¿Dime qué consumes y te diré quién eres?

El otro día fui al Teatro Español a ver Ricardo III, dirigido por Carlos Martín, con un elenco de a priori buenos actores -solventes, al menos-, y estuve pensando, durante las dos horas de montaje, lo útil que sería que las butacas tuviesen un botón de eyección como el de los aviones para estamparse contra el techo y no tener que aguantar todo aquello. Abrir un claraboya para que entrase aire, luz. Salí triste. No tengo mucho más que decir. Quizá, por eso, hoy haya escrito esto.

EjectionseatPensar que cada vez que nos acercamos al teatro saldremos transformados, que nuestra vida sufrirá un ligero cambio o que acabaremos el día un poco más “sabios” es, además de utópico, un pensamiento bobalicón. Pero de ahí al pensamiento contrario hay bastante distancia.

El sistema neoliberal, basado en el consumismo, resta, paradójicamente, cualquier tipo de importancia al acto de consumir: todo lo que consumimos, ya sea un helado ya sea una noche en la ópera, se convierte en banal, desechable e intercambiable. En una sociedad de cifras y rendimientos económicos, la cantidad gana por K.O a la calidad. La obsolescencia programada es un concepto que además de aplicarse a la tecnología puede aplicarse a las corrientes de pensamiento y las artes: los poderosos marcan el ritmo. No hay nada que no pueda ser sustituido. Es más, el sustituto, que a su vez volverá a ser sustituido, hace posible que la máquina avance. Los griegos llamaban a este apetito insaciable pleonexia, y Platón lo consideraba una enfermedad. Igual que se considera un trastorno el síndrome de Diógenes. Pienso en esa gente que se vanagloria -y mira por encima del hombro- por ir veinte veces a las semana al teatro y que se erige en lobby, en juez y parte.

En el teatro podemos observar este fenómeno en las multiprogramaciones o las programaciones plato combinado (me gusta el huevo, me lo como; no me sienta bien el arroz, lo dejo): da igual lo que vayas a ver, pues tenemos muchas más cosas que ofrecerte. La insatisfacción engrasa este mecanismo y otorga al espectador una responsabilidad que todavía no es capaz de asumir -pasa en el teatro igual que pasa en el supermercado: consumo responsable, sostenibilidad, ética ecológica…-: lo que has visto hoy es un desacierto, pero lo que verás la próxima vez seguro que es mejor, y si te equivocas, la culpa no es nuestra porque nosotros ponemos a tu alcance un gran surtido -como los dulces navideños- de espectáculos. Y si te ha gustado, vuelve, tenemos muchas más que también te gustarán.

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-programación del Teatro Lara

Esta estrategia beneficia a unos pocos políticos y empresarios teatrales, mientas arruina a dueños de salas y hace inviables sus proyectos. Proyectos comprometidos con el riesgo y otras corrientes de pensamiento que son, por decirlo de manera suave, silenciados. Por no hablar de que la mayoría de la profesión sale damnificada, ni de las salas que se aprovechan de los amigos y familiares de los actores/directores/autores, etc; creando un flujo constante de público falaz e insostenible.

Un elevado número de las obras de nuestra cartelera no llegan siquiera a la etiqueta de teatro basura y aun así, el aficionado al teatro -aquel que no suele tener ningún vínculo profesional con él- sigue yendo un fin de semana tras otro con la esperanza de ver algo que merezca la pena. ¿No nos merecemos algo más? ¿Hasta cuándo?, ¿por qué pagar entradas de 20€ cuando lo que se obtiene no llega a ocio barato? ¿Qué papel ocupan las instituciones púbicas?, ¿qué papel deben ocupar? ¿Por qué repiten modelos privados en vez de crear un teatro público de mayor calidad?

