IV Festival inTACTO. Larga vida.

En Vitoria, el viernes, llovía. Llegué empapado pero tenía el tiempo suficiente para pasear por la Calle Cuchillería para tomar unos zuritos, unos pintxos, un café y algún pacharán.

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Este fin de semana fui a Vitoria para asistir a la IV edición del Festival inTACTO, promovido por Factoría de Fuegos, en el Artium (Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo).

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Fundación Collado-Van Hoestenberghe

Después de la inauguración: la presentación del Festival, los colaboradores, la programación…; nos invitaron a un vino de Navarra y entramos a ver la primera pieza De milagros y maravillas -Conferencia optimista- de la Fundación Collado-Van Hoestenberghe. Por el título, antes de saber nada y de haber visto nada, la cosa me recordaba a esto, esto y esto. Tenía que ver, pero no tenía nada que ver. Una pieza juguetona, con humor, con tiempos medidos y coqueteo con el público, con unas plantas que iban ocupando el escenario sin saber muy bien porqué, con una estructura de conferencia algo deslavazada, pero que funcionaba de maravilla. O de manera milagrosa. Con música y canciones en directo de la mano de Barbara Van Hoestenberghe. La enseñanza de la obra: “el que no se divierte es porque no quiere”. Sabiduría antigua. Aquí un vídeo.

Después fui a ver el work-in-progress Estaba muerta, de Parasite Kolektiboa, interpretado por Garazi Lopez y dirigido por Hannah Frances. Una pieza de danza, con acotaciones proyectadas -que acabe por no leer- basada en la relación de la bailarina con su abuela Salomé. Patrones de movimiento, elipsis temporales, un hospital, un ataúd, el cáncer.

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Etiquette, de Rotozaza

El sábado seguía lloviendo y había cosas a las que ir. Por la mañana Etiquette de Rotozaza, auto-teatro; pieza que ya vi en el Museo Reina Sofía. Experiencia para dos espectadores que se convierten en personajes al seguir las instrucciones que salen de unos auriculares. Y And the birds fell from the sky, de Il pixel rosso (Italia/Reino Unido), una experiencia para los sentidos, también de dos en dos, en la que participar en un amago de historia de unos payasos punkys. ¿Teatro invasivo? Unas gafas de realidad virtual y unos auriculares de los que salen otras instrucciones. Te montan en un coche y te pasean en una silla de ruedas. Vas al campo y te da la brisa en la cara. Te escupen en la cara. Algo a medio camino entre el videojuego y el teatro de los sentidos.

Por la tarde, platos fuertes. La propuesta de danza Gag, del Colectivo Qualquer, interpretada por la brasileña, que vive en el País Vasco, Luciana Chieregati. Una pieza sencilla, un cuerpo y un altavoz. Un génesis y una deconstrucción del sujeto, en busca de las raíces del significado y los significantes, ¿quién somos y cómo nos construyen?, que no dejó al público indiferente. 30 minutos densos, de movimiento incansable, de arcada, que no baja nunca la guardia. Me acordé de Patricia Caballero y de algún espectáculo que he visto de butoh.

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El Pollo Campero

Después, El Pollo Campero. Comidas para llevar, que estuvo en el Fringe14 este verano. Sekvantaro. Piezas codependientes de duración relativa en las que las actrices intentarán no hacer teatro; es lo que su nombre indica y lo que explican las actrices en el espectáculo. Una propuesta plagada de humor, autoreferencial, que acaba con un fondo triste. Juega con el público y destapa algunos de los convencionalismos del teatro y del teatro contemporáneo y también de los “ruegos y preguntas”: un convencionalismo más. Cristina Celaya y Tatiana Sánchez han ideado un mecanismo que funciona y hace que el público esté con ellas, desnudándose literal y no-literal. Divertido.

