Nadie dice nada y Pinter bebe Anís del Mono

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El Disco de Oro de las Voyager continúa su periplo por el espacio interestelar. La primera vez que vi La Abducción de Luis Guzmán fue en el Fringe 2013. Un escaparte en la pasarela del Manzanares que alardea de ser “el festival más arriesgado de artes escénicas”, cuando los únicos que arriesgan son los creadores al asumir que cobrarán una miseria por meses de trabajo. Todos contentos. ¿Todos contentos? Todos contentos! Sobre todo los encargados de la política cultural madrileña, porque han encontrado una fórmula más para devaluar la fuerza de trabajo de los locos que se dedican a las artes vivas, y de paso generar plusvalía simbólica al parecer que apoyan lo que algunos ya califican como un momento “único, efervescente, (…) tan importante como la movida madrileña”. Lo cual no sé por qué me recuerda a lo que le dice Maximiliano Guzmán a su hermano al inicio de la obra: “¿Sabes cómo es dejarse dar por el culo, duro, muy duro, una vez y otra, por un desconocido (…)?”. ¿Qué pasó con Sismo? ¿Qué ha pasado con Escena Contemporánea? Qué movida. Hay que joderse. Y nadie dice nada.

A finales de los setenta, la Nasa encarga a Carl Sagan que grabe un disco con los “Sonidos de la Tierra” para enviarlo en las sondas Voyager al espacio. Por si lo encuentra otra civilización y consiguen hacerse una idea de la nuestra. A Luis Guzmán le flipa Carl Sagan, el misterio y lo paranormal. En el disco puede escucharse la Cavatina de Beethoven, verse un diagrama de los órganos sexuales humanos, y leerse un saludo en Amoy que dice algo así como: “Amigos del espacio, ¿cómo están ustedes? ¿Han comido ya? Vengan a visitarnos, si tienen tiempo”. También hay imágenes de cómo lame, come y bebe nuestra especie. El Disco de Oro de las Voyager continúa su periplo por el espacio interestelar, pero en él no hay nada sobre artes escénicas. ¿Cómo se lo explicaríamos a otra civilización? ¿Con una imagen de un teatro griego? ¿Teatro del siglo XIX? ¿Teatro del XIX hecho en el siglo XX o en el XXI? ¿Performance? ¿Performance en un museo o performance en una caja negra? ¿Enviaríamos un texto de Shakespeare? ¿De Handke? ¿Y si a cualquiera de nosotros nos pidieran que explicáramos a otra civilización cómo eran las escénicas en 2014 en Madrid? ¿De qué hablaríamos? ¿Del ciclo de 10 años de la Tristura? ¿De Angélica Lidell? ¿De Albert Boadella y Arturo Fernández? ¿Alfredo Sanzol? ¿Paz Rojo? ¿De la Red de Teatros Alternativos? ¿Del CA2M? ¿Microteatro por dinero? ¿La Casa Encendida? ¿CDN? ¿Teatro Pradillo?

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La Abducción de Luis Guzmán es una marcianada. Un agente extraño en el cuerpo escénico madrileño. Y eso mola. Eso sí, hay dos posibilidades: o el cuerpo escénico se modifica para asimilara, o la expulsa. Habrá que estar atentos a la reacción. Por sus características, de las que hablaré más adelante, el espacio natural de esta obra debería ser alguna sala de los teatros públicos madrileños. Pero, por muy buen trabajo que sea, ¿cómo va a estar la primera obra de teatro de un tipo que se dedica a las audiovisuales, con actores como Emilio Tomé, en uno de esos cotos vedados? Año tras año nos lo demuestran. Y nadie dice nada. Nadie dijo nada de la despedida faraónica de Mario Gas del Teatro Español con Follies, sino que le agradecieron que se gastara menos que otras versiones del musical. Y la crítica le alabó y triunfó en los Max. ¿Cuántas obras se hubieran podido producir con el presupuesto de Follies? Producciones de esas en las que pagan ensayos, dietas, desplazamientos, y te hacen contrato de artista o torero durante las funciones. ¿Alguien sabe de qué hablo? Nadie dijo nada cuando Gerardo Vera dejó la dirección del CDN y monta con su productora Maribel y la extraña familia de Mihura. ¿No puso así de manifiesto con qué compás movía la batuta? Tampoco nadie dice nada de cambiar los estatutos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico para que muchas obras que están en el CDN se hagan en el Teatro Pavón y se ventile un poco el imaginario contemporáneo.

