La bella Helena

El jueves pasado tuve la suerte de asistir a La bella Helena, una creación de Antoni Hervás con Elsa de Alfonso y Kika Superputa que, aunque se encuentra en proceso, el festival Salmón decidió abrir al público para dejarnos asomar un rato a lo que están tramando. La cosa tuvo lugar en el Observatorio del Placer y, desde luego, no podría haber sido en mejor sitio, tanto por su arquitectura como por la propia cosa del placer a la que invita su nombre. Con curiosidad y un poco de miedo, después de las preguntas sobre nuestra capacidad motora que había lanzado previamente Quim Pujol (comisario del festival), un pequeño grupo nos dirigimos hacia dentro del espacio, nos descalzamos y esperamos sentadas en fila en un pasillo a que diera comienzo la obra.

La bella Helena es una ópera bufa de Jacques Offenbach, original de 1864, pero que fue representada con gran éxito en 1979 en Barcelona y Madrid bajo la dirección de Pere Planella y cuyo diseño escénico corrió a cargo de Fabià Puigserver. Con motivo del estreno de la pieza y como director del Teatre Lliure en ese año, Fabià declaraba en una entrevista: “El teatro es muy minoritario y lo ha sido desde hace muchos años, y creo que lo será también en el futuro. El principal problema y el más difícil de resolver es que no exista ya teatro contemporáneo que responda a la vida de la gente de hoy.” Parece que Puigserver no se equivocaba, pues ahora, en su futuro, seguimos encontrándonos con esta problemática: ¿cómo hacer un teatro que capte el espíritu del público contemporáneo?

Y es que parece que el paisaje de las artes escénicas actuales ha olvidado aquella pregunta de Puigserver: cómo pensar en el público para hacer algo para el público. Hoy responde cada vez más a una endogamia estética producida por la institución, donde toda práctica acaba cosificada y convertida en mercancía. Es difícil escapar de los corsés de la creatividad y la originalidad que imponen quienes ponen el dinero: siempre algo nuevo, siempre algo en tendencia. En este laberinto mercantil, la precariedad obliga a las artistas a pensarse como marca, como productos de sí mismas y olvidarse del público con el que compartirán su trabajo.

Últimamente, cuando voy al teatro, tengo la impresión de que las obras buscan articularse como statement, como si la preocupación principal fuera más ser leídas que ser disfrutadas. Así, el riesgo de hace unos años de presentar materiales fuera del marco de la excelencia, nacidos del placer de hacer más que del resultado estético, se ha convertido en un lenguaje más: una tendencia dentro de lo que llamaría la cosificación de lo amateur. Lo que antes surgía de la precariedad y de la urgencia de la inmediatez como un gesto ecológico, ahora aparece como una intención forzada, obligada a parecer eso que ya no es: el amateurismo como producto más que como modo.

Y ahí hay algo que no funciona. Tiene que ver con olvidarse de quien mira, con presentar algo para impresionar más que para compartirlo con quien viene. En ese lugar, al público solo le queda ser condescendiente y esforzarse por entender qué le quieren decir, qué le quieren transmitir. En definitiva, asistimos a un teatro que, en vez de ofrecernos un espacio de esparcimiento y relax, nos hace trabajar dentro de su propia vorágine estructural.

Sin embargo, en este rehacer, revivir o rescatar de La bella Helena, Antoni, Kika y Elsa parecen haber continuado con la pregunta de su predecesor: ¿cómo poner al público contemporáneo en el centro de la creación escénica? Y eso se nota, y mucho, a lo largo de toda la muestra. El modo del diseño me recuerda a cómo un grupo de amigos se organiza para preparar un cumpleaños sorpresa, o cómo los monitores de un campamento articulan las ideas para planear una gymkana para que la chavalada la disfrute al máximo. El artificio, la espectacularidad, la sorpresa, no buscan la originalidad ni cosifican pretenciosamente una supuesta estética amateur, sino hacernos pasar un buen rato, deleitarnos, invitarnos a celebrar. Todo lo que sale al final viene después, como accidente de ese deseo inocente de hacer un regalo. El tiempo justo para prepararlo todo, la emoción de ver entrar a los invitados, hacer algo, aunque sea un gesto, en compañía de los amigos: así da gusto ir a la ópera. Quizás lo que necesitamos es solo eso, un cumple inocente, un pasaje del terror. Y que ser espectador sea más dejarse regalar, sentir que han pensado en ti, estar dentro de la cosa con los hashtags del juicio silenciados, solo esperando qué vendrá después con la emoción contenida. Me imagino si esto es posible que ocurra en los teatros, y si no está pasando ya en el club, en el cabaret, en la sala de conciertos, en las fiestas populares.