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Escenas para una conversación…, de El Conde de Torrefiel

Para terminar el día, El Conde de Torrefiel, Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke, publicado por Teatron.tinta. Lleno hasta la bandera. Hablaron del texto, aquí. Hablaron del último trabajo de El Conde de Torrefiel en Perro Paco, aquí, aquí y aquí. Y ellos hablan de los líos que tienen entre manos, entrevistados por Rubén Ramos, aquí. E.P.U.C.D.D.V.D.U.P.D.M.H. comparte rasgos con otras de sus piezas: irónica, narrativa, intentando traducir la realidad contemporánea en escena, lúcida, más o menos fragmentaria, con un gran espacio sonoro y una buena iluminación, con un poso amargo. Sutilmente trenzada: no deja de ser una ironía que una pieza que lleva a Haneke en el título sólo se hable de Lars von Tiers; o que la obra de ARCO sea una cabeza de ciervo, con un neón verde, como el logo de Jägermeister. La obra consigue dejar una atmósfera parecida a la que dejan las películas del austriaco. Inquietante y turbadora. No es nada nuevo decir que El Conde de Torrefiel es una las compañías más interesantes del panorama nacional. Pues eso.

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Trópico #9. Tierra Quemada, de Txalo Toloza-Fernández

El domingo, para terminar el Festiva inTACTO, dejó un poco de llover. Por la tarde vi Trópico #9. Tierra Quemada, de Txalo Toloza-Fernández. Rubén Ramos habló de la pieza aquí. Pero Perro, un perro muy pero, acá. Un artefacto/instalación contunde e hipnótico, hecho de bolsas de plástico llenas de globos; con un relato duro y político, que nos invita a la rebeldía y nos da las instrucciones para quemar nuestra casa y que el fuego se expanda lo más rápido posible. A pesar del retraso y de los problemas técnicos la cosa estuvo bien, y el público, horas más tarde, aún seguíamos transitando la Tierra Quemada.

Después presentaron su proyecto Change my mind los ingleses Unfinished Business. Un trabajo que llevan gestando desde hace 18 meses y que explora la capacidad humana para el cambio positivo y su impacto en el bienestar.

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Cosas que nos gustaría…, de Los Bárbaros

Y para terminar el fin de semana, Los Bárbaros y su obra Cosas que nos gustaría ver en un escenario, un trabajo juguetón, con tintes poéticos y políticos, improvisación y humor, que consiguió tumbar al público sobre el escenario. Un espacio que se va habitando, llenando de cosas, re-creándose. El dispositivo es sencillo: una lista, proyectada en castellano, vasco e inglés; y diferentes acciones que ilustran o dan un giro de tuerca a los enunciados. Ellos hablaron de su trabajo en su blog de Teatron, aquí.

La propuesta finaliza con una fiesta, repartiendo botellas de vino al público, una verbena de pueblo -Paquito Chocolatero incluido-, que dio pie a clausura del festival en el bar Darkablar.

Un fin de semana intenso. Un Festival que acerca la escena contemporánea a la ciudad de Vitoria, a pesar de su ajustado presupuesto. Cuando se quiere, se puede. En el páramo en el que se están convirtiendo ciudades como Madrid o Barcelona, propuestas en las afueras de lo que tradicionalmente son los dos grandes núcleos de exhibición, Festivales como inTACTO (Vitoria), Inmediaciones (Pamplona) -leer las crónicas de Marc Caellas, aquí, aquí y aquí– o Teatracciones (Burgos) son necesarias trincheras de resistencia. Larga vida.

Perro Pulga

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Aullido

Durante esta semana, se ha celebrado en Girona, dentro del Festival Temporada Alta, la semana de la Creación Contemporánea. Una semana llena de nombres variados y variopintos, estrellas caducadas y estrellas en potencia.

El texto de mi compañero Otro Perro Paco me ha devuelto a la experiencia de la pasada semana. Una semana que se define sobre todo por el victimismo y lo mal entendida que está la creación contemporánea.

Aullido

Intentaré ir por patas.