Hace un par de años cambió la dirección de los teatros públicos madrileños. Poco se ha notado. Y todos seguimos callados. Nadie dijo nada cuando Natalio Grueso tuvo la revelación de programar la obra dramática completa de Vargas Llosa. Todo un visionario, además de imputado. Y nadie ha dicho nada de los reestrenos de esta temporada en el CDN. Buen sí, ochenta y pico personas firmaron una carta pidiendo explicaciones a Ernesto Caballero. Quien no ha dicho nada es él. No passa res, en este país estamos acostumbrados desde siempre a que a las instituciones públicas las rijan principios conservadores, a que los espacios con más dinero sean los más rancios, a que lo que meten dentro de ellos lo llamen CULTURA, y que lo que dejan fuera sea cultura alternativa o incluso contracultura. Mientras tanto a Rodrigo García se convierte en el director del CDN de Montpellier. Y así seguirán las cosas por los siglos de los siglos, a no ser que hagamos algo. ¿Propuestas?
http://vimeo.com/81843202

La Abducción de Luis Guzmán es una obra de texto, de personajes, de conflicto dramático y todas esas cosas del siglo XIX que han sobrevivido a las vanguardias históricas, al viraje plástico de Beckett, a las dramaturgias de la “densidad” y la “complejidad”, a la danza contemporánea, a todos los pos y repos, y, y, y… Quizás el motivo sea que las instituciones burguesas (y fascistas) también han sobrevivido al siglo XX, y todos somos más o menos burgueses (y fascistas). Y al ser burgueses (y fascistas), todavía nos creemos que nuestro mundo aséptico tiene un orden y su devenir un sentido, y por eso nos tragamos cosas como que esta crisis tiene principio y tendrá un final, o la cartelera de muchos teatros. No asumimos la complejidad y seguimos representando la “realidad” en estructuras que responden a los principios de causalidad y coherencia. El teatro burgués, gran parte de nuestro teatro para bien o para mal, se construye para vender al espectador la sensación de que la “realidad” es explicable, predecible y controlable. Así, el imperio de la verosimilitud dramática gobierna la escena desde hace demasiado tiempo. Todo lo demás es lo otro, lo obsceno, y cuando lo conoces y te lo metes, has de volver a configurar tus hábitos dramáticos, o mirar para otro lado.

El principal transmisor de la verosimilitud ha sido el texto. Por supuesto, hay y ha habido de todo. Hay textos que han reventado la tradición, generando nuevas vías escénicas. Otros, aun partiendo de estructuras verosímiles, han sabido llevarlas hasta el límite, poniendo en cuestión los principios de los partían. La dramaturgia anglosajona está llena de buenos ejemplos, pero quizás el más interesante sea el de Harold Pinter. La Abducción de Luis Guzmán es lo que hubiera escrito Pinter si en vez de whisky hubiera sido bebedor de Anís del Mono. Lo que la diferencia del teatro de texto que solemos sufrir en esta ciudad, y me lleva a pensar sobre ella.