Es verdad que hay tantos tipos de espectadores como personas y que hablar de ellos no deja de ser un ejercicio de soberbia. Uno no deja de asombrarse de la gente puesta en pie cuando baja el telón de soberanos bodrios; espero que llevados por la mitomanía a un actor famoso antes que extasiados por una propuesta tan añeja y mal trabada que hiede. Pero uno también es espectador y ha hablado con unos cuantos y está algo convencido, que palabra arriba palabra abajo, más de uno firmarían estas palabras. Estaría bien hacer una huelga de espectadores para que las instituciones teatrales nos traten, al menos, con el mismo respeto que algunos tienen al Teatro.

Parte del desastre del auge de las multiprogramaciones y de la burbuja teatral en la que estamos inmersos es motivado por los medios de comunicación: medios de poderosos/afines a partidos políticos (sean cuales sean). Varios son los motivos: la crisis de valores que desde hace tiempo arrastra el periodismo, el periodista que rara vez tiene un conocimiento profundo sobre lo que escribe o el buenrollismo imperante -vacío y corto de miras- de los medios especializados en artes escénicas que, en su mayoría, dependen de la publicidad privada para sobrevivir. Todos esos redactores que salen del teatro como si hubiesen visto a la Virgen María cuando solo han visto una mancha en la pared (segundo párrafo), poco tienen de periodistas, poco de aficionados/amantes al teatro y flaco favor le hacen.

Digresión. Por ejemplo. Debemos ser conscientes de que somos cómplices de la desforestación de  Indonesia si compramos productos que contienen aceite de palma -cultivado de manera no responsable-: el desconocimiento no omite la responsabilidad. En el caso del teatro debemos ser igual de conscientes. Sin llegar a la locura. Algo que nos llevaría al suicidio o a la ermitaneidad, si acaso esa palabra existe.

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La discusión o la polémica, en definitiva, la disonancia, además de ser un divertido ejercicio para la cabeza, es un dispositivo útil para transformar y crear nuevas estructuras. Hoy en día las polémicas apenas llegan a riña de patio de colegio y las que van un poco más lejos suelen estar motivadas por intereses personales. No estaría de más sentarse a tirarnos los platos a la cabeza, con elegancia y argumentos (Perro Paco ya dixit). Utilizar las herramientas a nuestro alcance de manera crítica y responsable. Con un poco de sentido común.

El teatro rara vez nos va a cambiar la vida; pero eso no quiere decir que cualquier cosa sea válida encima de un escenario. Y menos en uno público. Que debería tener objetivos más allá de lo económico. Cuando el teatro llega a la categoría de fast food algo está fallando: algo está pasando, también, en la sociedad: lo decía Larra. La crítica teatral, si existiese, sería una buena herramienta de crítica social.

 Otro Perro Paco

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 5 y 6.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

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Domingo 9 de noviembre a las 12 h. en La Casa Encendida

Capítulo 5. Abre A: La noche ha dado paso al día. Aquí estamos de nuevo, este grupo variopinto, en el patio central de La Casa Encendida. Son las doce del mediodía y el sol lo ilumina todo. Caras de sueño, caras de resaca. ¡Que me aspen si no hay peña que viene de empalme! ¿Llevarán de pedo desde el viernes? Os juro que vi a un tío intentando ligar con la modelo, pobre. Hay tan sólo, al fondo, una mesa con copas llenas de champagne. La Voz hecha cuerpo toma la palabra y micrófono en mano nos invita a acercarnos y propone ese brindis que quedó pendiente (en el capítulo 3 se nos sugirió, pero nadie dio el paso: vamos de guays pero luego, que si nos da corte… Algunos aprovecharon para hacer chin chin en el capítulo 4, pero en petit comité). Es un brindis colectivo, exhaustivo, trompicado, incompleto, poético, evocador, provocador, condemor, que se extiende por veinticinco minutos. Y brindamos por nosotros y por todos nuestros compañeros, por la capacidad que tenemos de sorprendernos, de buscar aventuras, de plantearnos retos, de meternos en líos, de no conformarnos. Brindamos por la vida, por lo que nos hace únicos, por lo que nos hace mágicos, bravo por la música, por lo que nos diferencia y también por lo que nos asemeja, por lo que nos conecta. Brindamos por el mundo, por lo bello de este planeta, por lo singular, por lo que nos incomoda, por lo que nos reconforta… ¡Por Grace Jones! ¡Salud!