¿Dónde coño reside el victimismo? ¿Dónde se sitúa el artista que se siente víctima de un sistema capitalista, sin miramientos? Por otro lado, ¿cómo un festival puede dar visibilidad a un grupo de pobres artistas sin afectar a la clase rica, la clase burguesa, el teatro convencional, los actores de televisión, las visiones conservadoras, los grandes nombres con trabajos mediocres, la falta de valentía de sus programadores, la falta de producción comprometida, los compromisos con compañías recaducadas, el exceso de mamadas en forma de chupadas de culo, el lleno absoluto, el hacerse rico, los medios de comunicación comprados de antemano, el producir, el reproducir, el requeteproducir, el requetequeteque producir y la casposidad incesante al querer contentar a un público con una programación de un Festival que dura, ni más ni menos, que un mes y medio?

Pero aquí se huelen más cosas. Si ponemos la nariz en la programación podemos adivinar qué es la CREACIÓN CONTEMPORÁNEA según el Festival, quién está en el prime-time, quién está descuidado de la mano de Goofy y quién está allí para llenar un hueco que ni ellos mismos quieren rellenar.  Pasen y vean y tomen sus conclusiones.

Lo único que me queda claro es que la producción no es sinónimo de calidad, que los nombres no son nada, que el trabajo lo es todo y que los curros deben aguantarse, sustentarse y existir por sí solos.  Por otro lado, me pregunto cuando los programadores de Festivales y programaciones estables tendrán los cojones de programar como cabeza de cartel a todos aquellos artistas que llevan haciendo cola desde hace demasiados años, que han demostrado que su trabajo es viable, de calidad y comprometido con aquella cosa que se llama FUTURO, EXPERIMENTACIÓN y RESPONSABILIDAD.

Claro que el futuro es complicado, que la experimentación es confusa y la responsabilidad relativa. Pero me la pela. Soy un perro y quiero que me pongan cachondo, que me pongan a prueba, que me enamoren, que me trastoquen y no que me sigan recordando que soy un perro dócil por pagar una entrada, ver una mierda de estreno y no quejarme.

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Pues me quejo y aúllo a los cuatro vientos que la cadena es interminable, que el Festival programa, los programadores ven, los programadores programan y los artistas siguen sobreviviendo cómo pueden. Que la mierda que vimos se volverá a ver, que lo bueno que vimos se verá menos, que el programador es el profanador y el especulador más grande dentro de la cadena del espectáculo, que su rol es perverso y que el paternalismo debería haber muerto con el principio de siglo. Que la palabra creación contemporánea te baja el caché, que el artista no cubre gastos, que el trabajo se ve afectado, que la gente aplaude y el artista siente que la inversión vale la pena. Que la inversión no vale la pena, que ser autónomo es una mierda, que el Festival te llama otra vez, que tú no tienes caché y que los favores abundan. El programador como el héroe, el artista como el pobre y el público como el rico; deberían enterrarse en algún sitio y no volver a verse nunca más.

O todos héroes o todos pobres o todos ricos.

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¿Dime qué consumes y te diré quién eres?

El otro día fui al Teatro Español a ver Ricardo III, dirigido por Carlos Martín, con un elenco de a priori buenos actores -solventes, al menos-, y estuve pensando, durante las dos horas de montaje, lo útil que sería que las butacas tuviesen un botón de eyección como el de los aviones para estamparse contra el techo y no tener que aguantar todo aquello. Abrir un claraboya para que entrase aire, luz. Salí triste. No tengo mucho más que decir. Quizá, por eso, hoy haya escrito esto.

EjectionseatPensar que cada vez que nos acercamos al teatro saldremos transformados, que nuestra vida sufrirá un ligero cambio o que acabaremos el día un poco más “sabios” es, además de utópico, un pensamiento bobalicón. Pero de ahí al pensamiento contrario hay bastante distancia.

