Reminiscencia de Malicho Vaca Valenzuela

Primera visita de la temporada a Condeduque para ver el estreno en Madrid de Reminiscencia, la obra con la que el creador chileno Malicho Vaca Valenzuela lleva tres años recorriendo América y Europa, y que vaya a saber por qué tardó tanto tiempo en llegar a esta ciudad en la que vivo. 

Malicho Vaca nació en Santiago de Chile en un hospital antiguo y medio en ruinas. En Reminiscencia nos lleva desde la Vía Láctea hasta ese hospital para contarnos partes de su vida que también son partes de la historia reciente de la ciudad que habita. En el relato aparecen, además, los abuelos que lo criaron y un/a artista que durante treinta años dejó mensajes de amor escondidos a la vista de todos en diferentes puntos de la ciudad.

Reminiscencia es una pieza que nació durante el confinamiento pandémico. Un experimento que comenzó como una presentación online de ocho minutos y que fue creciendo a medida que se configuraba su lenguaje de ventanas que se abren, superponen y multiplican en la pantalla de un ordenador. Después de hacer funciones vía streaming durante más de un año la obra estrenó su formato escénico en el FIBA, en Buenos Aires, en 2022. El paso de la pantalla al teatro no la modificó demasiado, lo que hace que esta obra traiga consigo una buena parte de la atmósfera excepcional que le dio origen. 

Sentado en un escritorio a un costado del escenario, frente a un ordenador cuya pantalla se proyecta en el ciclorama, introduciéndonos en vídeos, fotos, canciones y recorridos espaciotemporales por Google Earth, Malicho recrea para nosotros una búsqueda. 

A lo largo de la obra vemos, entre otras cosas, fragmentos de reportajes televisivos de 2006 y 2011 que dan noticia de dos levantamientos estudiantiles de los que el creador formó parte, como alumno de liceo primero y universitario después. También vemos a periodistas informando sobre el estallido social de 2019, cuando a partir del malestar ocasionado por el aumento de las tarifas del transporte público se desencadenó una protesta masiva que paralizó al país durante meses y modificó temporalmente la fisonomía de la capital chilena. De esa misma época también es un vídeo en el que vemos una avenida por la que los manifestantes corren escapando de las fuerzas del estado que disparan balas de goma y gases lacrimógenos. Por esa avenida, a lo lejos, viene Malicho en bicicleta, se ha quedado rezagado, avanza lento y se lo ve luchar por evitar el desmayo. Finalmente se detiene y se lo ve desvanecerse, hasta que entra en el plano un desconocido que lo abraza y se lo lleva mientras la persona que captura la escena con su teléfono desde una ventana grita aguanta, hermano; aguanta, compañero. 

Estas historias se mezclan con fragmentos de vídeos que Malicho hizo con sus abuelos, que también son sus vecinos, y que cantan boleros, enamorados. Más tarde nos enteraremos de que ese cantar es metódico, que es un ejercicio para mantener en su sitio a una memoria en fuga. 

Entre todo este material aparecen unas misteriosas placas de metal, parte del mobiliario urbano de Santiago, en las que a lo largo de treinta años alguien grabó mensajes que ahí quedaron, escondidos a la vista de todos. Malicho rastreó y fotografió esas placas, sin llegar a conocer nunca la identidad de su autor/a ni saber a quién estaban dirigidas ni si estaban dirigidas a alguien en particular o solo eran ideas sobre el amor lanzadas al universo.

Durante este recorrido la obra va dando una respuesta provisional a las preguntas que plantea al principio: ¿Qué va a pasar con nuestras huellas cuando ya no estemos aquí? ¿Quedarán nuestras voces en las calles en la carpeta de una memoria externa? ¿Qué relato de nosotros contará Google cuando ya no estemos acá? y también ¿Qué significa dejar un mensaje en un lugar que no está pensado para ser mensajero?”.

Digo que esta respuesta es provisional porque el estado de los lugares que vemos y de las personas de las que se nos habla es mutable, porque a medida que avanza la pieza veremos a muchas cosas desaparecer sin dejar más rastro de su existencia que una imagen en la nube que podría ser borrada en cualquier momento: hace tiempo que sabemos que Internet no es un lugar democrático y que no tenemos mucho control sobre lo que aquí permanece y lo que no. 

En una charla que dio hace unos días sobre su pieza La dignidad del insecto, la artista mexicana Hebzoariba Hernández mencionó el Síndrome de la Referencia Cambiante. Con este nombre se designa en el campo de la ecología a un fenómeno según el cual cada generación acepta como estado natural de un ecosistema las condiciones en las que lo conoció, no llegando nunca a ser consciente de la verdadera magnitud de lo que se ha perdido antes de su llegada. El problema de esto radica en que cuando se establecen objetivos para la recuperación de ese ecosistema estos son siempre insuficientes porque aspiran a volver a un estado que ya era de degradación. El mecanismo es fácilmente extrapolable a lo social, lo económico y lo político y es consecuencia en parte de la falta de comunicación entre generaciones. Esta especie de amnesia colectiva hace que sea muy difícil imaginar futuros radicalmente distintos al presente porque el abanico de referencias es cada vez más estrecho. Es responsabilidad de las generaciones mayores, entonces, hablarle a los jóvenes de que la casa que ahora cuesta 130 salarios mensuales netos hace cuarenta años se compraba con 36 para que puedan ser conscientes de que ese estado de las cosas fue posible y de que son ocho años de salarios lo que perdieron (perdimos) en el camino, y sepan a qué pueden aspirar en vez de conformarse con que se les conceda acceso a una hipoteca. 

Reminiscencia es un trabajo autobiográfico que habla de historia colectiva. Más allá del arranque de nostalgia que podamos experimentar al pensar que el tiempo es un ladrón que nos roba el presente para convertirlo en pasado y que a veces ni con eso se conforma y vuelve para meterse en nuestras cabezas y llevarse también lo que recordamos, que es lo que aparece a través de la parte más personal del relato, creo que esta pieza viene a hablar de que la memoria es algo que debe ser cuidado por la comunidad y practicado en conjunto, porque a ningún poder le conviene que aquellos sobre los que gobierna recuerden nada: hay que ver si no lo rápido que se limpiaron en Chile todos los rastros de la última revuelta. 

María Cecilia Guelfi

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