El argumento la obra es el siguiente: Luis Guzmán es un hombre raro. En su pueblo será el tonto del pueblo, aunque su dialéctica supere la de muchos hombres cultos de ciudad. Sufre algún tipo de trastorno mental de esos por los que encerraban a la gente en psiquiátricos y ahora salen en la tele o se les incluye en las listas cerradas de los partidos políticos. Está obsesionado con el misterio, lo paranormal, el espacio exterior, Carl Sagan y su Disco de Oro, y alucina un poco creyendo que todos los días graba un programa de radio llamado La hora de Luis. Luis Guzmán es el loco que la sociedad niega y oculta para no enfrentarse con lo terrible. Hasta ahora ha vivido con su padre José Luis, quien se encargaba de su cuidado. Su padre muere, y su hermano Maximiliano vuelve de Londres a enterrarle y a decidir qué hacer con Luis. Empieza la obra. Tarde después del entierro. Hermanos contrapuestos. Max, egoísta y frío, es un ejemplo del individualismo anglicano liberal. Tres palabras que podrían ser sinónimas. Nada que ver con la familia cristiana que permanece unida en torno al brasero de la mesa camilla de la que Max procede, y de la que su mujer, Clara, no sabía nada. Max y Clara, dos nombres muy pinterianos. Primera transición. Llega Clara y flipa con Luis y con el pasado de Max. Max y Luis se enfrentan, Max y Clara se enfrentan, Luis y Clara se enfrentan. Triángulo. Segunda transición. Al día siguiente Max y Clara deciden qué hacer con Luis. Ya. En fin, esto puede leerse en cualquiera de las críticas que se han escrito sobre la obra.

Por ponerme un poco perro, creo todo fluiría más si se perdiera el respeto a las coordenadas temporales y el apego a la estructura dramática. Old Times de Pinter. Las espaciales no influyen. ¿Es Castilla? Qué más da. Podría ser cualquier pueblo. Se abstraen las características de las provincias. Mola. El personaje ausente del padre, de quien se nos dice poco, se hace presente a través del sillón y del abrigo que se pone Clara al llegar. Bien. Clara también podría ser un personaje ausente y no pasaría nada. Lo que pasa, pasa entre Luis y Max. El problema es que no podríamos disfrutar de la interpretación de Ana Alonso. Que se quede Clara, entonces, que se quede Ana Alonso. Francisco Reyes tiene mucho de eso que los entendidos llaman presencia escénica, cuya enseñanza por profesores de interpretación daría para una divertida videoplaylist o un cómic. Pero no sólo es presencia. Se luce en esos relatos que tanto recuerdan a Ashes to ashes de Pinter. Emilio Tomé ha conseguido construir un personaje con el que empatizamos desde que sale comiendo pipas. Yo, si se emitiera La hora de Luis, sería un oyente fiel. Luis Guzmán no tiene ideas, tiene trenes de ideas. Luis Guzmán no habla, vomita. Si Luis Guzmán tuviera twitter sería un fenómeno hipster. Tomé, mucho mejor que en el Fringe, logra encauzar el torrente verbal de Luis sin pasarse de revoluciones. La participación de Emilio Tomé en el montaje, a quien se le ha nombrado como “uno de los valores del teatro de vanguardia patrio”, pone en cuestión la tontería esa que nos quieren hacer creer de las familias del teatro y la danza, y anima a la promiscuidad escénica. Algún día, cuando encuentre el modo de no herir demasiadas sensibilidades, escribiré sobre la generación silenciada de creadores escénicos de Madrid, a la cual pertenecería Emilio Tomé. Gran parte de las palabras de Remón, de quien por favor esperamos más obras, han sido escritas a partir de improvisaciones en los ensayos. Un método que ahora se le atribuye a Claudio Tolcachir y su Timbre 4, pero que sólo es posible con mucho tiempo de trabajo previo. Condiciones que estaría bien que alguien empezara a hacer viables. Es decir a pagarlas para que montajes como La Abducción de Luis Guzmán no sean un sacrificio económico, y salgan de los halls de los teatros y ocupen los escenarios.