El sistema neoliberal, basado en el consumismo, resta, paradójicamente, cualquier tipo de importancia al acto de consumir: todo lo que consumimos, ya sea un helado ya sea una noche en la ópera, se convierte en banal, desechable e intercambiable. En una sociedad de cifras y rendimientos económicos, la cantidad gana por K.O a la calidad. La obsolescencia programada es un concepto que además de aplicarse a la tecnología puede aplicarse a las corrientes de pensamiento y las artes: los poderosos marcan el ritmo. No hay nada que no pueda ser sustituido. Es más, el sustituto, que a su vez volverá a ser sustituido, hace posible que la máquina avance. Los griegos llamaban a este apetito insaciable pleonexia, y Platón lo consideraba una enfermedad. Igual que se considera un trastorno el síndrome de Diógenes. Pienso en esa gente que se vanagloria -y mira por encima del hombro- por ir veinte veces a las semana al teatro y que se erige en lobby, en juez y parte.

En el teatro podemos observar este fenómeno en las multiprogramaciones o las programaciones plato combinado (me gusta el huevo, me lo como; no me sienta bien el arroz, lo dejo): da igual lo que vayas a ver, pues tenemos muchas más cosas que ofrecerte. La insatisfacción engrasa este mecanismo y otorga al espectador una responsabilidad que todavía no es capaz de asumir -pasa en el teatro igual que pasa en el supermercado: consumo responsable, sostenibilidad, ética ecológica…-: lo que has visto hoy es un desacierto, pero lo que verás la próxima vez seguro que es mejor, y si te equivocas, la culpa no es nuestra porque nosotros ponemos a tu alcance un gran surtido -como los dulces navideños- de espectáculos. Y si te ha gustado, vuelve, tenemos muchas más que también te gustarán.

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Esta estrategia beneficia a unos pocos políticos y empresarios teatrales, mientas arruina a dueños de salas y hace inviables sus proyectos. Proyectos comprometidos con el riesgo y otras corrientes de pensamiento que son, por decirlo de manera suave, silenciados. Por no hablar de que la mayoría de la profesión sale damnificada, ni de las salas que se aprovechan de los amigos y familiares de los actores/directores/autores, etc; creando un flujo constante de público falaz e insostenible.

Un elevado número de las obras de nuestra cartelera no llegan siquiera a la etiqueta de teatro basura y aun así, el aficionado al teatro -aquel que no suele tener ningún vínculo profesional con él- sigue yendo un fin de semana tras otro con la esperanza de ver algo que merezca la pena. ¿No nos merecemos algo más? ¿Hasta cuándo?, ¿por qué pagar entradas de 20€ cuando lo que se obtiene no llega a ocio barato? ¿Qué papel ocupan las instituciones púbicas?, ¿qué papel deben ocupar? ¿Por qué repiten modelos privados en vez de crear un teatro público de mayor calidad?

Es verdad que hay tantos tipos de espectadores como personas y que hablar de ellos no deja de ser un ejercicio de soberbia. Uno no deja de asombrarse de la gente puesta en pie cuando baja el telón de soberanos bodrios; espero que llevados por la mitomanía a un actor famoso antes que extasiados por una propuesta tan añeja y mal trabada que hiede. Pero uno también es espectador y ha hablado con unos cuantos y está algo convencido, que palabra arriba palabra abajo, más de uno firmarían estas palabras. Estaría bien hacer una huelga de espectadores para que las instituciones teatrales nos traten, al menos, con el mismo respeto que algunos tienen al Teatro.

Parte del desastre del auge de las multiprogramaciones y de la burbuja teatral en la que estamos inmersos es motivado por los medios de comunicación: medios de poderosos/afines a partidos políticos (sean cuales sean). Varios son los motivos: la crisis de valores que desde hace tiempo arrastra el periodismo, el periodista que rara vez tiene un conocimiento profundo sobre lo que escribe o el buenrollismo imperante -vacío y corto de miras- de los medios especializados en artes escénicas que, en su mayoría, dependen de la publicidad privada para sobrevivir. Todos esos redactores que salen del teatro como si hubiesen visto a la Virgen María cuando solo han visto una mancha en la pared (segundo párrafo), poco tienen de periodistas, poco de aficionados/amantes al teatro y flaco favor le hacen.

