Artista externo

Foto: Sandra Figueras Valls

0.

El sábado por la mañana Montjuïc es un hormiguero de gente que se mueve en todas las direcciones. Hay un escenario al costado del MNAC donde los alumnos del Conservatori (CSD) interpretan unas piezas. Una voz anuncia la actuación, no consigo enterarme de qué se trata, tengo la sensación de que en Barcelona siempre pasan cosas al carrer. Se oye música mezclada con voces, con otras músicas. Todos parecen disfrutar del suave aturdimiento de una mañana soleada de otoño. Paso deprisa, sorteando turistas, vendedores, familiares… todos convertidos en público. Los cuerpos jóvenes de los bailarines embutidos en mallas, vestidos para la escena, cruzan en dirección contraria a la mía. Es una coreografía. Intento llevar a cabo mi papel con la mayor limpieza posible en la ejecución, cuando me choco con un moño. «Perdón» —le digo— y el moño me sonríe y continúa su camino. 

Voy un poco justa de tiempo y llego corriendo al vestíbulo del museo. He venido a ver una pieza de Esteban Feune de Colombi, dentro del programa Enmedio—Guèisers, comisariado por Marc Caellas. En el texto de presentación, Marc dice que el programa Enmedio «propone utilizar el Museo como un espacio de experiencia, donde ocurran cosas más allá del aparente estatismo patrimonial; de hecho, que activen el Museo como un espacio de relación, de relaciones y de conocimiento. Para ello, recupera prácticas que incorporan la performance, la teatralidad, el acontecimiento y la ficción». 

La pieza de Esteban es la segunda de cuatro que forman este pequeño ciclo. Se llama: «Artista externo». Una mujer me indica por dónde va el grupo que se dirige hacia el lugar donde comienza, la primera parada de una caminata. Les sigo. 

Volvemos a pasar por el escenario que acabo de dejar atrás. Veo que el moño está ahora en él, junto a otros cuerpos-moño que hacen arabescos con trajes de encaje. La música ha subido de volumen. Los espectadores están sentados. Continuamos. Bajamos unas escaleras y nos detenemos en una pequeña explanada entre árboles. Reina aquí un silencio que contrasta con la algarabía de unos metros más arriba, que llega amortiguada, que casi se nos olvida. Delante de nosotros hay un obelisco coronado por un busto. Es el monumento a Frédéric Mistral, uno de los líderes del movimiento felibrista, «asociación literaria que protege y cultiva el occità». Esto nos lo cuenta Esteban, que nos dice también que Gabriela Mistral cogió el apellido prestado de ese hombre encaramado ahí en lo alto. A ambos, a Frédéric y a Gabriela, les dieron el premio Nobel. Esteban comenta divertido que en el caso de Gabriela el apellido fue una buena elección. Los apellidos, por otro lado, siempre han asegurado prebendas cuando son los correctos —pienso. 

El cuerpo de Mistral es ese obelisco de piedra. Siempre he pensado que los intelectuales hombres no tienen cuerpo, que su cuerpo raramente se representa. Pienso en la fotografía de Simone Weil en la que se ven sus hombros. ¿Hay alguna fotografía de un filósofo al que se le vean los hombros? 

Hay unas inscripciones en el cuerpo-obelisco-piedra de Frédéric que fueron borradas durante la dictadura y luego reescritas en el 2014. Las que están en el lado donde me encuentro, dicen: «Ah! se sabien entendre / Ah! se me voulien segui»

Y seguimos a Esteban.  

1.

Nos cuenta Esteban que hace casi un año que recibió la invitación de participar en el programa Guèisers  y que le dieron una acreditación que decía «Artista externo». Él llega siempre por el mismo camino al museo y en ese trayecto, la parada del monumento a Mistral, es la primera etapa de sus frecuentes paseos por la zona. 

A raíz de esos paseos por el interior y también por el exterior del museo, Esteban se fue encontrando con muchos artistas callejeros que trabajan en los alrededores de la institución. Ellos son también artistas externos—nos dice.  