La obra tiene todas las papeletas para convertirse en un éxito. Un éxito merecido. Por méritos propios. De ser así el cuerpo escénico madrileño lo agradecerá. Significaría que su salud mejora. Y entonces sí, Todos contentos!
http://vimeo.com/65635065

Un Perro Paco

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Hay quien se pone unas gafas de sol por tener más carisma y sintomático misterio

Se ha hablado mucho en Teatron estos días sobre la necesidad de descentralizar y colectivizar las narraciones (por ejemplo, aquí). Poco a poco lo vamos consiguiendo, le joda a quien le joda. Pero también, desde hace unos meses, desde algunos think tanks se está configurando una realidad escénica que merece la pena ser cuestionada. Dibujemos una cara más al poliedro. La portada de la semana pasada de El cultural de El mundo da qué pensar. El titular reza así: “El off madrileño asalta la cartelera. Big bang en las salas alternativas”. En verano fue el Babelia de El País, con un extenso reportaje sobre lo que bautizaron como “El teatro de la resistencia”, y hace un mes un panfleto publicitario en ABC.es que retrataba “Diez salas alternativas de Madrid”.

Pongamos que cualquiera de nosotros tiene un primo o una prima que ni se acuerda de la última vez que fue al teatro, o que le suena que le llevaron a ver con el colegio “La venganza de Don Mendo” o algo así, pero nunca sabe a qué teatro porque seguramente ahora tiene nombre de helado o de aseguradora. Pongamos que charlando con nuestra prima o nuestro primo surge el tema del teatro y tal, porque nos quiere y sabe que nos gusta y eso, y dice:

Joder, ¿hay que ver cómo está el patio? Llevo un tiempo leyendo por ahí que el teatro va de puta madre. Y luego lo del teatro alternativo. La de salas alternativas que no paran en Madrid de hacer teatro alternativo. ¿Estarás contento? ¿no?

¿Alternativas? ¿alternativas a qué? ¿alternativas a qué tipo de tradición escénica? ¿alternativas a los dinosaurios públicos? ¿alternativas a los teatritos privados? ¿alternativas a las grandes cagadas privadas? ¿alternativas a las alternativas de siempre? ¿alternativas para qué público? ¿alternativas para qué tipo de creadores? ¿alternativas a qué industria escénica?

Que quede claro, mola que se haya generado este movimiento escénico en Madrid. Parafraseando a Perogrullo, cuantas más salas de teatro abran, mejor; cuanta más gente esté haciendo teatro, mejor; cuanto más público vaya al teatro, mejor; cuantas más posibilidades existan en el campo escénico, mejor que mejor.

El problema es, por decirlo rápidamente, la apropiación de un universo lingüístico. Palabras como vanguardia, experimentación, etc., no sé si pertenecen al mismo universo que Microteatro por dinero, La casa de la portera, etc. Por supuesto que cada sala es un mundo, y habría que hacer un análisis pormenorizado de ellas. Pero como decía antes, se está gestando una narración que parece haber conformado una realidad escénica compartida masivamente, en la que Madrid está lleno de salas alternativas como Nave 73, Sala Mirador, Sol de York… en donde se hace un teatro alternativo que, a lo mejor en esto sí que tienen razón, lo está petando en taquilla. Pero el tipo o los tipos de propuestas escénicas de dichas salas en poco se distinguen de aquellas que se programan en las anquilosadas salas públicas y privadas que sirven de negativo al definirlas y categorizarlas. El lenguaje es perverso. Una de las primeras compañías del actual director del CDN se llamaba “Producciones Marginales”. En los artículos mencionados se pueden leer cosas como:

“Un abigarrado circuito de espacios de pequeño formato que se suma a otros emblemáticos del off madrileño: Cuarta Pared, Triángulo, Alfil, Pradillo…”

“Autores y directores han encontrado su hueco en espacios de vanguardia”

“Sobre sus tablas se encuentra la esperanza de renovación del teatro en la capital”

“Son un laboratorio perfecto en el que experimentar con nuevos lenguajes escénicos”

 “La explosión está aquí y todo el mundo la aplaude”

Esto es lo que el público recibe, y consecuentemente es lo que busca cuando va allí, y lo que seguro termina encontrando. Ojalá fuera como lo cuentan, de verdad, pero no creo que así sea. Por dibujar una cara más al poliedro. Por cuestionar toda esta narrativa… No me creo lo que me cuentan. Y estoy convencido de que esta historia hace un flaco favor a las artes escénicas.

