El llamado cine quinqui acarrea consigo una particular e intrincada relación de retroalimentación con la prensa sensacionalista de finales de los setenta, pero además actúa como reflejo fiel de las transformaciones urbanísticas, sociales, políticas y económicas que azotaron al país en aquel periodo de transición. Los códigos de representación de la delincuencia juvenil del cine quinqui han pervivido hasta la actualidad de tal modo que el estereotipo del quinqui, sometido a un proceso de estetización, sigue hoy en día ejerciendo una fascinación desatada.
De la mano de una nueva generación, nacida a mediados de los años setenta, se produce una pirueta estética mediante la cual el delincuente representado en aquellas películas se erigió en icono castizo cool. El quinqui de los 80 continúa siendo un emblema en las representaciones de la delincuencia juvenil y de la vida marginal producidas en la actualidad. Los foros y las producciones audiovisuales que los fans del cine quinqui ponen en circulación asiduamente en Internet dejan patente que el mito hoy vuela libre.