por Óscar Cornago
Las primeras palabras son las que comienzan a resonar en el silencio que se hace al comienzo,ese que se forma cuando la gente recién llegada va dejando de hacer ruido. Es el silencio de una espera y de una expectativa,el silencio que anuncia que algo está a punto de ocurrir. Puede ser que incluso no se haya hecho el silencio del todo,pero ya alguien va tomando la palabra;es una palabra (o un gesto o una acción) que resuena de una manera particular,con un tono de voz un poco más alto,proyectada hacia los demás. Generalmente se sabe quién va a ser esa persona,que suele estar situada en algún lugar destacado,a lo que a veces llamamos “escena”,“púlpito”,“tarima”,“mesa”…y ya antes de que empiece a hablar o según resuenan esas primeras palabras,todos le van mirando,fijan su atención en él o en ellos,en ese escenario más o menos improvisado,esperando a ver lo que dice,esperando que haga algo,que pase algo.
Las personas que acaban de llegar se reúnen en ese espacio por primera vez,algunas ya se conocían,pero hacía tiempo que no se veían,y otras ni siquiera se conocían;en todo caso,como grupo,resulta totalmente nuevo el encuentro. Nunca antes esas personas estuvieron juntas en un espacio. La expectación,en ese sentido,es máxima,no porque todos esperen mucho de ese encuentro,sino por la excitación provocada por la novedad del estar junto de esas personas por primera vez. Si fuesen niños,esa expectación se traduciría en un estado de euforía y nerviosismo que no siempre es fácil de transformar.
Ese nivel de expectación va a cambiar en pocos minutos;en un instante una persona tomará la palabra y todo comenzará a revestirse de un sentido (al que los niños se resistirían mucho más). A lo que no tenía nombre se le dará palabra,el encuentro pasará a llamarse de una manera,tendrá unos objetivos,una razón de ser,habrá un programa de trabajo y unas expectativas formuladas de manera concreta que nunca van a ser como las que había al comienzo,cuando todo estaba por hacer,incluso la palabra. Las nuevas expectativas no serán ni mejor ni peor que esas que había al comienzo,cuando nada estaba dicho,simplemente serán distintas,pertenecerán a otro orden de cosas,al orden de lo que tiene que tener una forma definida,un espacio determinado en un tiempo prefijado,el orden de lo que tiene que caber en palabras. Del gozo de lo inesperado se pasará al gozo de lo reconocible,y quién sabe si no le seguirá la desidia por lo ya conocido.
Pero antes de ese momento,quiero detenerme en ese silencio en el que van a resonar las primeras palabras,esas que todavía no tienen sentido,porque son una pura sonoridad de una voz que inunda el espacio de ese encuentro por primera vez. Antes que en su significado,nos llamará la atención su sonido,nos detendremos en su timbre,y tras este en el gesto que lo acompaña,una actitud,una manera de estar. Es como la nieve que aún no se ha pisado,que está lisa,sin manchas ni trazos,y que luego se irá llenando de huellas,de recorridos,de objetos y desniveles,pero antes de las huellas está el modo cómo se hicieron,la acción de la que dan cuenta. El encuentro entre esas personas todavía no está escrito,puede pasar algo,cualquier cosa que no esté prevista,ni siquiera sabemos lo que podría ser,lo que nos gustaría que pasara;no hay tiempo para pensarlo,es solo un instante,una sensación rápida,que dura solo eso,lo que dura una emoción que no sabemos ni dónde viene ni qué nombre tiene,conocemos únicamente su fugacidad tantas veces experimentada.
Podemos comparar esta situación inicial con los primeros momentos de una obra escénica,cuando estamos todavía frente a un espacio en el que no sabemos qué va a pasar,apenas vemos algunos objetos,o puede ser que esté vacío,quizá ya hay algún intérprete esperando a que el público termine de acomodarse,o quizá estén saliendo ahora a escena,dando los primeros pasos,las primeras miradas,quizá poco después,en unos instantes,alguno de ellos tome la palabra y diga algo,o quizá no sea necesario,y baste con que se empiecen a mover,con que empiecen a construir una gramática,y lo que era un espacio vacío se llene con la escritura de unos cuerpos,se llene de cuerpos-palabra,de cuerpos-historia,se llene con el relato que va a tratar de dar cuenta de lo que ahí está pasando,de ese encuentro. Antes de que ese relato empezara a tener lugar,hubo también un silencio inicial,una expectación que por momentos no queda lejos de un cierto estado de inocencia acerca de lo que pueda pasar ahí. Hay un instante en el que todavía no nacieron los prejuicios,y ese instante es tan común como fugaz.