Lo repito, estupendo que abran salas, estupendo que los creadores encuentren un espacio en el que desarrollarse, estupendo que el público de teatro aumente… pero llamemos a las cosas por su nombre. Si al decir tobogán estoy diciendo tiburón, o si al decir esponja estoy diciendo tenedor, tenemos un problema. Confunde. ¿Alternativas? NO en cuanto a innovación y renovación de lenguajes escénicos… o sí, lo cual será preocupante a medio plazo. SÍ, vale, alternativas en cuanto a otra forma de entender la industria escénica, de la que habría que aprender algo.

Por ejemplo, han utilizado y evidenciado el deseo latente que existía en el público de encontrar algo nuevo. Atención, la gente está ávida de experiencias vivas. Aprovechémoslo. Dejemos de lamernos las heridas. Sabemos que el público se hace.  Blablablá. Pues a por él. A por el público y a por sus gustos. En Barcelona ya pueden celebrar la tercera temporada de la Secció Irregular del Mercat de les Flors. En Madrid Teatro Pradillo es una prueba más de que hay esperanza y mucho trabajo por hacer. Los problemas de este tipo de propuestas son otros. Tu Perra, promiscua colaboradora en Perro Paco nos hablaba de ello en su último post. Es verdad que en este país existe un techo para dichos contextos escénicos. “¿Y qué vais a hacer con ese techo?”, preguntaría nuestro primo o prima. A lo que tendríamos que responder: reventarlo a hostias. A ver qué pasa.

Un Perro Paco

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¿Por qué lo llaman Lepage cuando quieren decir Castellucci?

Seuls. Wajdi Mouawad. Centro Dramático Nacional. Una mirada al mundo.

 

Uno vuelve siempre a los mismos sitios donde amó la vida.

Tu Perra favorita no pierde ocasión de morder algunos restos de carne en los huesos que los programadores madrileños lanzan a la calle. Esta vez lo nuevo de Mouawad. No vimos Incendies ni la siguiente ni pollas. Así que fuimos al teatro vírgenes y en pleno celo.

La Valle Inclán hasta arriba de invitados. El escenario es una ventana recortada en una pared al fondo y una cama bajo la ventana. Un actor sale a escena en calzoncillos (luego entenderemos que es el propio Mouawad, manía que tenemos de no leer los programas) y nos cuenta que está desarrollando su tesis doctoral (sociología del imaginario, lo repite en distintos momentos y a la gente le hace mucha gracia, nosotros no entender). En el desarrollo de esa tesis a la que no encuentra conclusión, descubre el teatro de Robert Lepage (sí, amigos, Mouawad advierte desde el principio que es una obra inspirada y deudora del escenógrafo canadiense que dirige), y decide centrar su tesis en el marco o fondo que Lepage convierte a través de proyecciones y trucos, en un espacio infinito. Un marco, un límite, que permite, paradójicamente, desplegar el infinito. Liberar al cuerpo de sus ataduras. Un cuerpo que, entonces, puede caer, volar, sumergirse, vencer a la gravedad, cambiar de lugar, transgredir el tiempo. En fin, todo aquello que vimos en La cara oculta de la Luna, en Elsinor, en Opio y agujas. La reflexión está bien, porque es tonta y sencilla, como sólo podría serlo en una tesis doctoral (todos hemos escuchado y sufrido tesis doctorales sobre casi cualquier detalle estúpido ya, cuanto más diminuto y más insignificante, mejor). Bien, pero no nos desviemos.