Digresión. Por ejemplo. Debemos ser conscientes de que somos cómplices de la desforestación de  Indonesia si compramos productos que contienen aceite de palma -cultivado de manera no responsable-: el desconocimiento no omite la responsabilidad. En el caso del teatro debemos ser igual de conscientes. Sin llegar a la locura. Algo que nos llevaría al suicidio o a la ermitaneidad, si acaso esa palabra existe.

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La discusión o la polémica, en definitiva, la disonancia, además de ser un divertido ejercicio para la cabeza, es un dispositivo útil para transformar y crear nuevas estructuras. Hoy en día las polémicas apenas llegan a riña de patio de colegio y las que van un poco más lejos suelen estar motivadas por intereses personales. No estaría de más sentarse a tirarnos los platos a la cabeza, con elegancia y argumentos (Perro Paco ya dixit). Utilizar las herramientas a nuestro alcance de manera crítica y responsable. Con un poco de sentido común.

El teatro rara vez nos va a cambiar la vida; pero eso no quiere decir que cualquier cosa sea válida encima de un escenario. Y menos en uno público. Que debería tener objetivos más allá de lo económico. Cuando el teatro llega a la categoría de fast food algo está fallando: algo está pasando, también, en la sociedad: lo decía Larra. La crítica teatral, si existiese, sería una buena herramienta de crítica social.

 Otro Perro Paco

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 5 y 6.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

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Domingo 9 de noviembre a las 12 h. en La Casa Encendida

Capítulo 5. Abre A: La noche ha dado paso al día. Aquí estamos de nuevo, este grupo variopinto, en el patio central de La Casa Encendida. Son las doce del mediodía y el sol lo ilumina todo. Caras de sueño, caras de resaca. ¡Que me aspen si no hay peña que viene de empalme! ¿Llevarán de pedo desde el viernes? Os juro que vi a un tío intentando ligar con la modelo, pobre. Hay tan sólo, al fondo, una mesa con copas llenas de champagne. La Voz hecha cuerpo toma la palabra y micrófono en mano nos invita a acercarnos y propone ese brindis que quedó pendiente (en el capítulo 3 se nos sugirió, pero nadie dio el paso: vamos de guays pero luego, que si nos da corte… Algunos aprovecharon para hacer chin chin en el capítulo 4, pero en petit comité). Es un brindis colectivo, exhaustivo, trompicado, incompleto, poético, evocador, provocador, condemor, que se extiende por veinticinco minutos. Y brindamos por nosotros y por todos nuestros compañeros, por la capacidad que tenemos de sorprendernos, de buscar aventuras, de plantearnos retos, de meternos en líos, de no conformarnos. Brindamos por la vida, por lo que nos hace únicos, por lo que nos hace mágicos, bravo por la música, por lo que nos diferencia y también por lo que nos asemeja, por lo que nos conecta. Brindamos por el mundo, por lo bello de este planeta, por lo singular, por lo que nos incomoda, por lo que nos reconforta… ¡Por Grace Jones! ¡Salud!