Para llegar a la próxima parada: las salas de románico del museo, volvemos a subir y pasamos una vez más por el escenario de camino al museo. «Ah! se me voulien segui». Ahora hay otros dos cuerpos en escena y ni rastro del moño ni de su propietaria bailarina. La danza continúa. Nosotros somos también una hilera para ser mirada. Ellos, los que nos miran, son los espectadores de los espectadores. Esteban lleva su acreditación de artista externo y nosotras, un distintivo de espectadoras de color verde. El primer artista externo es él, disfrazado de guía. El segundo artista es el joven Simón, llegado de Córdoba, Argentina. A Simón le encontramos situado, con su guitarra y su amplificador, delante de la lapidación de San Esteban, que es la primera pintura mural que fue traspasada, de la iglesia donde se encontraba originariamente, al museo. Esteban nos habla del strappo, la técnica con la que se desprenden los murales de su lugar de origen, y pienso que este paseo es también como un strappo en el que se desprende a los artistas callejeros del suyo y se les “coloca” dentro del museo. 

A Simón le gusta Monet y adoptó el nombre artístico de ‘Simonet”, que en Catalunya se transforma en ‘el pequeño Simón”. Yo no puedo evitar pensar en Albertine Simonet y en el cogollito de Proust, el lugar de encuentro de Swann con Odette, donde los artistas son decorativos invitados de honor, cubiertos de una gloria tan fugaz como arbitraria.

Cuando acaba la actuación de Simonet, Esteban señala su bolsa, al pie de donde se encuentra tocando el artista. Podemos echar dinero, claro. Me encuentro pensando en el dinero, en la su falta, en lo que se escucha por todas partes: precariedad. La pobreza de los artistas veteranos y la de los aspirantes. ¿Hay que llegar al nombre? ¿Es el nombre lo que proporciona dinero y estatus? Permanezco brevemente delante del cuadro y pienso que los artistas del románico son, también, como los artistas externos, artistas sin nombre. 

Foto: Sandra Figueras Valls

2.

Estamos dentro del museo. Estamos dentro del teatro. Estamos dentro del cine. Estamos dentro del festival, dentro de la institución. Somos artistas, becarias, performers, mediadoras o experimentales. Pensamos, producimos, realizamos, hacemos networking, hacemos videoteasers, nos presentamos en sesiones de pitching, hacemos dossieres, muchos dossieres… Leemos teoría, leemos convocatorias que dictan —en muchos casos— los temas que debemos recorrer. Me da la risa si pienso en que Proust trabajara por “temas”, pero Marcel no vale, Marcel era rico. Conocemos muchos artistas ricos, artistas herederos, artistas que tienen tiempo. Conocemos gestoras culturales, programadoras, conocemos galeristas, conocemos gente en general. Hacemos, investigamos, nos formamos, esto es, ¿adquirimos una forma? Hacemos presupuestos, hacemos facturas, hacemos trampas. Llamamos a otras compañeras artistas. Esperamos que alguien nos llame. Nos ponemos de moda y caemos en el olvido, en plazos cada vez más reducidos, tanto una cosa como la otra. Nos reproducimos en piezas, instalaciones, obras… algunas bien efímeras. Es el signo del consumo. Estamos dentro, haciendo equilibrios, pero dentro. 

Cuando vamos en el coche y pasamos por un túnel, Marina se lamenta de que no llueva. Los túneles solo sirven, en la imaginación de una niña de seis años, para guarecer. Hoy no llueve. Tal vez Marina viera como un desperdicio albergar artistas callejeros en un museo un día que no llueve. ¿Acaso los museos no sirven para lo mismo que los túneles, para dar un techo inmortal a los artistas “internos”? 

De camino a ver al siguiente artista, Yile Lin, que se define como acuarelista (eso me gusta, estar pegado a una técnica hace que todo esté presente en el puro trabajo), yo voy pensando que todos los artistas son artistas externos. Porque, ¿qué otra actividad puede desarrollar un artista que la de quedarse fuera, que la de ser, como el sujeto de Agamben, capaz de percibir en lo contemporáneo los signos de oscuridad de su tiempo?

Hace falta una distancia. A Lin «le pesa trabajar con galerías, alquilar un taller, exponer y hacer lobby» por eso se mantiene al margen y trabaja en la calle, cerca de la tienda del museo. Y ahora, dentro, esparce sus acuarelas por el suelo: 20 € las reproducciones, 80 € los originales. Sus acuarelas son hermosas, tengo un gran amor por la acuarela, por la técnica. Hace poco le pusieron una multa de 90 € por pintar en la calle. 

El pintor chino, que en nueve años no ha vuelto a su ciudad, tiene tres gatos y uno de ellos se llama Nada. Y nos dice que cuando está pintando y quiere ir más allá, mete algún gato silencioso en su composición. Y el gato maúlla el deseo de exterior del artista, traducido en una posibilidad de abstracción.  Más allá… ¿Qué afuera busca?—me pregunto—  porque conozco el temor de quedarse en el “más acá”, en el salvaje interior de la figuración. 

