
Este 31 de octubre pasado, como un hechizo que cae sobre nosotres y los tiempos complejos que habitamos, se inauguró, en el Mercat de les Flors, el ciclo Hacer Historia(s) VI curado por Las Poderosas: Beatriz Fernández y Mònica Muntaner. Ciclo que en esta ocasión insiste en poner el foco más en profundidad en las metodologías que en las temáticas, ya que es ahí donde Fernández y Muntaner consideran residen los superpoderes para comprender, transformar y sobrevivir nuestra realidad.
Yo llego a la segunda función del día, después de cruzarme con zombis, diablos y brujas por las calles: HIPERSUEÑO de Paz Rojo en la sala MAC. La programación del ciclo en el Mercat abrió con FäSL, el trabajo de la artista libanesa Nivine Kallas.
Antes de comenzar la función escucho que hablan sobre la teórica estadounidense: Karen Barad. Inevitablemente me quedo pensando en ella y cuando empieza la obra con las bailarinas Paz Rojo y Arantxa Martinez en escena, la primera en movimiento, transmitiendo; y la segunda sentada con los ojos cerrados, recibiendo lo desconocido; viene a mí el concepto de Barad de intracción: todes los sujetos son en la medida que se relacionan con otres. Paz y sus bailes son en relación a Arantxa, quien la percibe con la parte posterior del cuerpo. Y es así que, desde el minuto uno de la performance, la materia deviene en materia desde un estar siendo: bailando y sonando. Y una vez que empieza, este devenir, no se detiene.
En un principio, el espacio de baile se centra sobre una tarima negra casi rectangular, que resalta sobre el linóleo blanco del resto del escenario. Y digo casi rectangular porque le faltan dos esquinas: la superior derecha y la inferior izquierda (visto desde el público), y, aunque mi cabeza visualmente construye el rectángulo, en realidad no hay un rectángulo, es, tal vez, un agujero, una fuga más palpable a la fuga imposible del cuerpo: de la carne y de la palabra.
Durante un largo tiempo es Paz quien se mueve, Arantxa permanece en la quietud, atenta; su atención nos sugiere una atención colectiva, no es solo cosa de ella, es ese el lugar desde donde hay que atender estos bailes: con los poros de la piel y el espacio articular abiertos a todo lo que ahí sucede.
Se escuchan sonidos, no logro percibir del todo quién los emite; quién es ese pájaro que en otro tiempo/espacio reproduce la artista sonora y performer; Luz Prado. No sé si es el efecto luminoso pero todo se percibe en un tiempo dentro de otros tiempos, en un espacio dentro de otros espacios. ¡Holaaa!, dice Paz al vacío, como cuando en las películas de ciencia ficción llegan a un espacio nuevo, extraño, irreconocible…; a diferencia de Rojo, me enfrento al límite de las palabras para transmitirles la sensación. Y nadie desde su butaca consigue responder con la voz para hacerle saber que estamos aquí, con ellas; deseosas de escapar de una sociedad nostálgica de un pasado idealizado para explorar esos futuros posibles que nos transmiten desde este oscuro e incierto presente. Espero que nos perciba.
Después de un largo rato, Rojo se acerca a Martínez, si bien ya se tocaban de lejos, ahora se tocan con la mano, con el cuerpo. Aparecen así la sensualidad de la carne, el calor, la presencia y la presión de manera más tangible. Paz restriega a Arantxa, la saca de ese estado de escucha quieta y profunda en el que se encontraba. La trae aquí de regreso e intercambian los roles: Arantxa se mueve, y cómo se mueve, en respuesta de todo eso a lo que ha estado atenta. No sé si estaba acostumbrada a mirar los bailes de Rojo como unos bailes balbuceantes, pero en HIPERSUEÑO, si bien su práctica corporal, fascinante, insiste por el mismo camino, esta vez me atrevería a decir que hay una elocuencia en la exploración del movimiento. Las bailarinas profieren, hablan en voz alta. Y abren nuevos espacios con claridad como cuando Arantxa se sale por primera vez de la tarima negra para acostarse en el espacio vacío del rectángulo sugiriendo un mundo de posibilidades o Paz se mueve de manera repetitiva y con fuerza sobre el linóleo blanco dándonos la espalda, contoneando las caderas y levantando las piernas para dejarlas caer y sonar, sonar aquí y después, en ese futuro paisaje que Luz Prado desde el sonido va construyendo con la ayuda de todos esos micrófonos, que tan presentes se hacen en la pieza; su escucha es muy precisa haciendo visible el contraste con la magnífica imprecisión de la escucha humana.
Cerca del final el cuerpo se aquieta y da lugar a la voz, a la palabra, a la lengua. Caer casi en la mano, si mal no recuerdo, es la última frase lingüística que construyen Paz Rojo, Arantxa Martínez, de pie, en el centro de la plataforma negra, y Luz Prado, sentada, desde las máquinas. Después de la sucesión de varias palabras sueltas hacen, con este enunciado, visible, la infinita finitud de todo lo que nos ha tocado.
Un oscuro, un aplauso tímido. ¿Es así como termina? ¿El trabajo de Paz tiene un final? ¿El movimiento acaba? Sigue otro momento, en este oscuro nos envuelve un paisaje sonoro que entreteje muchas otras texturas. Se despiertan otros seres, otros espacios, otros tiempos; lo incontable se cuenta. La atención se expande a lo que pasa entre los que estamos aquí. Silencio.
Arantxa agita una kufiya. ATUREM EL GENOCIDI, se lee.
Tengo que salir rápido de este HIPERSUEÑO y perderme la convivencia postfunción tan importante en las artes vivas para terminar de ensancharse; mi hija necesita aún mi tacto para conciliar el sueño. Se ha hecho tarde.
Los zombis, los diablos y las brujas siguen donde los vi la última vez, pero, durante estos 70 minutos, todo se ha oscurecido un poco más.
Anabella Pareja Robinson