Capítulo 6. Salimos a la calle de paseo, es domingo por la mañana, el Rastro en ebullición, las calles abarrotadas. Nos mezclamos con las gentes, participamos de la vida de la ciudad. Vamos charlando despreocupadamente, “A ver si puedo ir a lo tuyo en Pradillo…”; “Buah, voy pillado de tiempo, tengo que presentar los papeles en la SGAE antes de…”; “¿En Estocolmo? De puta madre. ¿A caché?”… Cosas de la endogamia. En derredor puestos llenos de cachivaches, tráfico, familias con niños y perros, coleccionistas, despistados, carteristas. Somos parte de todo eso, es el mundo en que vivimos. Acabamos de brindar por todo esto. Un autocar se detiene a nuestro lado y, perplejos, subimos. Se inicia un recorrido por zonas emblemáticas de la ciudad, de Madrid. Embajadores, Bailén, La Almudena, las Vistillas, el Viaducto, Ferraz. A mí me han pasado cosas en estos lugares, llevo tres días removiendo el pasado y me asaltan recuerdos de aquel rollo cerdete justo en ese portal, de una vez que me di de hostias con uno en ese garito (bueno, un par de galletas)… Veo el viaducto y veo gente saltando. Hay cola para entrar en la catedral, ¡frikis! Contemplo las calles, miro a las personas a través de los cristales, deberían ser una barrera que me aleja de todo, como mirar una pantalla de televisión, pero estoy ahí abajo. La vida de todos es también nuestra propia vida. Ser tan sólo espectadores es una presunción intolerable. Creo que de eso va Clean Room. El bus se detiene en el Teleférico de Madrid y nos montamos. No veníamos desde niños. Somos ahora unos niños excitados en las cabinas de cristal. Decimos tonterías, hacemos bromas. Y a nuestros pies la ciudad. Nuestra ciudad a vista de pájaro… Ya en el mirador de la Casa de Campo se cierra la Temporada. Clean Room se despide por ahora. María Jerez, sobre un barril, la Libertad guiando al pueblo, nos dedica unas últimas palabras cariñosas. Falta la foto de familia, de esa extraña familia disfuncional pero bien avenida que se ha creado tras estas tres sesiones, cada uno con el regalo personal recibido en el capítulo 4. Y punto y aparte. Hasta pronto. Ojalá alguien se atreva a programar en Madrid la siguiente temporada. Nos invitan a unas cervezas vacilonas (por si no os habéis percatado, esto es una super producción, no se repara en gastos para agasajar a los participantes, que no espectadores). Seguimos de charleta y el grupo se va disgregando en la tarde madrileña.

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Y ahora me vais a permitir. A ver. Yo soy un espectador sin más, un tío que va bastante a ver teatro. Me gusta lo que me gusta, como a todo dios. Pero independientemente de lo que me parezca lo que veo, de lo cerca o lejos que puedan quedar mis gustos, aprecio sobre todas las cosas que se me trate con respeto, que no se me tome por idiota. Sé reconocer cuándo hay un trabajo serio detrás, cuándo se miman los detalles, cuándo se considera al tipo de la butaca (o el cojín, o el puff, o el escalón) como a un igual, con su cerebro pensante y toda la pesca. Pondero que me desafíen, que me busquen las cosquillas. No quiero ver cosas hechas para salir del paso. Me sulfura ver al emperador en pelotas y tener que callarme la puta boca. Pues bien, lo de Juan Domínguez y su Clean Room Temporada 1 reúne uno por uno todos esos requisitos indispensables, y muchos más, que hacen que yo siga jugando, que siga queriendo pagar por asistir a un espectáculo (por mucho que esos cerdos pongan el IVA al ochenta por ciento).

Me lo he pasado de putísima madre y ha sido un privilegio formar parte estos tres días de la troupe del Domínguez.

Tengan cuidado ahí fuera…

Guri Petre

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 3 y 4.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

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Viernes 7 de noviembre a las 22 h. en La Casa Encendida