Capítulo 6. Salimos a la calle de paseo, es domingo por la mañana, el Rastro en ebullición, las calles abarrotadas. Nos mezclamos con las gentes, participamos de la vida de la ciudad. Vamos charlando despreocupadamente, “A ver si puedo ir a lo tuyo en Pradillo…”; “Buah, voy pillado de tiempo, tengo que presentar los papeles en la SGAE antes de…”; “¿En Estocolmo? De puta madre. ¿A caché?”… Cosas de la endogamia. En derredor puestos llenos de cachivaches, tráfico, familias con niños y perros, coleccionistas, despistados, carteristas. Somos parte de todo eso, es el mundo en que vivimos. Acabamos de brindar por todo esto. Un autocar se detiene a nuestro lado y, perplejos, subimos. Se inicia un recorrido por zonas emblemáticas de la ciudad, de Madrid. Embajadores, Bailén, La Almudena, las Vistillas, el Viaducto, Ferraz. A mí me han pasado cosas en estos lugares, llevo tres días removiendo el pasado y me asaltan recuerdos de aquel rollo cerdete justo en ese portal, de una vez que me di de hostias con uno en ese garito (bueno, un par de galletas)… Veo el viaducto y veo gente saltando. Hay cola para entrar en la catedral, ¡frikis! Contemplo las calles, miro a las personas a través de los cristales, deberían ser una barrera que me aleja de todo, como mirar una pantalla de televisión, pero estoy ahí abajo. La vida de todos es también nuestra propia vida. Ser tan sólo espectadores es una presunción intolerable. Creo que de eso va Clean Room. El bus se detiene en el Teleférico de Madrid y nos montamos. No veníamos desde niños. Somos ahora unos niños excitados en las cabinas de cristal. Decimos tonterías, hacemos bromas. Y a nuestros pies la ciudad. Nuestra ciudad a vista de pájaro… Ya en el mirador de la Casa de Campo se cierra la Temporada. Clean Room se despide por ahora. María Jerez, sobre un barril, la Libertad guiando al pueblo, nos dedica unas últimas palabras cariñosas. Falta la foto de familia, de esa extraña familia disfuncional pero bien avenida que se ha creado tras estas tres sesiones, cada uno con el regalo personal recibido en el capítulo 4. Y punto y aparte. Hasta pronto. Ojalá alguien se atreva a programar en Madrid la siguiente temporada. Nos invitan a unas cervezas vacilonas (por si no os habéis percatado, esto es una super producción, no se repara en gastos para agasajar a los participantes, que no espectadores). Seguimos de charleta y el grupo se va disgregando en la tarde madrileña.

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Y ahora me vais a permitir. A ver. Yo soy un espectador sin más, un tío que va bastante a ver teatro. Me gusta lo que me gusta, como a todo dios. Pero independientemente de lo que me parezca lo que veo, de lo cerca o lejos que puedan quedar mis gustos, aprecio sobre todas las cosas que se me trate con respeto, que no se me tome por idiota. Sé reconocer cuándo hay un trabajo serio detrás, cuándo se miman los detalles, cuándo se considera al tipo de la butaca (o el cojín, o el puff, o el escalón) como a un igual, con su cerebro pensante y toda la pesca. Pondero que me desafíen, que me busquen las cosquillas. No quiero ver cosas hechas para salir del paso. Me sulfura ver al emperador en pelotas y tener que callarme la puta boca. Pues bien, lo de Juan Domínguez y su Clean Room Temporada 1 reúne uno por uno todos esos requisitos indispensables, y muchos más, que hacen que yo siga jugando, que siga queriendo pagar por asistir a un espectáculo (por mucho que esos cerdos pongan el IVA al ochenta por ciento).

Me lo he pasado de putísima madre y ha sido un privilegio formar parte estos tres días de la troupe del Domínguez.

