En la fase extrema del capitalismo, el mundo aparte de la ficción parece estar desbordando sus fronteras peligrosamente: salimos a la calle a gritar basta llevando máscaras que son productos de merchandising de una película (basada en una novela gráfica cuyo autor dibujó esa cara como retrato de Guy Fawkes, terrorista católico inglés del siglo XVII, en un desplazamiento de ida y vuelta entre la realidad y la ficción), los integrantes de un movimiento internacional que lucha por la instauración de la democracia participativa y directa (o sea por terminar con la democracia como ficción) se hacen llamar piratas, y el malo de Batman sale de la pantalla y mata a 12 personas, y hiere a otras 58, en un cine, el lugar en el que, palomitas en mano, más a salvo nos sentimos de ese mundo de ensueño, de ese mundo perfecto, que es la ficción. La música tiene un papel decisivo en la instauración de ese mundo perfecto. Es fácil imaginar que, sin la banda sonora, la película Batman perdería todo su hechizo ?y con él la fuerza para desbordarse y matar. Me parece que en los últimos años algunas de las músicas que hoy están vivas han ido avanzando por ese camino de la ficción hacia su paroxismo. Son músicas que van hundiéndose en sí mismas, dejando por el camino las obligaciones formales y de significación, insistiendo en la afirmación ciega de su puro existir, de su puro sonar. Acompañan a esas músicas gestualidades que comenzaron siendo danza (forma y sentido del movimiento) para ir convirtiéndose en espasmo, ni siquiera en indicio ni síntoma ?modos aún de la representación?, sino en descarga violenta, en puro vivir desbordado.
Os dejo algunas de las músicas que me hacen pensar en esto: tres recientes, y otras tres que, me parece, comenzaban a apuntar en esta dirección hace décadas, e incluso un siglo.
Es importante escuchar estos vídeos con auriculares, o con unos altavoces que no pierdan las frecuencias graves.