El poder de un gesto, seis piernas y tres mujeres

Foto de Pinelopi Gerasimou para Onassis Stegi

Este texto sobre Slamming de Xenia Koghilaki podría haberse titulado también Castillo de piernas, Monstruo de tres cabezas, Manos que arrugan un pantalón que no es suyo o You are doing what we want to do! Este último me permito robárselo a alguien que, en la charla tras la muestra, puso en palabras algo que muchas estábamos sintiendo: queremos ser ellas. No solo por el despliegue de potencia de sus cuerpos que, acompañados de una música que hacía vibrar las gradas, ellas no pararon de sacudir y golpear hasta el fin de la función, sino porque están juntas. Porque, en la violencia que se le supone al gesto, ellas se cuidan.

El domingo 26 de octubre pude ver Slamming de Xenia Koghilaki en Réplika Teatro como parte de los trabajos seleccionados por Aerowaves, plataforma internacional de apoyo a jóvenes creadores de danza de la que Réplika ha entrado a formar parte recientemente como sede en España.

El slam, punto de partida del trabajo de Xenia, es una forma de baile energética y violenta vinculada a la música pesada, sobre todo a aquella derivada del punk y el rock asociada con estilos más agresivos. Es conocido también como moshing o pogo e implica empujarse, chocar entre sí, lanzarse sobre los demás, etc. A pesar de que los elementos estaban ahí, había choque, empuje, agarre, insistencia y una música a todo volumen, en lo que vi no había agresividad, sino más bien técnica y cuidado. Y pienso: “¿Expectativas truncadas? Veremos”.

Al entrar a la sala se encuentra un espacio escénico cuadrado limitado por: la pared que normalmente sirve de fondo de escena, varias filas de sillas a los lados y las gradas de frente. Linóleo blanco, luz muy azul y tres platillos de batería. Tres mujeres entran a escena, chocan, comienza una música electrónica que no para, que avanza hacia ningún lugar y no nos dará tregua. Poco después aparece el primer título posible: Castillo de piernas. Es como si ellas tuvieran los pies anclados al suelo, como si la fuerza con la que chocan y empujan repetitivamente a las otras viniera desde el centro de la tierra a través de sus calcáneos, tibias, fémures, caderas, vértebras y omóplatos. Pero no se queda ahí, esa fuerza y los choques entre sí llegan a las cervicales, los cráneos y finalmente al pelo. Y me pregunto, ¿qué tiene el pelo? Dibuja en el aire el rastro del movimiento, y pienso: “Es el final muerto de la vida de un látigo de hueso”. Y pienso: “Son jóvenes, están entrenadas, ¿adónde llegará esto?”

Slamming nos muestra cómo los cuerpos se cargan de energía a través de una acción repetitiva, que en este caso comienza con el choque de hombros y deviene una suerte de masa de cuerpos en la que es difícil diferenciar a una performer de la otra. Se suceden imágenes en las que no vemos los rostros, sino más bien piernas empujando, antebrazos resistiendo, columnas vertebrales fluctuando y pelo, mucho pelo que baila al ritmo de una música que no deja espacio al pensamiento. Y aquí el siguiente título: Monstruo de tres cabezas. Quizás no sean tres, sino más bien uno en tres partes que a ratos se fusionan y a ratos no, uno que hace visible el ritmo a través de tres cuerpos, uno que corta el aire con melenas, uno que golpea con la inercia de su movimiento. Golpea el aire, golpea la carne y con mucho regocijo para el público (o al menos para mí) golpea los platillos. “Ok, seguimos, ¿qué más puede salir de este gesto en este lugar?”

La pieza ordena el caos de los pogos dando espacio para la sutileza y nos muestra tres cuerpos que en su insistencia pasan por distintas figuras y desplazamientos. Creo que no me equivoco si digo que los momentos de ternura que experimentamos viendo la pieza vienen de un fuerte trabajo de consciencia corporal, de muchas horas de danza juntas y del propio trabajo coreográfico. Es ahí donde aparecen las Manos que sin urgencia arrugan, agarran, deslizan por un pantalón que no es el suyo. Hay una escucha y concentración que identifico como propias del entrenamiento de danza, que tienen que ver con la espera a que se dé el momento para que un movimiento aparezca o quizás, como dijo Xenia más tarde, se relacionan con la esperanza, con la posibilidad de que algo suceda, lo que hace que este pogo, a pesar de todo, se sienta tranquilo. La pieza es un trabajo coreográficamente impecable en el que la música, la luz, las imágenes construidas por los cuerpos, su potencia, sus desplazamientos y acciones te mantienen constantemente atento. Ahonda en las posibilidades espaciales y físicas de un gesto (empujarse) y su derivado (movimiento de cabeza estilo headbanging) y abre lo que el gesto ofrece. Ahora bien, una vez más “¿adónde puede llegar?,¿cuánto pueden resistir? Y ¿para qué?”

El rato se me pasó volando, quería más, pero creo que no era un deseo de más figuras o de que aquello se volviera virtuoso, quería más de ese lenguaje propio que estaban construyendo, quería más de ellas. Porque justo ahí, cuando ellas estaban llegando a ese momento en el que estás al mismo tiempo cansada y excitada, cargada de todo ese movimiento, de la energía de las otras, de la música, de la gente observando, cuando en la escena se da ese clic en el que desde fuera dejas de ver a performers y empiezas a ver a personas, en el que parece que los muros del control y el orden empiezan a caer, ahí donde la limpia coreografía se agota, justo ahí donde el trabajo se enfrentaba con algunas de las preguntas que me estaba haciendo, ahí donde ellas estaban más vivas que nunca, blackout, aplausos.

Ángela Millano

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