Tengan cuidado ahí fuera…

Guri Petre

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 3 y 4.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

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Viernes 7 de noviembre a las 22 h. en La Casa Encendida

Episodio 3. Día dos. Número de bajas insignificante. Las diez en punto y se nos reúne en la misma antesala en la que se desarrolló el primer episodio. Un papel: “Clean Room: En capítulos anteriores…” nos sitúa. Quince minutos de espera, pero no estamos ensimismados, no somos gente haciendo cola ante la puerta de un espectáculo. Nos conocemos un poco ya . De vista. Ya habíamos cruzado algunas palabras el miércoles. Así que charlamos, este con aquel, esa con aquella. No sabemos qué va a pasar pero nadie parece preocupado al respecto. Estamos entre bambalinas y quizás pronto el regidor aparezca llamando al ejecutante del siguiente número… Pero surge Juan Domínguez y nos indica el camino hacia lo que será propiamente el comienzo del espectáculo. Una sala muy iluminada. “There is a light that never goes out” de nuevo. Y sillas enfrentadas dos a dos que dibujan una gran serpiente ocupando todo el espacio. Nos sentamos al tun tun. Ahora surge La Voz. La misma voz. Pero suena diferente. Nos hace pregunta directas a cada uno de nosotros, sobre lo que sentimos, sobre lo que somos. Nos obliga a un ejercicio de introspección. Pero nos resistimos, hay algo violento en ello. Tanta luz. Miramos y somos mirados. Somos conscientes de no estar a solas. La voz, esa voz, no es hipnótica hoy. Es intimidante. Es el juez invisible al que se enfrenta Josef K. La voz de nuestra conciencia poniéndonos a prueba. Hay preguntas que no quiero responder, que no deseo contestarme. Surgen risas pero no me suenan naturales. No veo dónde está la gracia. ¿Nervios? No lo sé. Y cambia el sujeto sobre el que se nos interpela, abruptamente, ya no somos nosotros mismos. Debemos fijarnos en la persona sentada enfrente. Debemos fabular sobre sus orígenes, sus intenciones, su modo de vida. De lo superfluo a lo más profundo. Y nos miramos a los ojos y nos sentimos incómodos, se nos fuerza a crear una intimidad con un desconocido, es todo muy embarazoso y a la vez revelador. Nos hemos mirado y ahora miramos afuera y en todo ello hay una conexión inexplicable. ¡No nos hablamos! Nadie dijo que no se pudiera pero no nos decimos ni una palabra los unos a los otros. Visitamos los lugares propios y exclusivos del ser humano pero se deja de lado la expresión oral. Tan sólo está la voz de María Jeréz. Cambiamos de posición y enfrentamos a una persona distinta, mas lo que había, esa magia improbable, se desvanece. Fin del episodio.

Episodio 4. Noche cerrada. Volvemos al patio central, que se ha convertido en un salón elegante. Luz tenue. Una veintena de mesas de cuatro con manteles blancos, velas, copas y vino tinto -El Pícaro, bodegas Matsu-. Nos sentamos al azar, elegimos o no a nuestros compañeros de velada. Nos servimos, brindamos, bebemos. ¿Qué es lo que está a punto de pasar? Pues se trata de una invitación a combinar intelectualidad y sensaciones. Mientras se va sirviendo un menú degustación en miniatura continúan llegando preguntas apelando a lo más profundo de cada cual. Pero algo ha cambiado. La Voz ha enmudecido y ahora la voz está en nosotros. Se nos devuelve el habla. Y no nos contestamos en silencio a nosotros mismos; contestamos en comunidad, respondemos para los otros, escuchamos sus respuestas, nos decimos, conversamos, algo se ablanda, bajamos la guardia, se abren grietas en los caparazones… La cosa se desarrolla más o menos así: Unos camareros sigilosos traen unos vasitos con un extraño ajoblanco negro. Vista. Paladar. Y llega una tarjeta con una pregunta escrita. Hablamos sobre ello o tal vez pasamos. Una cucharada de ensalada caprese y otra pregunta. ¿Estamos en lo que nos proponen o somos colegas bebiendo vino y charlando? Un mini steak tartar y varias preguntas más, de golpe, ya sí hacemos que nuestra conversación la determinen estas tarjetas, y llegan más, el ritmo se incrementa y queremos hablar de ello. Arbitramos un sistema, como un trivial, leer por orden contestar por orden. A mí me interesa lo que cuentan el resto de comensales. Lo que creo que van a contar. Seguimos bebiendo y decimos cosas íntimas, nos lo tomamos en serio, no tengo ni idea de por qué. Tensión cero. ¿El resto de mesas? Ni puta idea. Un mini gin tonic verde cierra la ronda gastronómica y vemos que se nos acaba el tiempo aunque nadie lo dice y queremos contestar a cada una de las preguntas… Y la música brota sin que nos percatemos y ya está fumando la peña y algunos bailan y antes de acabar nos intercambiamos los regalos que se nos instó a traer de casa y eso sucede de a dos y a mí me mola.

