It’s a Rainy Day

Érase una vez un convento aislado del mundanal ruido que se dedicaba a acoger a gente de todos los lugares y bagajes para que encontrasen un lugar de trabajo y recogimiento, en base a un espíritu de organización comunitaria y al menor coste posible. Esto es PAF (Performing Arts Forum). Sí, un convento comprado ya hace tiempo por el coreógrafo Jan Ritsema en el momento de su retirada para convertirlo en lugar de peregrinaje artístico. Y sí, es un poco odisea llegar hasta allí. St. Erme, donde se encuentra PAF, es un pueblo que desde París hay un trayecto de más de dos horas con cambios de trenes o buses que, si es la primera vez, puede resultar un poco lioso, sobre todo si no tienes en cuenta los horarios y las combinaciones. Pero el viaje tiene su encanto y augura el comienzo de la aventura.

A parte de que uno puede ir para realizar una residencia por cuenta propia, hay una serie de eventos a lo largo del año organizados por PAF, como son las Spring Meetings o la Summer University. La Summer University consiste en que cada semana del 8 de agosto al 5 de septiembre se dedica a un tema. Este año fue primero la semana dedicada a la filosofía, luego la danza, el cine y la música. Yo fui invitada por el coreógrafo Mårten Spångberg, que junto a Melanie Matthieu, organizaban este año la semana “It’s a Rainy Day”, la semana de cine. Cada día una persona invitada realizaba una programación de películas para ver sin tener que hacer una justificación de sus elecciones y sin tener que hacer post-charlas después de cada proyección. En realidad, las charlas surgían, pero de forma relajada sentados en el jardín, en las comidas o dando un paseo. El espíritu que querían transmitir los iniciadores de la semana es que no había obligación de nada. Solo sabías que cada mañana se cubría un encerado en la entrada con una programación de películas que normalmente consistía en proyecciones a las once de la mañana y tres y seis de la tarde, en las que no había que hacer otra cosa que tirarse en un sofá, en una silla, en un colchón y dejar el peso del cuerpo caer.

En el tumblr del evento se puede consultar toda la programación.

El tiempo durante la semana fue maravilloso, un calor fuera de lo común, pero nosotros, como si afuera lloviese a cántaros, nos encerramos en la plenitud de la oscuridad de la imagen proyectada. A la oscuridad le dimos forma: nos levantamos con los murciélagos a las cinco de la mañana; vimos desde pelis clásicas a lo más experimental, pelis muy largas y muy cortas, series de televisión como “Embrujadas”, y encendimos velas negras e incienso conjurando otro espacio de existencia, muy meta, muy de ciencia ficción: el mundo de la imagen en movimiento, el cine.

El hombre es el único ser que se interesa por las imágenes en sí mismas. Los animales se interesan, pero sólo cuando éstas los engañan; cuando el animal se da cuenta de que se trata de una imagen se desinteresa por completo. Por el contrario, el hombre es el animal que se siente atraído por las imágenes una vez que sabe que lo son. Por eso se interesa por la pintura y va al cine. Una definición del hombre desde nuestro punto de vista específico podría ser que el hombre es el animal que va al cine.

                                                                                            Giorgio Agamben

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Vivimos en un mundo de pantallas y de imágenes. A mi sobrino, que apenas tiene dos años, le obsesiona el móvil y el ordenador. No hay mayor placer para él que poder ver vídeos una y otra vez desde una pantalla. Ese pequeño cuerpo se queda hipnotizado. Creo que esto no es solo cosa de mi sobrino sino una hipnotización general que se enraíza cada vez más desde la tierna infancia. Está claro que vivimos en un momento en que la realidad en la pantalla no puede ser omitida, forma parte de nosotros. Desde luego hay películas que solo pretenden ser entretenimiento, una especie de droga a la que te enganches para sacar dinero de tu dejadez mental. Pero de todo eso hay otra cara, la que va más allá de las estrellas de Hollywood, de los argumentos adictivos y de los finales felices después de haberte hecho llorar o morirte de miedo de forma predeterminada. La otra cara es vivirlo como una experiencia compleja que expande, aumenta, alarga nuestra experiencia para entender el mundo de una forma diferente a la que estamos acostumbrados.

Chantal Ackerman dice en una entrevista: “Hoy no hay olores, sabores ni tacto. Solo imágenes y sonidos. Claro, las relaciones se convierten en cinematográficas… Cuando conoces a alguien sientes, bueno puedes sentir muchas cosas [risas]. Si esa primera vez nace de una charla vía Skype, ¿adónde se fueron las sensaciones? Es el triunfo de la imagen, lo que por un lado es algo emocionante pero que por otro provoca cierta pena”. El triunfo de la imagen no puede dejarnos sin tacto, sin olores, sin sabores, algo que no solo recae en la imagen en sí misma sino sobre todo en la atención que ponemos en ellas. Esta semana de cine en PAF se trató de eso, de dar las posibilidades a un modo de atención extra-ordinario y  no porque nos forzáramos a ello. No se trataba de sentir lo que pensábamos que teníamos que sentir, sino que el espíritu de la semana estaba en abandonar las expectativas. No esperar nada-da-da-da-daaa-da… nada que perderrrrrrrrr…  y solo dejarse llevar por lo que se convirtió en el chorus de la semana “tirarse en un sofá, en una silla, en un colchón y no hacer otra cosa más que dejar el peso del cuerpo caer”. Soñar el espacio y paralizar el tiempo no era una meta, era una actitud.

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No puedo acabar esta crónica sin mencionar la comida. Es uno de los grandes lujos de PAF. Un equipo de cocineros, que solo se organiza para estos eventos especiales, está desde la mañana a la noche ingeniándoselas para, con el pequeño presupuesto que tienen, darnos de comer de la forma más exquisita y sofisticada. Hay menú específico para dietas vegetarianas, sin gluten, sin lácteos y toda excentricidad o alergia que quieras imaginar. En verdad, no sé cómo se las apañan, pero es de una satisfacción infinita que cada día presenten un plato que nos sorprenda.

Tampoco me puedo olvidar de los alrededores de PAF, el bosque, sus amaneceres y atardeceres. No hay tiempo que perder. Una semana en PAF parece un mes. Ocurren muchas cosas y no ocurre nada. Y en ese entre puede pasar de todo.

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PAF es uno de estos lugares que con el tiempo el hecho de haber estado allí es haber hecho historia. No creo que haya actualmente muchos lugares como PAF. Hay que ir. Nunca se sabe cuánto tiempo va a poder ser lo que es ahora.

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