Así asistimos a una larguísima primera parte en el que este hombre en calzoncillos habla una y otra vez por teléfono con su hermana, con su director de tesis, con la secretaria de Lepage, con su padre. Descubrimos la oferta de un puesto de profesor aprovechando la muerte de otro, lo que obliga a adelantar su encuentro con Lepage para terminar su tesis, descubrimos la distancia afectiva con su padre, la falta de reconocimiento que sufre por parte de éste, etc. Todo esto nos da un poco igual, la verdad, y para que no nos quedemos dormidos o desconectemos del todo, Mouawad nos entretiene con algunas proyecciones un poco gratuitas en esa ventana-marco, también llueve ceniza o nieve en la habitación y un doble de nuestro protagonista se pasea por la pared a veces como simple sombra y otras como un doble fantasmático que le observa y acompaña. También intentan usar ese marco de ventana a la Lepage intentando que se convierta de un dentro a un afuera, de una ventana a un fotomatón, pero tiene poca magia el jueguito y parece una copia cansada del trabajo del canadiense.

Entre llamadas de teléfono y paseos por la escena se cumplen los primeros ¡75 minutos de obra! y entonces al padre le da un infarto cerebral.

Mouawad se sienta en una silla y habla y habla sin parar a ese padre en coma. En este monólogo la obra empieza a coger vuelo y siembra la historia del hijo pródigo. El hijo que desea volver y ser abrazado sin reticencias, violentamente celebrado, se explica sin ataduras a un padre muerto que es un público callado.

Y cuando parece que vamos a retomar esa aburrida historia de tesis doctorales y homenajes chapuceros al Lepage más banal (¿hay un Lepage profundo?, se pregunta esta Perra), Mouawad se saca un conejo de la chistera y como si estuviéramos en un hype del cine de terror, transforma toda la escena en su contrario: esa habitación en la que le hemos visto deambular se convierte en una cárcel. Sin aspavientos, con un simple movimiento, Mouawad nos introduce en el cerebro paralizado de nuestro protagonista. El que está en coma es él. El que no puede hablar es él. El que se hunde en el abismo es él. La sombras de su hermana y de su padre le acechan sin poder establecer contacto. La obra se rompe en dos. Adiós Lepage, adiós tesis, adiós trama. El sexto sentido. Los Otros. O algo así.

Y también paran las palabras. Mouawad deja de escribir la escena con palabras y se pinta de rojo para llenarla de color. Pausadamente, va desplegando esa pared del fondo y pintando con colores primarios y chillones el suelo y las paredes. Marcando con sus manos blancas, rojas, azules el espacio de su encierro. Con esta prolongada paint-action llegamos al final. El hijo pródigo de Rembrandt se proyecta en el marco de la ventana y el cuerpo embadurnado en color lo atraviesa. Resuenan las palabras en ese espacio colorido: ¿dónde está el lugar al que queremos regresar? ¿y quién nos esperará allí?

Echamos de menos un trabajo plástico más elaborado en esta tercera parte. Si recordamos la sublime “Sobre el concepto de rostro en el hijo de Dios”, de Romeo Castellucci, que nos congeló el aliento en las Naves del Español, esta nueva obra de Mouawad se nos antoja una obra hermana, mucho más dispersa y débil, amable y descafeinada. Pero todos sabemos que Castellucci sólo hay uno. Y aquí, viene poco.

TU PERRA

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¿Es oro lo que reluce?


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Fui al estreno del Ubu Roi de Donellan. El jueves. En el María Guerrero.

Entre las personas que pueblan el mundo, hay dos clases: los que detestan Ubú y los que se apasionan con Ubú. La obra de Alfred Jarry no tiene término medio. O es negro o es blanco. Si ustedes se encuentran en el nifunifa, serán la excepción que confirme la regla.