Ha sido cojonudo.

(Me fastidia ser tan entusiasta, parezco Marcos Ordóñez, copón.)

Por cierto, ¿a qué género cinematográfico pertenece tu vida?

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Guri Petre

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 1 y 2.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

clean_room_thMiércoles 5 de noviembre a las 22 h. en La Casa Encendida.

Episodio 1. La Casa Encendida. Hall de entrada. Al calorcito. Unas ochenta almas. Todo el mundo conoce a todo el mundo. Besos. Comadreo. Dan las 22. Casi sesión golfa. Se nos indica que podemos ir hacia la sala y allá que vamos. Pero somos retenidos en el descansillo, en las escaleras de bajada. Beatriz Navas, responsable de Artes Escénicas y Cine del garito desde hace unos meses, bloquea, micrófono en mano, la puerta de entrada. Y nos obsequia con una presentación surrealista de las funciones que conlleva su cargo. Sin palabras. Casi nadie protesta. La mayoría son artistas, beben de su teta, pretenden hacerlo los años venideros. ¿No la conocen? ¿Está aprovechando para presentarse en sociedad? Nos deja atónitos al afirmar que ella no es responsable de programar a Juan Domínguez. Lo es su antecesora, Maral Kekejian, a la que cede la palabra. Ésta empieza una explicación absolutamente prescindible acerca de Clean Room, de su recorrido, de sus intenciones. Pero, ¿no vamos a verla? ¿Qué coño nos estás contando? Bea vuelve al ataque, pero ahora desvaría, libros de autoayuda, el baño no funciona, problemas con internet… ¡Que todo esto era ya el episodio primero! ¡Me la han colado hasta el fondo! ¡Bravo! La peña se despolla. Yo me descojono. Toma la palabra Emilio Tomé, artista residente, y cuenta su proyecto “Home Experience”, del que no daré detalles. Capta el interés de la basca. No es de risa. Luego pilla micro una chica. Habla de cámaras que nos graban. Otro chaval diserta sobre los cambios en la ciudad. Tertulia. Cháchara. Una mujer polemiza. Interpela a otra que resulta ser cantante lírica. Y canta “L´amour est un oiseau rebelle” de la Carmen de Bizet. Divertidísimo. De verdad. La misma mujer nos dice más cosas sobre nosotros y luego llega el segurata que es fan de Michael Jackson y se marca un número de imitación hilarante. Otra chica diserta sobre el Kit Kat y sale Juan Domínguez en persona a dar por concluido el episodio uno y nos hace pasar ahora ya sí a la sala.