Me gusta esta pintura en la que se cuela el esfuerzo, el pensamiento o el ritual, igual que se cuela siempre en la actividad artística la limitación del creador que, tal vez, no sea otra cosa que su estilo. 

Foto: Sandra Figueras Valls

3.

En la siguiente parada no nos recibe un artista, sino una trabajadora del museo. Y lo hace delante de una puerta cerrada. No se puede abrir. “La dialéctica de lo de fuera y de lo de dentro se apoya sobre un geometrismo reforzado donde los límites son barreras”. Eso dice Bachelard en uno de sus topoanálisis en La poética del espacio, al describir la relación entre el adentro y el afuera.  “Ante todo hay que comprobar que los dos términos, fuera y dentro, plantean, en antropología metafísica, problemas que no son simétricos. Hacer concreto lo de dentro y vasto lo de fuera son, parece ser, las tareas iniciales, los primeros problemas, de una antropología de la imaginación. Entre lo concreto y lo vasto, la oposición no es franca. Al menor toque, aparece la disimetría”.

El exterior siempre rebosa. Es enorme. Es inabarcable. El interior solo crece hacia adentro. Cuando lleguemos a la última etapa del viaje planteado por Esteban, en la terraza del MNAC, miraré con sed de horizonte los límites de Barcelona, hacia las montañas y hacia el mar. 

«Para eso sirven las cuestas en las ciudades, para poder ver el horizonte» —eso me dijo una vez Natalia, una de las mejores artistas que conozco, que acabó dejando el arte y buscando horizontes en Lanzarote.

Una hilera de casas, edificios, plazas y algún árbol, hasta que la masa verde ocupa más espacio, ¿eso es el exterior?

Pero volvamos al Museo. La “guardiana” —dice Esteban—, la sibila, está delante de una puerta. El exterior del museo se dibuja desde esa puerta cerrada. Me gustaría quedarme, con ella, que es la tercera invitada y la única que no es artista  —o no lo muestra aquí—, en esa puerta. 

Ella dice que, algunos días, escucha desde ahí el sonido del saxofón que toca un músico. Que se acerca justo a ese límite a escuchar el sonido de la música. Otro afuera que se cuela dentro. Lucrecia Martel dice que las ondas de sonido son lo único que nos toca en el cine. Nos toca físicamente. A través del cristal de esa puerta: un escenario de verdes encendidos, aún veraniegos. Y el sonido del saxofonista que toca, calma y permite trabajar a la guardiana que, ahora, le pregunta un poco tímida a un misterioso hombre barbudo que asiste como público, «¿No eres tú el saxofonista?» Y él, muy convincente, entre divertido y sorprendido, dice que no con la cabeza. 

Foto: Sandra Figueras Valls

4.

La siguiente parada nos lleva a la sala donde se encuentran los murales de la Iglesia de Santa María de Taüll. El público permanece arriba, apoyado en las barandillas que recorren la sala, mientras abajo una contorsionista va haciendo y deshaciendo posturas. Esta vez aparecen dos moños, no uno, son los que lleva ella en la cabeza y que le dan un aire antiguo, como si hubiera salido de un circo de principios del siglo pasado. Los colores de su camiseta son los mismos que decoran las paredes de esta sala. Su precisión y sus movimientos son hipnóticos. 

Aplaudimos y Esteban le hace entrega, como a cada uno de los otros artistas, de la credencial de artista externo.

Y entonces, el hombre barbudo saca una pequeña flauta de su bolsillo y se pone a tocar. Juraría que toca la melodía de Pippi Långstrump:  «Ahí viene Pippi Calzaslargas». Ahí vamos nosotras, las espectadoras.

«¿Has visto mi villa?—dice Pippi—Mi Villa Villekullavilla / ¿Quieres saber?/ ¿Por qué se llama así la villa?/ Sí, porque ahí vive Pippi Calzaslargas […] Sí, ahí vivo yo./ No está mal, / Tengo un caballo mono y una villa, / y una maleta llena de dinero».

Pero no os fieis de mí, puede que la música no fuera esa. De hecho, toda esta crónica puede ser un invento impreciso, como toda construcción de la memoria y como toda invención de un artista. 

Foto: Marina Castillón

5.