De momento, salimos de la oscuridad para deslizarnos por un tobogán al encuentro de una vaca-toro-Antoni, que nos cuenta un poco sobre la pieza. El deseo de partida es hacer un dibujo, pero estar en el punto de antes de comenzar a saber qué es. Hay dos árboles de los que nace una manzana, pero la hoja de papel está en blanco, los colores esturreados por la mesa, quizás solo la primera línea, que al principio iba a ser una cosa pero que en el papel ahora podría ser cualquier otra. Decidir continuar la línea o dejarlo para luego porque has quedado para tomar algo y se está haciendo tarde. Estar con el dibujo entre la mente y las manos, de camino a tu cita, con todo lo que tenga que suceder entre medias: ese parece el punto de partida de La bella Helena.

Bueno, el punto de partida es en realidad una boda, la de Tetis (perfecto nombre travesti, si me lo permitís), a la que Eris no ha sido invitada. Es de todos sabido que Eris siempre la lía, siempre monta el pollo, es una problematic queen; y, cómo no, aparece en la boda de sorpresa, donde están todas las diosas bien engalanadas para la ocasión. Que si Hera, que si Atenea, que si Afrodita. Todas ellas son encarnadas por la inigualable Kika Superputa, encargada de recibirnos en este bodorrio. Qué decir de Kika que los tabloides no hayan dicho ya: siempre soberbia, rápida, bella, diva. Como venganza, Eris quiere boicotear la boda, por lo que lanza a las tres diosas una manzana en forma de desafío en la que se puede leer “¿Quién es la más bella?”. Y esta será la pregunta crucial que podría convertir la boda en Miss Olympo Grande Bellezza 2025. Pero esto no llega a pasar en la pieza: en la pieza nos detendremos en la susodicha manzana, interpretada por Elsa de Alfonso.

En el mito es Paris el encargado de elegir a la diosa más bella, pero aquí la manzana se emancipa: ella es en sí misma la belleza. O Paris es la manzana misma. O Elsa es Paris que es manzana al mismo tiempo. Que Paris sea lo que quiera ser. Unos arpegios la hacen aparecer; lo hace con timidez, viene a cantarnos unas cuantas cosas. La luz cambia de dirección y de color mientras miramos embobadas la belleza de la manzana. Surgen los diferentes deseos: ¿seré yo la más bella?, ¿será para mí la manzana?, ¡quién fuera manzana para ser así pelada! Es la primera vez que tengo la suerte de ver a Elsa actuar, y creo que su estar condensa mucho de lo que he hablado anteriormente. No hace falta hacer de, no necesita interpretar a. La tarea de gestionar su presencia ya es todo un trabajo hipnótico, y se agradece mucho notar este esfuerzo tan complicado de una manera tan liviana. En este tiempo detenido para espectar lo musical, me imagino otras manzanas: las de Ana Botella, la de Charli XCX, me imagino a Manzanita cantando también mientras todas observamos. El tiempo se alarga, en el buen sentido.

¿Se ha acabado? ¿Y ahora qué? ¿Cómo continuará la historia? Muy fácil saberlo si has visto Troya, de Brad Pitt. Nos vamos un poco más contentas, pero con ganas de más. Tiene muy buena pinta, y personalmente, no me gustaría perderme lo que está por venir.

Jose Velasco 

Imágenes de Mila Ercoli y Jose Velasco

Bonus track__

(estas son las canciones que le pediría al DJ de la boda de Tetis)

Ana Botella, peras y manzanas
Charli xcx – Apple (official lyric video)
Mónica Naranjo – Diva (Letra)
Espíritu Sin Nombre

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