Episodio 3. Día dos. Número de bajas insignificante. Las diez en punto y se nos reúne en la misma antesala en la que se desarrolló el primer episodio. Un papel: “Clean Room: En capítulos anteriores…” nos sitúa. Quince minutos de espera, pero no estamos ensimismados, no somos gente haciendo cola ante la puerta de un espectáculo. Nos conocemos un poco ya . De vista. Ya habíamos cruzado algunas palabras el miércoles. Así que charlamos, este con aquel, esa con aquella. No sabemos qué va a pasar pero nadie parece preocupado al respecto. Estamos entre bambalinas y quizás pronto el regidor aparezca llamando al ejecutante del siguiente número… Pero surge Juan Domínguez y nos indica el camino hacia lo que será propiamente el comienzo del espectáculo. Una sala muy iluminada. “There is a light that never goes out” de nuevo. Y sillas enfrentadas dos a dos que dibujan una gran serpiente ocupando todo el espacio. Nos sentamos al tun tun. Ahora surge La Voz. La misma voz. Pero suena diferente. Nos hace pregunta directas a cada uno de nosotros, sobre lo que sentimos, sobre lo que somos. Nos obliga a un ejercicio de introspección. Pero nos resistimos, hay algo violento en ello. Tanta luz. Miramos y somos mirados. Somos conscientes de no estar a solas. La voz, esa voz, no es hipnótica hoy. Es intimidante. Es el juez invisible al que se enfrenta Josef K. La voz de nuestra conciencia poniéndonos a prueba. Hay preguntas que no quiero responder, que no deseo contestarme. Surgen risas pero no me suenan naturales. No veo dónde está la gracia. ¿Nervios? No lo sé. Y cambia el sujeto sobre el que se nos interpela, abruptamente, ya no somos nosotros mismos. Debemos fijarnos en la persona sentada enfrente. Debemos fabular sobre sus orígenes, sus intenciones, su modo de vida. De lo superfluo a lo más profundo. Y nos miramos a los ojos y nos sentimos incómodos, se nos fuerza a crear una intimidad con un desconocido, es todo muy embarazoso y a la vez revelador. Nos hemos mirado y ahora miramos afuera y en todo ello hay una conexión inexplicable. ¡No nos hablamos! Nadie dijo que no se pudiera pero no nos decimos ni una palabra los unos a los otros. Visitamos los lugares propios y exclusivos del ser humano pero se deja de lado la expresión oral. Tan sólo está la voz de María Jeréz. Cambiamos de posición y enfrentamos a una persona distinta, mas lo que había, esa magia improbable, se desvanece. Fin del episodio.

Episodio 4. Noche cerrada. Volvemos al patio central, que se ha convertido en un salón elegante. Luz tenue. Una veintena de mesas de cuatro con manteles blancos, velas, copas y vino tinto -El Pícaro, bodegas Matsu-. Nos sentamos al azar, elegimos o no a nuestros compañeros de velada. Nos servimos, brindamos, bebemos. ¿Qué es lo que está a punto de pasar? Pues se trata de una invitación a combinar intelectualidad y sensaciones. Mientras se va sirviendo un menú degustación en miniatura continúan llegando preguntas apelando a lo más profundo de cada cual. Pero algo ha cambiado. La Voz ha enmudecido y ahora la voz está en nosotros. Se nos devuelve el habla. Y no nos contestamos en silencio a nosotros mismos; contestamos en comunidad, respondemos para los otros, escuchamos sus respuestas, nos decimos, conversamos, algo se ablanda, bajamos la guardia, se abren grietas en los caparazones… La cosa se desarrolla más o menos así: Unos camareros sigilosos traen unos vasitos con un extraño ajoblanco negro. Vista. Paladar. Y llega una tarjeta con una pregunta escrita. Hablamos sobre ello o tal vez pasamos. Una cucharada de ensalada caprese y otra pregunta. ¿Estamos en lo que nos proponen o somos colegas bebiendo vino y charlando? Un mini steak tartar y varias preguntas más, de golpe, ya sí hacemos que nuestra conversación la determinen estas tarjetas, y llegan más, el ritmo se incrementa y queremos hablar de ello. Arbitramos un sistema, como un trivial, leer por orden contestar por orden. A mí me interesa lo que cuentan el resto de comensales. Lo que creo que van a contar. Seguimos bebiendo y decimos cosas íntimas, nos lo tomamos en serio, no tengo ni idea de por qué. Tensión cero. ¿El resto de mesas? Ni puta idea. Un mini gin tonic verde cierra la ronda gastronómica y vemos que se nos acaba el tiempo aunque nadie lo dice y queremos contestar a cada una de las preguntas… Y la música brota sin que nos percatemos y ya está fumando la peña y algunos bailan y antes de acabar nos intercambiamos los regalos que se nos instó a traer de casa y eso sucede de a dos y a mí me mola.

Ha sido cojonudo.

(Me fastidia ser tan entusiasta, parezco Marcos Ordóñez, copón.)

Por cierto, ¿a qué género cinematográfico pertenece tu vida?

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Guri Petre

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