consiste en enumerar otros genocidios en curso para distraer de las atrocidades que los israelíes perpetran contra los palestinos, hay varios aspectos de la barbarie israelí que resultan únicos. En primer lugar está la responsabilidad europea en la creación del estado de Israel, con la implicación del Reino Unido mediante la Declaración de Balfour de 1917 antes mismo de la constitución oficial del Mandato británico en Palestina (1920-1948). Esta responsabilidad europea se ve acrecentada tras la Shoah y la transformación del trauma en arma de destrucción masiva. Ha habido otros genocidios en la historia pero ninguno donde los genocidas se presenten como víctimas. Como dijo Golda Meir: “nunca perdonaremos a los árabes que nos obliguen a matar a sus niños”. Solo la capitalización simbólica del holocausto puede explicar que occidente cerrase los ojos ante la brutalidad de la Nakba. Pero hay un trasfondo que va aún más lejos. Se trata de la mentalidad colonial, nacionalista y racista conjugada con los desmanes tecno-neoliberales y extractivistas que combinan el negocio de armas, el desarrollo de tecnologías distópicas de control y la especulación inmobiliaria ligada al robo de tierras. El ministro de finanzas ultra Bezalel Smotrich admite abiertamente que hay un plan de negocios para que norteamericanos e israelíes se repartan los beneficios inmobiliarios tras apropiarse de Gaza. En definitiva, las atrocidades de Israel contra los palestinos son un concentrado del horror inscrito en las dinámicas imperialistas de occidente. No solo está en juego la liberación del pueblo palestino, sino la posibilidad de purgar nuestra propia cultura de formas de hacer y pensar aterradoramente destructivas.
La referencia a la garganta en el título de la pieza de Noor y Haig no podría resultar más oportuna, ya que la pregunta capital es quién tiene derecho a respirar. George Floyd repitió “I can’t breathe” 27 veces durante el asalto policial que condujo a su muerte. “I can’t breathe” fue también una de las últimas frases de otras víctimas negras de la violencia policial estadounidense como Eric Garner, Javier Ambler, Manuel Ellis o Elijah McClain.
Hay una conexión directa entre la expulsión de los no cristianos de la península en 1492, el genocidio indígena en América (el santo Santiago Matamoros fue rebautizado Santiago Mataindios), el tráfico de esclavos de indianos como Antonio López o Josep Xifré, el supremacismo blanco norteamericano, los abultados vestigios del apartheid sudafricano y lo que está ocurriendo en Palestina. Se trata del convencimiento de que hay pueblos y etnias que no son realmente humanos. O que podemos ignorarlo siempre que eso resulte en un beneficio económico. No es casualidad que las primeras palabras de Nelson Mandela tras el fin oficial del apartheid fuesen “nadie será libre hasta que Palestina sea libre”. Ciertamente, esta espina no hay quien se la trague.
Los sonidos que emite la garganta solo son posibles si se garantiza el derecho a que el aire transite por ella. Los jadeos se convierten en el emblema de aquellos que viven asfixiados. ¿Qué sonidos emite una garganta cuando el derecho a la vida no está garantizado? ¿Cómo se acelera la respiración? Pero también, ¿qué sonidos podemos emitir para sanarnos a nosotros mismos y a los demás? ¿Qué sonidos son capaces de generar identificación? En su exploración sonora, la pieza de Noor y Haig habla también de la tortura sónica como una de las tácticas israelíes en el Líbano y Palestina, algo que cobraba protagonismo en Air Pressure, la performance de Lawrence Abu Hamdan que vimos en Hangar en 2023 gracias a la colaboración entre esta institución, La Virreina, La Casa Encendida y el Festival Domingo.
Sin embargo, la singularidad de la pieza de Noor y Haig tiene que ver no sólo con su capacidad para tratar el sonido desde diferentes puntos de vista sino sobre todo con su habilidad para captar su esencia simbólica. Las ondas sonoras resuenan por los cuerpos sin respetar los límites que supuestamente conforman al sujeto neoliberal. En el sonido se esconde una de las posibles claves para desmontar lo individual y construir lo colectivo. Por eso en determinadas ocasiones a lo largo de Nothing Will Remain Other Than The Thorn Lodged In The Throat Of This World se pide al público que una su voz a la de los intérpretes para generar una especie de coro. En ese coro radica la potencia de un movimiento colectivo e interseccional cuya necesidad resulta cada vez más acuciante ante los fascismos que ya están aquí. Pongámonos manos y gargantas a la obra.
Alonso del Castillo
Nothing Will Remain Other Than The Thorn Lodged In The Throat Of This World se presenta en inglés con subtítulos en castellano el sábado 25 de octubre a las 20h en La Escocesa gracias a una colaboración entre esta entidad y el festival Sâlmon. La entrada es gratuita y basta con registrarse aquí. Noor Abed es una artista palestina que trabaja en la intersección de la performance y el cine, combinando formas de lo «escénico» y lo «documental». Su práctica examina las nociones de coreografías sociales y formaciones colectivas, buscando la conexión entre la noción de «sincronía» y la acción social. Este año presentó en el Museu Tàpies A Night We Held Between y ha ganado el Gran Premio de la Bienal de Ljubljana de Artes Gráficas. Haig Aivazian aborda la naturaleza metamórfica de tres tecnologías: la luz artificial, la informática y la ley. Su trabajo, que abarca diversos medios y modos de interpelación, está animado por la investigación y los descubrimientos fortuitos, donde la historia es un zumbido omnipresente que conjura y choca contra futuros degradados y los persistentes esfuerzos por sobrevivir a los mismos. Alonso del Castillo es un comisario nacido en Granada que reside en Barcelona desde 2023.