Todo así, pim pam, a toda hostia, arriba y abajo, es pura televisión, ritmo ritmo, prime time, tertulia, variedades, talk show, El Semáforo, Esta noche cruzamos el Misisipi. Puro teatro. Nunca he podido saber quién de los que me rodeaban acapararía el foco al instante siguiente. ¿Esa top model que quita el hipo? ¿La pareja de enanos latinos? ¿Piensan otros que yo soy un posible candidato? Buenísimo. De puta madre. Teatro del bueno. Por qué no puede durar un rato más…

Episodio 2. Sala rectangular. Paredes negras. Techo negro. Cojines negros por el suelo. Luz tenue. “There is a light that never goes out” sonando. Buen comienzo. Y la voz de María Jerez que surge, hipnótica, como el Max von Sydow de “Europa”, para llevarnos de viaje, un viaje onírico, sensorial, la voz que evoca lugares, que invoca colores, texturas, aromas. La voz, su voz, y el resto está en nosotros, desparramados, tumbados. Es un juego de rol, María el master invisible, estamos jugando, elige tu propia aventura, jugamos todos a la vez pero es un juego individual. Reconozco que viví la experiencia en el Living Room Festival de hace dos años y os aseguro que no por ello es hoy menos intensa. Aunque no elijo bien y mi viaje es entrecortado como el sueño de una siesta de fabada veraniega. Supongo que si indagáis os encontraréis con ochenta versiones distintas. Pues perfecto. La burbuja hipnótica la pincha una música hardcore que proviene del exterior. Salimos. Hamelín. Un trío le da caña al mono en las escaleras de entrada. Cambio de tercio. De un pedo a otro pedo. De putísima madre. Me lo he pasado pirata. Hacía tiempo, que vaya racha. Ni el bueno de Peter Brook…

Que llegue el viernes ya, joder.

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Guri Petre

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Ante todo mucha calma

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1. La calma mágica. Alfredo Sanzol. Centro Dramático Nacional.

1.1. En la sala pequeña del Teatro Valle-Inclán -la Francisco Nieva- la entrada cuesta 24€.

1.2. En La calma mágica se entrelazan varias historias enmarcadas en una alucinación provocada por la ingesta de hongos alucinógenos. Un hongo tras otro. Y como es una alucinación: vale casi todo.

1.2.1. La mejor historia es la que motiva el montaje. El padre de Alfredo Sanzol ha muerto y escribe esta obra como homenaje para saldar cuentas. El último texto, en el que se cae -de alguna manera- la máscara de la ficción, y el autor se desnuda y nos muestra: miedo, rabia, incertidumbre y errores, es el más interesante del montaje. El “autor” habla con su padre muerto. Uno se va del teatro con la sensación de que la obra funcionaría mejor explorando, hasta sus últimas consecuencias, esa vía.

1.2.2. Las demás historias son, resumiendo: un chico va a hacer una entrevista de trabajo, le dan de comer hongos alucinógenos, se queda dormido en la oficina y le graban un vídeo roncando encima del ordenador, el chico se obsesiona con los que tengan o hayan visto el vídeo: quiere que lo borren; acabará entrando -varias veces- en casa del autor del vídeo por la noche, por la ventana, para robarle el teléfono. (¡Están de moda  las obras de teatro de temática internet/privacidad/etcétera!) Comen más hongos alucinógenos. El chico se enamora de una trabajadora del hombre que grabó el vídeo, que es su jefe, empiezan una relación; a la vez el jefe de la chica y la chica se lían y el jefe de la chica y la jefa del chico también se lían: constelaciones amorosas propias de una comedia disparatada. Comen más hongos alucinógenos. La jefa del chico (proveedora de los hongos) y el jefe de la chica (cazador empedernido) se van a cazar por ahí y la mujer coge gusto a eso de matar animales, sobra decir que los primeros animales los mata por error: que la escopeta se dispara sola. Comen más hongos alucinógenos: hasta los conejos hablan. El chico y la chica se van a vivir a África, tienen de mascota un elefante (un elefante rosa como el de la borrachera de Dumbo), sus antiguos jefes van de vacaciones a África, a cazar, y acaban por matar a su elefante. Tensión. Vuelve a resurgir el vídeo grabado con el teléfono móvil: el chico está obsesionado. Quiere matarlos. Al final se lían, de nuevo, la chica con su jefe. Comen más hongos alucinógenos. Y final. Más o menos.