Vaya por delante. Otro Perro Paco es un apasionado de la obra desde que la leyó por vez primera, hace ya unos cuantitos de años.

No descubro nada nuevo: Donellan es un maestro en el arte de la dirección y ver el trabajo magnífico de los actores es dejar abierta la boca y sentir como cae una babilla de placer. Soberbios los actores franceses. Los ritmos, las transiciones, la utilización de los elementos… en definitiva: teatro y teatro; el buen hacer del oficio, la experiencia aprovechada. Donellan es uno de los grandes de la escena. Sin duda. De todo esto ya han hablado otros por aquí y como lo han hecho mejor de lo que yo podría hacerlo, no voy a repetir. También han dicho lo contrario, acullá. Cuestión de gustos.

Ahora bien, yo tengo una serie de dudas respecto al montaje que van más allá y que me gustaría compartir con vosotros. La espina se refiere al cómo envuelve -los porqués- el director irlandés el texto de Jarry (ese hombre que caminaba en bicicleta con dos pistolas en los bolsillos).

Pienso que quizá haya metido la pata intentando dar un “aire de realismo” (entiéndase las comillas) a todo aquello. Creo que le hubiese funcionado mejor el Buñuel de El discreto encanto de la burguesía que el Funny Games de Haneke. Me explico.

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La puesta en escena nos sitúa en un salón de una familia de clase medianamente alta, hijo adolescente al canto, que ultiman de preparar la cena y esperan a sus invitados. El adolescente juega con su cámara y nos enseña las partes más sucias de una vida que parece modélica. Hasta aquí todo bien. Llegan los invitados y el adolescente comienza a tener un papel protagónico. Su padre acaba por convertirse en Padre Ubú, su madre en Madre Ubú.

Para ir al grano: todo el texto transcurre, como un videojuego, en la cabecita loca del adolescente y éste nunca traspasará al plano de la realidad. Al final el apático hijo se sentará en la mesa y, mientras pellizca un trozo de queso, todos regresarán a la normalidad. No ha pasado nada. La crítica de Ubú queda en el mundo de la fantasía sin llegar a inundar el mundo de la cena: todo muy burgués, muy de aparentar.

Me repito: al terminar el texto de Ubú nada ha cambiado, todo sigue como al principio, la cena, sus aburridos padres y los pesados amigos de sus padres. Ubú se convierte en una llorera adolescente, un me voy a marchar de casa, pero me quedo.  Esta decisión de Donellan resta fuerza a la crítica de Jarry. Sabemos que, según la historia, Jarry comenzó a escribir este texto como una pataleta adolescente, pero los dos planos tan separados que plantea el irlandés restan fuerza a la rebelión. No es el Brecht en donde la metateatralidad se contamina y reformula incesantemente, donde existe la ambigüedad. En este montaje los dos planos están excesivamente diferenciados, caminan en paralelo sin llegar siquiera a rozarse. El adolescente en vez de asumir debiera haber dado un golpe encima de la mesa al terminar. La obra no llama a la acción, llama a la asunción. Si el teatro es un espejo donde vernos reflejados y el reflejo nos devuelve una imagen de acatamiento -propia de nuestra sociedad del ande yo caliente…-, el director debería haberlo puesto en tela de juicio, haber dejado la puerta abierta al cambio y no cerrarla con  la cordialidad y el aquí no ha pasado nada y la coletilla del y no pasará. Tal mensaje debería repugnarnos. La representación se cierra de forma conservadora, reaccionaria.

La crítica que plantea Jarry está tal cual, traducida en muchos casos con maestría; pero por culpa de la decisión final se deshincha. Una pena. Prometía un buena lectura. Es difícil cerrar una obra. Del final se desprenden los significados. Al público se le olvida el grito de rebeldía, se le olvida la mierdra, y se queda con los adolescentes de hoy en día, cómo son, desde luego.