El mundo del arte parece ensimismado, la precariedad y la dependencia de las instituciones y el sistema de subvenciones hace que los artistas estemos sujetos a una nómina escasa —en la mayor parte de los casos—, proveyendo de contenidos para permanecer dentro. ¿Dentro de qué? Y sobre todo, ¿quiénes son los artistas internos? ¿Qué es lo que marca ese interior y ese exterior? ¿La institución? ¿El mercado? ¿Los contactos? En una época en la que los artistas vivimos de subvenciones, trabajamos por proyectos y esos proyectos se fragmentan, como las pinturas románicas, no parece que sea posible ser un artista contemporáneo, uno de aquellos que trabaja —como decía Paul Klee— para un público que aún no está, que aún no existe. Porque el arte, más allá de cumplir con las expectativas, los temas o rellenar epígrafes de convocatorias y adaptar las prácticas, abre nuevas vías. Crear para un espectador que aún no existe parece lo contrario que producir para cumplir con los contenidos y los temas de cada momento. 

6.

Llegamos a la terraza, después de dar un laberíntico paseo siguiendo al flautista. Atravesamos las salas que restan de pintura románica, la sala enorme del Museo Nacional con sus gradas, la tienda, la cafetería y las escaleras: escaleras y escaleras… Me gusta subir estas escaleras, recorrer las terrazas y pasadizos que nos llevan, finalmente, a un pequeño teatro de gradas de madera donde «¿tú eres el saxofonista?» toca: 

«All of me». 

Billie… En mi cabeza resuenan  los versos: You took the best, so why don’t take the rest? ¿Los artistas callejeros agarran los restos de los artistas que trabajan dentro? El cielo despejado, la música que hace posible. ¿Estamos fuera o dentro ahora mismo? Tal vez haya que ser un artista que trabaja fuera. ¿Es posible crear siempre desde fuera?

Me fascinan esas historias de un gran artista (esto es, un artista-dentro) que se pone a tocar en un metro, como si fuera un artista desconocido y nadie se para. Circulan videos de cómo la mayor parte de la gente ignora…, no sé, a un tipo “de la talla” de Glenn Gould, con sus guantes y todo, algo así. Las historias de artistas que son descubiertos, es decir, artistas a los que se les abren las puertas del adentro. Alguien, un cazatalentos, les ve. El cazatalentos es también un artista en lo suyo. Pienso, también, pienso en esa historia que me contaron de un hombre que echa dinero a un artista callejero y coge el cambio. 

Jaime Vallaure comenzaba una de sus performances, El desdoblamiento, midiendo el grosor de una pared que separaba el espacio público, la sala de exposiciones, del espacio interno de la institución. Vallaure decía: «Con los años uno se da cuenta de que la creación que más merece la pena, es la creación que hace uno de puertas para adentro y que no obedece a una pulsión social del aplauso, del mérito, de la masa […] ¿Por qué enseñamos las cosas o qué necesidad hay de enseñar las cosas que hacemos para nosotros y en qué medida eso mueve a los artistas a ser públicos? Con los años pasa que las personas y las mentes más creativas que uno conoce, dejan de ser artistas. […] Gran parte han perdido la fuerza, o la necesidad de enseñar… se rompe esa fuerza o esa pulsión. Hay que trabajar en la dirección que uno no se espera nunca».

Mientras nos ofrece vino hecho por él y su compañera, Esteban lee un breve texto sobre el saxofonista, como ha hecho con cada artista presente en el recorrido de hoy. Nos dice que aprendió por sí solo a tocar el instrumento, y que tardó mucho tiempo en hacerlo. La flauta era un lugar más amable donde refugiarse de vez en cuando. Y pienso que la bailarina sigue peinándose su moño bien estirado, que Simonet sigue inventando canciones propias que nadie le pide y el acuarelista sigue pintando gatos, incluso si a veces caen multas. La contorsionista sigue trabajando en sus números pese al dolor al que ella misma se refirió con una sonrisa, y el saxofonista sigue estudiando y la guardiana… la guardiana sigue yendo a escuchar al lado de una puerta cerrada, que solo se abre para ella que escucha. 

Foto: Sandra Figueras Valls

El trabajo artístico no parece ser otra cosa que una insistencia. Un dulce empeño. Una obstinada perseverancia de siempre estar fuera y siempre buscar el adentro, que es lo que guarece, lo que posibilita y lo que da dinero, también, porque los artistas no trabajan solo “por amor al arte”.

Cecilia Molano

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