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1.2.3. Digresión. El público del CDN. Delante de mí se sentaron unas chicas que habían ido a ver esa obra porque: no querían ir a un musical y en su tiempo libre no querían ver miserias. Se lo pasaron pipa. Se partieron el culo en dos. A la salida les parecía que había sido una obra muy extraña, particular e interesante. Después se fueron a cenar y seguirían hablando del montaje: eso es bueno. También había señoras que esperaron a que se fuesen las luces de sala para meter la mano en el bolso y sacar su caramelito. Y amigos de los actores. Pasa hasta en las mejores familias. Es el público mayoritario que va al teatro pagando su entrada. ¡Ojo! Sin público no hay teatro, sin teatro no hay público.

1.3. El universo de Sanzol es particular, reconocible, con imágenes propias. Sabe manejar bien los ritmos y trabaja bien con los actores. Dicen que escribe los textos a partir de improvisaciones con el equipo. Eso está bien. Se nota. Crea algo orgánico. Aunque a veces los textos pasen de un sitio a otro, en saltos cuánticos, y se pierdan cosas que están bien y que podrían estar algo más cerradas. Es una opción. Lo que no es necesario es justificarlo, en este montaje, con un atracón continuado de hongos alucinógenos. El público reconoce el código y puede seguir la obra sin necesidad de que se le recuerde que están comiendo hongos y que todo es así porque todo puede ser (o no) una alucinación del chico que ha perdido a su padre. Personaje alter-ego de Sanzol. Sanzol intenta ser cómico y profundo. Se le dan mejor los sketches que las tramas. A veces le sale muy bien, otras veces le cuesta algo más. Tal vez hace algunas concesiones con el patio de butacas que no son necesarias, pero que tal vez consigan que la obra gusté más al público. Volvemos al punto anterior.

1.4. Los actores, todos vascos (creo) -el montaje obra es una coproducción de CDN y Tanttaka Teatroa-: bastante bien. El trabajo de Iñaki Rikarte hace que el montaje funcione. ¡Bravo!

1.4.1. A veces la obra funciona, otras funciona peor. A mí me pareció que por momentos el espectáculo se hacía algo espeso y algo largo. ¿Sobran 30 minutos?

1.5. El espacio escénico es atractivo, inútil y desaprovechado. Una alemana construida en madera: en el último texto la madera se ilumina por detrás, dejando ver todas sus vetas, tiñendo el espacio de rojo. Me gustó. Pero los actores solo utilizan el lado izquierdo del espacio porque en el derecho hay unas estanterías llenas de achiperres que no sirven para nada. Solo para ocultar la cabeza de elefante y que no se pierdan el efecto sorpresa: algo tontorrón pues la obra se promociona con la cabeza de elefante y las estanterías, por mucho que lo intenten, no son capaces de esconder al elefante. Pobre actriz que se pasa la obra ahí escondida. Muchas cosas ornamentales: no aportan nada, no sirven para nada (ni siquiera son atractivas ni como objetos ni visualmente). Lo mismo pasa con el cartel de Monfragüe y con la caja de luz de una orca saliendo de las aguas. La sobriedad minimalista de espacio rota por un montón de gilipolleces.

1.6. Estoy en contra de las críticas que ven todo como una maravilla que pasará a la historia. ¿Dónde demonios están los espectadores que disfrutan con la obra, se dejan llevar, pero a la vez son capaces de distanciarse?, ¿nos conformamos con lo que sea siempre y cuando conozcamos quien firma?

1.6.1. Lo reconozco: me atrae el trabajo de Sanzol. Pero éste, a mi modo de ver, no es su trabajo más redondo.

1.7. Conclusión: empacho de hongos alucinógenos.

1.7.1. Los 24€ de entrada a la sala pequeña del Valle Inclán sientan como una puñalada en el corazón, para ser más exactos, en el bolsillo de la camisa donde suelo llevar la cartera.

1.8. Ante todo mucha calma.

Otro Perro Paco

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