El público aplaudió. Se levantó de sus butacas. Buen trabajo. Pero hay que ser críticos con el mensaje que nos devuelven las obras. Los monstruos hoy en día están ocultos, pero el monstruo no es un adolescente que pasa de sus padres; si todo recae en la fantasía del chiquillo se queda en algo demasiado familiar y pierde fuerza. El espejo debe promover el cambio, no el regocijo, no el chapoteo en nuestra propia mierda. Puede que no sea oro todo lo que reluce.

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Otro Perro Paco

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Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 1: contra la endogamia gustativa

Me ofrecen inaugurar esta sección epistolar con título de cierta mala leche pero inspirada en uno de los libros donde el consejo llega a su forma ética más restricta y depurada. Difícil estos perros que se mueven tan bien en las aguas de la contradicción. No les he preguntado más, esta es la propuesta: una carta a un joven imbécil. Dije que sí rápido, como debe hacerse, luego se me complicó, pretendí primero hacer una contraposición entre dos textos que aunque se unen en lo esencial llevan caminos absolutamente disímiles: Contra los poetas de Gombrowicz  y un texto de Adorno. Y al comenzar a pensar me di cuenta: dar un consejo es imposible, hacer chistes quizá, pero posicionarte en un lugar y desde ahí sentirte capaz de… Vaya, complicado. Sobre todo, porque no podría sostener ese mismo consejo, posiblemente, más de un día. Soy hombre de opiniones, no de creencias, con toda la limitación que esto supone. Por eso, he decidido ir haciendo un consejo diario esta semana. Un consejo válido para un día. Para masticar y escupir en 24 horas. Soy periodista, es lo que hacemos.

cartas a un joven imbecil 

DÍA 1: Lunes, 30 de septiembre 2013.

Contra la endogamia gustativa: Hay que ir a ver todo tipo de teatro, hay que formarse, hay que eliminar o despreciar pero desde el conocimiento. Este primer consejo es arriesgado, alguna mente púber puede no sobrevivir al intento. Pero de eso se trata, de dejar de estar como espectador en un lugar que poco a poco vamos haciendo cómodo, es decir, endogámico para nuestras mismas papilas gustativas. Vayan a ver teatro que odian a priori, teatro que según sus parámetros imberbes se encuentran lejos de sus gustos. Ahí es donde se mal formarán, hay que mal formarse, deformarse con permeabilidad inteligente y obsesiva.

Así pues, cojan la cartelera, y antes de que acabe el año, vayan a ver, por ejemplo (aquí escribo desde la capital, cada uno que haga de su capa un sayo provinciano) “La verdad sospechosa” de Ruiz de Alarcón en versión de García May dirección de la Pimenta; vayan al estreno de “Atlas de geografía humana” de Almudena Grandes en el CDN que comienza en octubre; vayan al musical sobre Raquel Meyer del Arlequín que ha hecho la Sala Tribueñe; vayan a ver por lo menos dos obras del ciclo “Una mirada al mundo” del CDN; vayan el año que viene a ver la obra sobre Don Juan de  Boadella; vayan a ver a la compañía nacional de danza en la Zarzuela en noviembre con trabajo de Kylián, Galili y Naharin… Vayan, si pueden y tienen dinero al 21%, y cierren los ojos cuando estén en platea, justo antes de comenzar, ciérrenlos, frótenlos un tanto y cuando los abran sientan que han limpiado la mirada y busquen, busquen qué les gusta, que no les gusta, porqué, cuál es el significado de la escena y que tienen ustedes que ver con todo ello. No se mal formen, lectores imberbes de Perro Paco, con montajes pseudo-independientes tan solo, mal fórmense pero con amplitud de miras. ¡Vayan al teatro!… Suena viejo y carcomido el consejo, y así es la vida, una puta vieja carcomida y que carcome.

  Pablo Caruana
pablo_caruana@yahoo.es

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