Efectivamente,al principio fue la palabra (o si queremos el movimiento o la acción),pero esa palabra mítica,o ese movimiento de los comienzos,antes que un significado es una resonancia en el espacio;atendemos antes de entender,como dice Nancy,sentimos la palabra antes de reconocerla. Tras la primera impresión,se nos irá olvidando su musicalidad y escucharemos solo lo que quieren decir,sin saborear más el deseo que les hace ser palabras. Dejaremos de atender a su forma,su sonoridad,la gestualidad que las acompaña,lo que está inmediatamente antes de su sentido,pero que lo constituye,y trataremos de reducirlas a un significado,a una abstracción que nos permitirá manejarlas con más comodidad. Sin embargo,todo ese mundo sensitivo,repleto de formas,no dejará de estar ahí,determinando el sentido de las palabras,escapando a esa otra tendencia de apropiación o rechazo ante lo que tenemos delante.
A medida que las formas nos sean más reconocibles,todo podrá hacerse menos expresivo y por ello correrá el peligro de hacerse aburrido:reconoceremos el tono de quien está hablando,incluso lo que está diciendo,porque ya lo habrá dicho antes,reconoceremos los gestos de cada uno,la forma de moverse y las maneras de mirar. Sin embargo,de vez en cuando volverá a pasar algo,algo que nos vuelva a hacer sensibles a las formas,que nos vuelva a hacer sentir que estamos sintiendo,que nos vuelva a dejar cara a cara con un material que está ahí,produciéndose y modificándose constantemente. Cada vez que eso sucede es como si se hiciera una fisura en ese paisaje que se estaba formando,como si algo interrumpiera aquella música que habíamos dejado de escuchar,porque ya nos habíamos acostumbrado y no nos decía nada. Cada vez que sucede algo es como si el horizonte se rasgara y se hiciera un silencio,como al comienzo;como si se creara otra posibilidad de que cualquier cosa pudiera pasar,es como si sobre el paisaje nevado,y ya lleno de pisadas,recorridos y objetos,volviera a aparecer un manto de nieve que invitara a andarlo de nuevo,otros recorridos en los que ni siquiera habíamos pensado. Volvemos a sentir una sonoridad que no habíamos notado,un modo de hablar que por algún motivo nos sacude en el rostro. Cuando algo pasa,pasa que volvemos a sentir-nos sentir eso que está pasando,que es eso y somos nosotros al mismo tiempo,que lo estamos sintiendo.
El sentido viene siempre acompañado por su resonancia,separar una cosa de la otra supone desvertir el sentido del modo cómo se hace,dejar las palabras sin voz,los significados sin cuerpo. Según el tipo de enunciado,atendemos más o menos a las resonancias del sentido. Si alguien nos dice “te quiero” o “te voy a matar”,tratamos de buscar el sentido de estas palabras y su verdad en la forma cómo se dicen. Si alguien dice “mañana va a llover” o “la tierra es redonda”,nos olvidamos del modo cómo se articulan para buscar su verdad en algún tipo de comprobación empírica más allá del momento de su enunciación. Sin embargo,no es posible desligar la verdad de una acción del momento de su realización;el sentido de lo que se hace (y hablar,escribir,leer o escuchar son también acciones) nunca es ajeno al modo cómo se hace,al sonido que produce el sentido de las palabras al hacerse. Si hay palabras que no son consideradas acciones,como la mayor parte de la palabra escrita,la palabra con la que se hace el conocimiento aceptado socialmente como tal y la ley a la que ese conocimiento nos obliga,lo que nos tenemos que preguntar es con qué intereses se han desvestido esas palabras de su sonoridad.
Cuando el espacio abierto por esa resonancia deja de ser un acontecimiento puntual para pasar a ser un estado prolongado de percepción intensa,un estado ocupado todo él por la música de los sentidos,hablamos de intimidad.